Opinión | EL RECORTE

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La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, junto a la titular de Hacienda, María Jesús Montero, en el Congreso.

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, junto a la titular de Hacienda, María Jesús Montero, en el Congreso.

No doy abasto con los cambios revolucionarios. Las pocas neuronas que me quedan están saturadas. Ahora tengo que asimilar que darle con el palo de la escoba a una rata, que es un mamífero vertebrado, puede ser un hecho delictivo. Y que mi amigo Julio El Demonio, si mañana le da la venada, se me puede convertir en Julia, simplemente pasando por el Registro Civil, aunque siga teniendo cuernos y, sobre todo, rabo. Son tantos cambios y tan seguidos que estoy entrando en colapso para digerirlos.

Pero hay cosas que no tengo manera de tragar, sobre todo si son falsas. Porque casi todo es discutible, menos las cifras. Yolanda Díaz, miembra de la comparsa de líderes posibles de la izquierda verdadera, ha dicho que el despido en España es muy barato. Y que hay que aumentar las indemnizaciones.

He sido toda mi vida un empleado, así que me parece fantástico que suban el despido a un millón de euros por año trabajado. Pero lo que ha dicho Díaz no es cierto. España es uno de los países de la Unión Europea con el despido más caro, junto a Grecia e Italia. Esta muy por encima de Francia, Alemania, Dinamarca o, yo qué sé, Finlandia. Otra cosa es que nuestros salarios medios sean más bajos que algunos otros países de Europeos. Ese es el verdadero problema de un país que presume de productividad sobre las costillas de la masa salarial. Menos protección para los incompetentes y más pasta para pagar el trabajo. Países desarrollados que tienen sistemas casi parecidos al despido exprés, como Estados Unidos o Gran Bretaña, sean los que menos paro tienen.

Parte de la izquierda española se ha convertido en una adversaria de la empresa. Me la refanfinfla que odien a los bancos porque… ¿quién no? Pero de los tres millones y medio de empresas que hay en este país más dos millones tienen menos de tres trabajadores. Son como la tienda de la esquina donde está la dueña y una empleada. Cuando hablan de aumentar los costes laborales, cuando piden reducir los beneficios, cuando suben los impuestos, están hablando también de esa pequeña tienda. Y como ocurre en los gimnasios, a los tipos más fuertes les pones más peso y lo aguantan. Pero a los más débiles los puedes matar.

Ahora le van a meter un palo fiscal extra de tres mil millones a los bancos. Pero es una patada a la banca en nuestro culo. Todos saben que quienes lo vamos a pagar somos los ciudadanos en los intereses de los créditos, de las hipotecas y en las comisiones. Y por mucho que los políticos digan que van a impedirlo, pasará y no levantarán ni un dedo. Como ha ocurrido siempre. Porque aquí todo cambia, pero eso sí: los impuestos siempre los pagan los mismos.

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