Opinión | EN EL CAMINO DE LA HISTORIA

Juan Jesús Ayala

De nuevo, ‘Diálogo en el infierno entre Montesquieu y Maquiavelo’

Diálogo en el infierno entre Montesquieu y Maquiavelo fue escrito en 1864 por Maurice Joly , pensador francés, inscrito en el Colegio de Abogados en 1859, que tuvo una existencia ciertamente turbulenta que terminó con ella con una bala de revólver que se descerrajó en el cráneo. Se publicó en Bruselas y de manera clandestina se introdujo en Francia, donde fue confiscado por el gobierno de la época, el del despotismo de Napoleón III.

Joly pone frente a frente a los dos filósofos en la realidad del estado autoritario moderno y la corrupción de la democracia liberal que se venia pregonando desde el utilitarismo de Jeremy Bentham donde Maquiavelo desde el ámbito del despotismo intenta, y lo consigue, doblegar con su Tratado del Príncipe a Montesquieu, autor de El espíritu de las leyes.

El libro tiene un cierto interés porque da la sensación de que el tiempo en que se producen estos diálogos se ha extendido y en la actualidad se comprueba cómo siguen, no tan latentes como entonces pero sí que toman presencia en la política de los pueblos ciertos estigmas que funcionan paralelamente.

Maquiavelo, a lo largo de los distintos diálogos, mantiene una discusión constante con Montesquieu, al cual logra convencer como el equilibrio de poderes que propone, el judicial, el legislativo y el ejecutivo, desde su despotismo y artimañas políticas pudiera convertirse en el mejor demócrata del mundo sin dejar de ejercer su tiranía, que en parte hasta pudiera ser aplaudido por el pueblo, desde el espacio político de la «soberanía popular».

Maquiavelo insiste en demostrar a Montesquieu que el instrumentalismo político de la democracia es tan apto como cualquier otro para vehiculizar el despotismo y aún mejor para legitimarlo y le hace la pregunta «¿Cómo la democracia que es el poder del pueblo puede servir de herramienta y justificación al poder arbitrario de uno o de unos pocos sobre el pueblo?»

Se basa la respuesta en que toda esa soberanía popular se puede vaciar de contenido y no ir en su contra sino que basta hacerlo hábilmente para luego utilizarla en sentido opuesto al que fuera concebida. Lo primero que habría que hacer es convencer a la gente que puesto que la democracia ya está establecida y consagrada, puede inhibirse tranquilamente de la gestión política salvo aquello que le interese para apuntalar el poder usándola para sancionarla cada 4 años.

Se trata no tanto de violentar a los hombres como de desarmarlos, y menos combatir sus pasiones políticas que de borrarlas, menos de combatir sus instintos que de burlarlos, no solamente de proscribir sus ideas sino de trastocarlas apoderándose de ellas. «El secreto principal de los gobiernos consiste en denigrar el espíritu publico hasta el punto de desinteresarlo por completo de las ideas y creyéndose solo sus palabras».

En realidad es un libro de una crudeza patente que nos descubre sin tapujos la realidad de la política y de los políticos y que no dudamos se utilice su lectura por muchos gobiernos que han convertido al pueblo en mero espectador de sus decisiones que rayan en el autoritarismo pasando por encima de esos tres poderes que se funden en uno. «Parecéis creer en todo momento que los pueblos modernos tienen hambre de libertad. ¿Habéis previsto el caso de que no la deseen mas, y podéis acaso pedir a los príncipes que se apasionen por ella más que sus pueblos». Un libro que no ha caducado en sus comentarios de dos personajes decisivos en la historia de las ideas políticas, Maquiavelo y Montesquieu. El autor, aunque perdido en el tiempo, nos recuerda cómo la trapisonda y la mentira continúan siendo una constante en el mundo de la acción política.

En definitiva el autor por boca de Maquiavelo enfatiza las astucias y artimañas del poder absoluto, anticipa y denuncia las estratagemas de todos los déspostas que dictan Constituciones con el único fin de disimular su poderío e insiste en el diálogo final en la pregunta de Montesquieu «Vais entonces a destruir la organización judicial». A lo que Maquiavelo responde: «Yo no destruyo nada, tan solo modifico e innovo». Así de claro.

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