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Francisco Pomares

Una nueva disuasión

Cuatro días después de que Putin iniciara la invasión de Ucrania, con casi 200.000 soldados, bombardeos que incluyen varias ciudades y uso generalizado de misiles, artillería y asalto acorazado, emulando la guerra relámpago con la que Hitler sorprendió a Europa en 1939, la verdadera sorpresa es que las fuerzas ucranianas resisten la penetración del ejército ruso, en las dos capitales del país, Kiev y Jarkov, y en los cuatro frentes abiertos por la invasión. Y donde mejor resisten es dónde estaban más preparados para hacerlo, en la frontera de las autoproclamadas repúblicas prorrusas de la región del Donbás. Lugansk y Donestsk. Lo que se esperaba fuera un paseo militar, que aplastara la defensa ucraniana en unos días, se enfrenta ya a problemas de abastecimiento para el ejército invasor. Mientras el Kremlin ordena golpear las infraestructuras estratégicas de gas y petróleo en las ciudades, una feroz resistencia ucrania asegura haber provocado miles de bajas en el ejército invasor.

Es en ese momento de sorpresa, coincidiendo con el anuncio de las primeras sanciones contra Rusia, cuando Putin volvió a revolucionar ayer el hormiguero internacional, con un inesperado pisotón nuclear. Lo hizo al ordenar poner en estado de alerta sus fuerzas de disuasión, que incluyen las armas nucleares, como reacción a la adopción de medidas económicas hostiles y las declaraciones agresivas de los líderes occidentales y de la OTAN contra Rusia. No se trata de una amenaza directa de empleo de armas nucleares, pero sí lo suficientemente clara como para despertar la indignación general en todo el planeta, y las primeras reacciones en la propia Rusia, dónde ayer ya habían sido detenidas hasta 4.000 personas por manifestarse contra la invasión, y dónde dos de los más poderosos plutócratas del entorno de Putin se descolgaron con peticiones de contención y paz. En realidad, a los empresarios del Kremlin –muy influyentes en el entorno del presidente ruso– lo que les preocupa son las consecuencias económicas que para sus conglomerados industriales tenga esta guerra. EEUU consideró ayer la activación de la fuerza nuclear como «retórica peligrosa» y «comportamiento irresponsable», y Europa anunciaba su decisión de cerrar alrededor de un 40 por ciento de las cuentas swift de los bancos rusos, bloqueando así sus plataformas de pago, congelar los fondos del Banco Central Ruso y el cierre del espacio aéreo de la UE y países aliados a las compañías de Rusia y Bielorrusia, además de la prohibición de emitir en Europa a Russia Today y a Sputnik. Mientras, Alemania daba el sábado un giro de 180 grados a su política de Defensa anunciando una inversión en rearme militar de cien mil millones de euros, y la entrega a Ucrania de armas, equipos y munición, una decisión seguida por otros gobiernos europeos, entre ellos el español, que sólo enviara material defensivo y médico. Y cientos de miles de personas respaldaban con masivas manifestaciones de protesta en varias ciudades de Alemania, la necesidad de una respuesta occidental al matonismo de Putin.

En realidad, se trata de medidas que podrían contribuir a frenar la política de expansión de Putin, haciéndole reducir sus exigencias en la negociación política convocada en Gomel, o –todo lo contrario– podrían servirle como justificación para sostener sus amenazas.

Pero lo que está claro es que con Putin en el Kremlin, el tradicional juego de la disuasión de la Guerra Fría no responde ya a los mismos códigos. Nadie confía ya en las virtudes disuasorias de la destrucción mutua asegurada, porque nadie cree en un escenario real en que las armas nucleares puedan llegar a ser masivamente utilizadas en un conflicto bélico. Y sin embargo, ese peligro, aunque lejano, existe. La verdadera disuasión pasa ahora por eliminar el dinero ruso de los mercados europeos, impedir la compra descarada de políticos y la financiación de partidos extremistas con el dinero del gas, perseguir directamente los intereses de los oligarcas de Putin, confiscar sus propiedades e impedir sus negocios en Europa. La capacidad europea de disuasión será mayor cuando Alemania y los países centroeuropeos instalan regasificadoras y no precisen el suministro de gas ruso, cuyos beneficios han permitido a Putin modernizar su ejército. Y hay más cosas por hacer: repensar la OTAN, redefinir la defensa europea, destinando muchos más recursos a defensa, seguridad energética, y a la protección de Alemania y el Este, ante la posibilidad de que Rusia pretenda repetir en el futuro su aventura en Ucrania.

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