Carta a Carmen Almendral Parra, fiscal jefe de Santa Cruz de Tenerife, por parte de su hijo Javier

Te escribo porque he encontrado las fuerzas para ello. Tras unos meses donde otros han podido hablar en tu nombre y honrar tu recuerdo, no había tenido fuerzas para enfrentarme a tu marcha, y en línea con el título de esta carta, todavía no soy capaz de asimilarlo.

Perderte ha sido lo más doloroso que he sentido nunca, no soy capaz de describir los sentimientos encontrados de dolor, rabia, impotencia y tristeza que pude sentir aquel día, aquella noche al enterarme de que nos habías dejado. Resulta curioso, pero de alguna manera sigo sin creérmelo del todo.

Una vez he entendido que esta desgracia no tiene vuelta atrás, y que por mucha búsqueda sobre los avances en una posible maquina del tiempo, los resultados no son halagüeños, permíteme que te recuerde tal y como eras, dándoles a otros la posibilidad de conocer que no solo eras excepcional en tu trabajo, sino también la mejor madre que ha existido jamás.

Te recuerdo como una madre entregada, no te separaste de nosotros en ningún momento de nuestra vida, y nos llenaste de fortaleza en los momentos más complicados para que pudiéramos enfrentar los retos que nos íbamos encontrando. ¿Recuerdas nuestra tradición de ir todos juntos el primer día de clase en coche con papá? En aquel camino nos ibais dando las consignas de cómo debíamos afrontar el curso escolar: «sed educados, atended en clase, y portaros bien. Por favor, que no me tenga que llamar Eli para una tutoría». Según el año de la adolescencia en el que nos encontrábamos, acogíamos mejor o peor tales consejos, siempre acompañados de alguna risa por nuestra parte.

Recuerdo cómo te sentabas con nosotros los domingos para hacer la tarea que nos habían mandado. Ponías en la mesa esas decenas de tomos sobre los juicios que tenías la semana siguiente mientras nos preguntabas el temario del examen o nos ayudabas con la tarea; siempre terminando con un «La letra, por favor, Javier», no sin antes encasquetarme un buen cuadernillo de Rubio, donde hacía playback por unos minutos para una vez terminado volver a mi letra original.

Incidiste hasta la extenuación en la importancia de la educación como único elemento diferenciador entre las personas, alejándote de la polarización ideológica que rechazabas de plano, y con la que tantas veces tuviste que lidiar en la institución que representabas.

Una vez me he ido haciendo mayor, he ido siendo consciente de conversaciones que escuchaba, pero no lograba entender en aquel momento. Recuerdo tu nombramiento como fiscal jefe de Santa Cruz de Tenerife. En el verano previo a tu elección te negabas a presentarte, al considerarte demasiado joven. Hicimos presión para que te presentaras, y finalmente te convertiste en una de las primeras mujeres de España (y más joven) en ocupar ese cargo, con lo que suponía tal nombramiento hace 20 años.

Algunas de tus amistades más cercanas (por aquel entonces) dudaron de tu elección al faltarte mano dura, hubo notas anónimas en tu escritorio cuyo contenido era tan deplorable como miserable quien las escribía, y tenías la sensación de que te embarcabas sola en esa travesía, donde desde un primer momento no te lo pusieron nada fácil. Pese a todo, amabas tu profesión y siempre fuiste una mujer de equipo: recuerdo cómo disfrutabas enseñando a los fiscales jóvenes, cómo nos comentabas con gran orgullo cómo había mejorado escribiendo esta persona, o qué bien se había adaptado esta otra y el gran futuro que tenía. Jamás impusiste una decisión por razón de tu cargo o experiencia, ni dejaste que otros la impusieran tratando siempre de «convencer y persuadir» como diría tu idolatrado Unamuno.

No te puedo ocultar lo complicado que están resultando estos meses tras tu marcha, e irremediablemente me vienen a la cabeza los últimos años en la Fiscalía, la situación tan complicada que tuviste que padecer tras 35 años como fiscal en ejercicio. Recuerdo el proceso de sucesión de la jefatura, la postulación de quien alguna vez fue considerada amiga, una fiscal general del Estado que se negó a atender tus llamadas, despachándote la que fuera su secretaria, y un proceso que finalizó como ya se había adelantado, culminándose la traición.

Recuerdo el año posterior a tu sucesión, cómo te apartaron de la profesión que amabas, te despojaron de tus funciones, y cualquier intento u ofrecimiento para ayudar en tu nuevo cargo de teniente fiscal fue respondido con ese desdén característico de quien ahora te sucede (hoy de nuevo premiada con otro reconocimiento por su larga trayectoria en la jefatura). Todavía no se ha entendido la altura moral e intelectual que requieren ciertos cargos, teniendo que padecer aquel trato denigrante durante más de un año, hasta que finalmente tu cuerpo dijo basta.

En lo que respecta a nuestra nueva vida, tras tu marcha, hemos tratado de volver a una realidad y rutina artificial, y digo artificial porque de alguna manera eras el centro de nuestro mundo. Recuerdo cada día llamarte a la salida del trabajo para comentarte las novedades del día, seguiría haciéndolo con cincuenta años, pero no nos será posible.

He constatado lo que ya pensaba tras tu marcha: la oleada de gente que te quería ha sido descomunal, ha habido muestras de apoyo de todos lados, muchos siguen apoyándonos día a día y cuidándonos en la medida de lo posible. Jesús, Carlos, Antonio, Mabel, Pedro, y muchos más han estado pendientes tras tu marcha, e intentan transmitirme la paz y serenidad que se requiere para seguir adelante.

Tratamos de estar lo mejor posible, pero no te negaré que lloro por ti cada día. Siempre algún recuerdo, algún comentario mordaz que habrías hecho o alguna broma que me viene a la mente me demuestran lo mucho que nos parecemos. En mi día a día he contado con el apoyo de mis amigos, y he tenido la gran suerte, de conocer a una persona muy especial, una luz que apareció cuando más profunda era la oscuridad capaz de sacarme una sonrisa incluso en los momentos más difíciles, he tenido esa suerte, solo lamento que no hayas podido conocerla: le estaré eternamente agradecido.

Me despido, mamá, dándote gracias por tu legado, por el cariño y amor que profesaste a tus hijos y familia, y si bien pusiste un listón demasiado alto, intentaremos estar a tu altura. Prometo mantener unida a esta familia, comportarme de una manera ejemplar, y cuidar y proteger a los míos, como tú siempre hiciste. Te quiero ahora y siempre.