Opinión | Cartas a Gregorio
Noche de paz
Querido amigo:
Noche de paz, o como se titula en inglés, Silent Night (Noche silenciosa), es el villancico más popular de todos los tiempos, y se ha traducido a más de 300 idiomas. Han pasado ya más de 200 años desde que un 24 de diciembre de 1818 fue interpretado por primera vez en una iglesia de Austria.
Después, ha sido interpretada por multitud de cantantes, entre los que destaca la deliciosa versión que hizo Bing Crosby en 1935, que se convirtió en el tercer sencillo más vendido de la historia.
La canción fue compuesta por un organista austríaco y la letra es de un sacerdote de la misma nacionalidad. Tiene muchas historias, pero, sobre todo, se hizo famosa porque provocó uno de los capítulos más emocionantes de la Primera Guerra Mundial cuando, en pleno frente de batalla, los soldados alemanes y los ingleses decidieron hacer una pausa para cantar ese inolvidable villancico. Es lo que se conoce como La Tregua de Navidad.
Y se pregunta uno, Gregorio, si, a pesar de que los rusos y los ucranianos tienen fama de ser gente piadosa y creyente, cómo es que no ha llegado a un acuerdo para pactar una tregua, al menos en estas fechas.
Pero, como en todas las guerras, lo que se disputa es el poder económico, y mucho me temo que, tratándose de asuntos pecuniarios, el dinero no conoce la piedad.
Cuando teníamos entre ocho y doce años, mi madre tenía a una señora mayor que cada semana pasaba por casa y se llevaba sábanas, toallas y otras ropas para lavarlas en una acequia que estaba cerca de su casa. En aquella época no había lavadoras como las de hoy, así que mi madre prefería que las lavara en el campo y las pusiera a secar al sol.
Luego las volvía a traer a mi casa y, en una habitación que teníamos al fondo, se ponía a plancharlas con una plancha de carbón. Todavía recuerdo aquel olor a ropa recién planchada que envolvía la habitación.
Aquella buena señora también nos traía unas deliciosas truchas de batata en Navidad que hacía ella misma y que disfrutábamos junto a una copita de vino moscatel. En una de aquellas ocasiones, la señora, que solía ser bastante discreta y callada, se tomó más de una copita y se puso a cantar un corrido mexicano de los años 50 titulado «Ya vamos llegando a Pénjamo…». Se sabía la letra de la canción de principio a fin, o debió ser que el moscatel le refrescaba la memoria…
Total, que, entre copas y truchas, ya no se mantenía en pie, y tuvimos que llevarla a su casa para que durmiera la mona.
Tenemos la costumbre de decir que el vino ahoga las penas, pero, seguramente, será por un ratito. Aunque tampoco será tan malo si el mismo Jesús convirtió el agua en vino en las bodas de Caná…
Un abrazo, amigo, y que tengas unas felices fiestas.
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