Opinión | Sangre de drago
Saber esperar, señores
No me lo pude creer. Seguro que a más un lector le ha ocurrido esta situación administrativa que convierte una sencilla gestión en la labor exclusiva de toda una mañana. Y en este caso frustrada. Llegué a las 9:30 h de la mañana al Registro General del municipio en el que estoy empadronado. Me dieron un número para realizar la gestión de entregar un documento a una de las Concejalías. Lo recuerdo bien: R-26. Sentado miraba la pantalla y 45 minutos después sólo había avanzado del R-5 al R-9. Un cómputo lógico me indicó que iba a estar sentado más de tres horas. Aproveché para hacer varias gestiones presenciales en otros tantos lugares, quedar con alguien y hablar un rato, hasta desayunar e ingerir las pastillas que me acompañan en las primeras horas de cada jornada. Hora y media después en la pantalla estaba señalado el R-15.
La voz de los sabios con los que te encuentras por la calle me indicaron que estas cosas se hacen ya por la sede electrónica del Ayuntamiento. Igual era lo mejor y yo, como si estuviera en el cuaternario, seguía imaginando que las gestiones físicas siguen siendo las mejores cuando es urgente la presentación de la documentación. Y tentado me fui al ordenador donde tengo la firma electrónica instalada. Las cosas de la informática, un fallo en el sistema y no sé cuantas cosas con el certificado digital. Ante la imposibilidad de ganarle digitalmente la partida al número del registro físico, volví a la pantalla en la que se inició la historia a las 12:00 h del mediodía. Y -oh sorpresa- allí estaba el S-31 brillante blanco sobre azul.
«Lo lamento mucho; pero he tenido que decirle que no a algunas personas que se habían marchado. Lo siento, pero no le podemos atender». No me lo pude creer. Aún estoy extrañado de la serenidad y la sonrisa con la que le di las gracias y me marché.
Pues esta es la historia.
Y, lo sé bien, la culpa es mía. No por haber descartado el servicio digital de la Secretaría municipal online, sino por mi escasa paciencia para sentarme a esperar. Hace 20 años no me hubiera importado quedarme sentado y aprovechar para leer, o simplemente para pensar. Pero actualmente he perdido capacidad de espera. Con mucha rapidez señalamos a las generaciones que llegan como presentistas, que todo lo quieren ya y sin espera…, y resulta que a los mayores ya se nos ha contagiado la incapacidad de sentarnos a esperar.
Todo tiene su ritmo y hay que saber respetar esos ritmos y acoger lo inevitable con largueza. Si soy sincero conmigo mismo, todo lo que hice lo podía hacer en cualquier momento. Nada era urgente. Solo que la prisa se ha instalado en mi comportamiento haciéndome perder la posibilidad de respirar hondo y disfrutar del camino.
En este momento le estoy agradecido al responsable del registro por el cariño con el que me indicó que no me podía atender y me ofreció la posibilidad de percibir la importancia que tiene esta competencia de respetar los ritmos y generar actitudes pacientes. Hay que saber esperar.
Porque si encima me enfado, al disgusto de no poder realizar la gestión, le sumaría la acidez de estómago. Y para disgustos, en ese día, con uno tenía.
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