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con la historia

Franco en las Naciones Unidas

Las informaciones periodísticas nos ofrecen constantemente noticias que ponen en evidencia el cinismo que rige las relaciones internacionales y los pocos escrúpulos de los Estados a la hora de establecer alianzas con regímenes dudosos. Las causas de estas amistades por conveniencia son múltiples: estrategia militar, intereses comerciales, necesidades energéticas... Es tentador parafrasear a lord Palmerstorn, un político británico que, en 1848, dijo que no hay aliados ni enemigos perpetuos; solo los propios intereses lo son. Un adagio muy adecuado hoy, que se conmemora la entrada de España en las Naciones Unidas en 1955.

Un momento de la votación en 1955 en la sede de la ONU.

¿Qué había pasado en el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial para que, con solo 10 años de diferencia, un régimen dictatorial fascista aliado de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini fuera aceptado en la ONU? Pues que habían cambiado las reglas del juego y las grandes potencias se movían por intereses distintos. Sobre todo Estados Unidos. De hecho, cuando en 1947 Washington puso en marcha el famoso plan Marshall para ayudar a la recuperación europea después de la guerra, el franquismo ya intentó que España también pudiera beneficiarse. La Casa Blanca no lo veía mal, pero pedía que la dictadura hiciera algún gesto de apertura. Era difícil de justificar que quien se presentaba como el campeón de la democracia mundial diera una millonada a quien había llegado al poder gracias a Hitler y Mussolini.

El único movimiento de maquillaje seudodemocrático de Franco fue convocar el referéndum por la ley de sucesión de la jefatura del Estado, una pantomima propagandística para justificar el mantenimiento de la dictadura. Aquello no solo no convenció a los americanos, tampoco a los franceses y a los británicos, que intentaban compensar su incapacidad de frenar el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y el abandono a su suerte de la Segunda República, a pesar de la demanda de ayuda de los políticos españoles durante la Guerra Civil. Unos hombres que desde el exilio continuaron la batalla de las relaciones internacionales. Sabían que si la dictadura era reconocida, esto supondría el fin definitivo de la opción republicana. Y tenían razón.

Desde el palacio de El Pardo también eran conscientes de ello y desplegaron una intensa actividad en el exterior. Y puesto que la democracia no era su fuerte, jugaron la carta del anticomunismo. Ahora que el fascismo ya no era una amenaza, el gran enemigo de EEUU era la URSS y, así como Moscú iba tejiendo una telaraña de países controlados desde el Kremlin, la Casa Blanca quiso asegurar su influencia en puntos estratégicos. Y la geografía era favorable a Franco, porque desde la península Ibérica se podía controlar tanto la parte occidental de Europa como el norte de África y el estrecho de Gibraltar. El acercamiento entre ambos países culminó en 1953 con la firma de los Pactos de Madrid, que permitían la instalación de bases del Ejército de EEUU en territorio español a cambio de ayuda económica y militar. Solo quedaba la rehabilitación de la dictadura franquista a ojos de la política internacional.

Cuando apenas se había constituido la ONU, los políticos republicanos lucharon para que se condenara al régimen nacionalcatólico y se recuperara el statu quo previo a la Guerra Civil. Lo máximo que obtuvieron fue una resolución contraria al régimen franquista en 1946 y la retirada de los embajadores de Madrid. Fue un espejismo. Solo cuatro años más tarde, la resolución fue revocada con la abstención de Francia y el Reino Unido y el apoyo de EEUU, que en aquellos momentos ya estaba negociando con España el tratado de 1953 que ya hemos comentado.

La guinda del pastel en ese proceso de encaje del franquismo en el teatro de la política internacional llegó el 14 de diciembre de 1955, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aceptó a España como miembro de pleno derecho. No fue el único país que ese día ingresó en la ONU, ya que también se votó favorablemente para que se integraran 13 candidatos, entre ellos Albania, Bulgaria, Hungría y Rumanía, regímenes comunistas amparados por la URSS, que también colocaba sus peones en el tablero de la Guerra Fría.

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