Opinión | OBSERVATORIO

Pere Casan Clarà

El fuego eterno

 El fuego eterno no existe. Si queremos fuego, nos sobra con el que estamos quemando la Tierra

Incendio fuera de control en Lahaina, en el condado de Maui (Hawai)

Incendio fuera de control en Lahaina, en el condado de Maui (Hawai) / Europa Press/Contacto/County Of Maui

El Homo Erectus descubrió y controló el fuego hace aproximadamente un millón de años. Las cifras no son precisas y según los autores oscilan entre 0,5 y 1,5 millones pero, en cualquier caso, se trató de un descubrimiento trascendental. Si revisan la película En busca del fuego, del director francés Jean-Jacques Annaud, recordarán el valor con el que actúan los ejemplares de homínidos, para recuperar aquellas llamitas que las circunstancias adversas les arrebataron. Las dificultades en precisar las fechas se concretan en distinguir entre la presencia de fuego natural controlado (incendios, volcanes) o la capacidad de generar chispas y producir las propias hogueras. (Sarah Hlubik et al. Hominin fire use in the Okote member at Koobi Fora, Kenya: New evidence for the old debate. Journal of Human Evolution. 2019; 133 (S16): 214-29). El control del fuego fue determinante para fijar el hábitat, asustar a los depredadores y facilitar la alimentación. A todo ello siguió la postura bípeda que distingue a la especie humana. (Richard Wrangham. Catching Fire: How Cooking Made Us Human. Profile Books, London, 2009). El fuego fue siempre un elemento cercano a las divinidades, que lo otorgaban como un bien salvador y purificador o castigaban con incendios incontrolados la superficie del globo terrestre. Desde el dios Hefesto de la mitología griega, a su vez el gran forjador del brillante escudo de Aquiles en Troya, hasta el dios Vulcano de la mitología latina, tan magníficamente recuperado por Velázquez en su famosa Fragua, donde se evidencia su estupefacción ante la noticia del adulterio de su esposa Venus con el dios Marte. El señor de la guerra se imponía, como siempre, en la capacidad destructiva de las luchas divinas. Dante Alighieri (1265-1321) en su Divina Comedia, dedica al fuego una tarea purificadora y lo concentra en el Purgatorio, a la vez que en el noveno círculo infernal sitúa un inmenso lago helado. La Zarza ardiente de la ley mosaica es también un elemento de comunicación entre Dios y los humanos, que mantiene el diálogo abierto mientras la llama permanezca.

El fuego es causa y consecuencia del calentamiento global del planeta. El círculo vicioso entre la emisión de gases con efecto invernadero y el aumento de la temperatura terrestre es una evidencia que preocupa a la mayoría de la humanidad consciente del problema. Para algunas personas, el punto de no retorno ya ha sido superado y lo único que podemos hacer es mitigar las enormes consecuencias de lo que ya se denomina Antropoceno. Dipesh Chakrabarty, un físico e historiador bengalí, con amplia experiencia en aspectos relacionados con estas cuestiones, así lo expresa en su libro El clima de la historia en una época planetaria. Alianza Editorial, Madrid, 2021. Este autor menciona el devastador incendio ocurrido en Camberra, Australia, en el año 2003, como un punto de inicio de sus inquietudes. En los últimos años, pavorosos siniestros como este, de consecuencias sobrecogedoras, han ocurrido y están ocurriendo de forma casi ininterrumpida. Canadá, EEUU, Brasil, Europa del sur, con epicentro en el Mediterráneo, arden de forma devastadora. En este caluroso verano no hay día en que las noticias no anuncien un fuego incontrolado en algún punto del planeta. El castigo del fuego eterno, que tanta simbología religiosa depositó en nuestros pequeños corazones infantiles, ocupa definitivamente un lugar aquí y ahora, sin esperar el fin de los tiempos. Para más evidencia de la eternidad de este fuego, sirva el ejemplo de Jharia, ciudad situada al noroeste de la India, una de cuyas enormes minas de carbón lleva ardiendo desde el año 1916 y se calcula que permanecerá encendida unos 3800 años más. Las personas de la zona siguen extrayendo carbón como único medio de vida, inmersos en una atmósfera horrible de cenizas y gases tóxicos. Si acceden a las imágenes de esta demarcación, podrán observar el terrible espectáculo que Dante imaginó para los pecadores más conspicuos.

Pero vean y escuchen también otro tipo de fuego. El que Manuel de Falla (1876-1946) plasmó en su Danza ritual del fuego fatuo, un movimiento de ballet que forma parte de su composición El amor brujo, escrita en 1915. Ambientada en un barrio de su Cádiz natal, habla también de infidelidades amorosas, de brujerías y de hechizos. Y lo hace con un ritmo y una pasión que llevaban al propio autor casi a renegar de su obra. Para un hombre tan austero y obsesivo, ver plasmados el entusiasmo, la vehemencia y el ardor de los bailarines, resultaba hasta cierto punto pecaminoso. Si quieren comprobarlo, mi sugerencia es la versión de Antonio Gades y Cristina Hoyos. Como decía una antigua máxima de la generación del 68, tomada del filósofo danés Sören Kierkegaard (1813-1856), considerado uno de los padres del existencialismo: «Quien se pierde por su pasión, pierde menos que quien pierde la pasión». El fuego eterno no existe. Si queremos fuego, nos sobra con el que estamos quemando la Tierra.

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