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Juan Pedro Rivero González

SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero González

Más allá de la manada

La soledad no deseada es prisión. Es restar posibilidades. Solos no somos nosotros mismos

Un niño en soledad

El resultado es más que la suma de factores. Por separado somos lo que somos, pero juntos somos mucho más que la suma de individualidades. La macedonia es más que la suma de las frutas que la componen. Hay un elemento nuevo que surge del principio de la comunión. Y el milagroso experimento nos devuelve que, pese al conjunto, seguimos siendo nosotros. No perdemos nada y, sin embargo, ganamos mucho.

Esa capacidad de formar grupo es común con muchos seres vivos. La manada es un espacio de protección y de fuerza. Pero las sociedades formadas humanamente son peculiares. No es una mera manada. Hay protección del débil, promoción y cuidados compartidos, transmisión de experiencias y memoria. Hay cultura. Es más parecido al conjunto de un cuerpo en el que la diferencia de miembros es la que posibilita de grandeza del conjunto cuando existe vinculación adecuada. ¡Qué dicha la sociedad!

La primera es, sin duda, la familia. Sociedad natural socialmente relevante y fundadora de identidades y capacidades básicas. Sociedad comfiguradora de componentes invisibles del alma, de la personalidad humana. Todos hemos surgido a la existencia en el marco de una familia. Y cómo ha de ser protegida, cuidada y promovida esta sociedad primera.

Luego vendrá la comunidad educativa, las asociaciones de trabajadores y las sociedades sanitarias y de protección de los derechos. La sociedad de los cuidados, como le gusta decir a Francisco. La sociedad de sociedades, la comunidad regional o nacional. Esa sociedad que administra el estado como gestor de servicio de lo público. Pero antes del estado, siempre, la sociedad. Incluso antes de la ciudadanía, marcada por la ley, la sociedad.

La socialidad, esa capacidad de ser con los demás, nos identifica. Casi se convierte en definición de lo humano. Somos seres capaces de alteridad social. Seres sociales. Capaces de entrar en la comunicación que amasa la comunión. Somos sociedades. Llamados a la comunión. Porque «(…) no es bueno que el hombre esté solo», como nos recuerda el relato originario del Génesis. La soledad no deseada es prisión. Es restar posibilidades. Solos no somos nosotros mismos. Sin rostros que nos salgan al encuentro estamos perdidos.

Por eso son tan gratificantes los encuentros familiares. Por eso anhelamos los encuentros con los amigos y compañeros. Por eso es por lo que celebramos nuestras pertenencias. Este domingo pasado hemos celebrado el día de la Iglesia Diocesana. Esta comunidad tan Católica como Local, presidida por la Caridad de Cristo, y que peregrina es estas cuatro islas occidentales del Archipiélago de Canarias.

Y cada uno de nosotros es más cuando no vive solo, y aporta y recibe esa mezcla que emerge de la suma de factores, resultando algo nuevo y distinto, más grande, más hermoso, mejor. La suma orgánica más que la suma de elementos yuxtapuestos.

El milagro de la comunión.

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