Opinión

Quiero ser Paloma del Río

Paloma del Río

Paloma del Río

Conocí a Paloma del Río un 17 de octubre de 2001, la primera jornada del Mundial de Gimnasia que se celebraba en Madrid. Ella no se acordará, porque ha pasado muchísimo tiempo, pero en aquellos años no era tan popular como lo es ahora y casi le da algo cuando un grupo de treinta fanáticos locos –que nos habíamos conocido gracias a un foro de aquel internet de los primeros años– la asaltamos como si fuera Madonna. La asediamos muchísimo y le pedimos una foto. Yo le dije todo lo que la admiraba y que quería ser ella. No otra persona. Exactamente ella.

Para nosotros era un ídolo. Yo la seguía desde que narró las hazañas de Alexandra Timochenko en el Campeonato de Europa de Helsinki 1988. Como me había pasado a mí, todo aquel grupo de fanáticos habíamos intensificado nuestra pasión por la gimnasia inspirados por su peculiar voz, por su manera de contar lo que pasaba en la pista, guiada por su sensibilidad y por un concienzudo estudio. Las vocaciones se cultivan porque experimentas cosas que te transmiten y te mueven, que levantan tus más íntimas pasiones. Yo puedo decir que soy periodista gracias a Paloma del Río y a su inspirada transmisión de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, donde las victorias de Scherbo, Gutsu y, de nuevo, Timochenko, parecían aún más impactantes gracias a ella. Hacía tiempo que quería ser periodista pero, desde aquellos días, tenía que serlo.

Septiembre de 2007. El Mundial se celebraba en Patras, la tercera ciudad más importante de Grecia. Allí acabamos gran parte de aquel grupo de fans de la gimnasia que ya éramos como familia. Nos encontramos a Paloma por los pasillos y la invitamos a cenar. Ella aceptó. Al día siguiente tuvo una de sus transmisiones más míticas, emocionada tras un último ejercicio de aro, melancólico, casi otoñal, que dio su único título mundial a Anna Bessonova, culminado con el famoso «Que sí, que se lo van a dar. 18,650. ¡¡Que se lo van a dar!!». Y se lo dieron. La misma Paloma del Río intuitiva y humana que se disculpó por haber interrumpido entre lágrimas una transmisión de los Juegos de Invierno de 2010, tras la actuación de la patinadora Joannie Rochette, medalla de bronce, cuya madre había fallecido tres días atrás. O cuando narró la conmovedora despedida de Almudena Cid en Pekín 2008, o las victorias de Gervasio Deferr, la plata de Carolina Pascual, la gesta de las chicas de oro de Atlanta… O sus míticas ocurrencias cuando alguien falla. Es la voz y el alma de todo aquello que va más allá del fútbol.

Con los años nos hemos hecho muy amigos. Me ha dado muchos valiosos consejos y hemos compartido risas, inquietudes y confidencias. Tuve el inmenso honor de presentarla en una charla en la Facultad de Ciencias de la Información de La Laguna, donde supo motivar a una nueva generación de periodistas como había hecho conmigo. ¿Cuándo una verdadera líder, una pionera del periodismo, iba a contarte en primera persona cómo se dirige todo un equipo para la transmisión de unos Juegos Olímpicos? Fue una verdadera gozada, al igual que leer su biografía novelada Enredando en la Memoria, que vio la luz en 2015 y que puedes sentir como si ella misma te lo estuviera contando. Aquel año apareció por primera vez, con total normalidad, en una de esas listas de las 50 personas homosexuales más influyentes de España.

Hemos charlado de gimnasia, de vocación, de la vida… Y de la jubilación. Con treinta y siete años de experiencia, nuestra Paloma se retira rodeada de admiración y cariño, y muchos hemos llorado con ella en su adiós a los micrófonos. Ha sido también en España, en Valencia, y en un Mundial de Gimnasia. Ahora disfrutarás de ese merecido descanso por el que tanto has luchado y que para ti es solo un nuevo comienzo. Sé que no nos dejas solos, porque seguirás siendo militante de mil causas, inspirándonos con tu valentía a través de las redes sociales, con tu defensa de los animales, del colectivo LGTBI, de las mujeres… Te seguiremos a través de tus conferencias y publicaciones, y estoy seguro de que te sentiremos en algún encuentro furtivo con los micros, porque el veneno del periodismo, te lo dice un jubilado precoz, nos acompaña también cuando nos retiramos. Imposible no querer a quien es capaz de decir algo así: «Si me marcho dejando un metro cuadrado mejor del que me encontré, habrá sido suficiente». Recuerda, Paloma, que Alber te ama. Y que sigue queriendo ser tú.

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