Vi el otro día en la cadena de televisión qatarí Al Jazeera un excelente reportaje sobre la represión franquista y los esfuerzos de los familiares de tantos inocentes cuyos cadáveres fueron arrojados a fosas comunes por recuperar sus restos.

Se trata de un reportaje estremecedor tanto por lo que cuenta de los crímenes de lesa humanidad de aquel régimen como por los esfuerzos de la derecha española por borrarlos de la memoria colectiva e impedir cualquier intento de reparación.

El régimen franquista fue muy pronto reconocido por gobiernos que habían combatido otros fascismos, pero que estaban ya sólo interesados en frenar a la URSS, y el dictador pudo morir en la cama tras “cuarenta años de paz”, como proclamaba su propaganda oficial.

El reportaje me hizo revivir a través de sus imágenes la tremenda violencia de la policía franquista contra jóvenes, estudiantes y obreros que luchaban contra la dictadura, las palizas que les propinaban en las calles y en las comisarías.

También aparecía la figura del psiquiatra del régimen, el siniestro Antonio Vallejo-Nájera, autor de una obra cuyo título lo dice todo: Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza, alguien que consideraba el marxismo un “gen rojo” que había que eliminar.

Recordaba asimismo el reportaje los infructuosos intentos del juez Baltasar Garzón y algunos colegas argentinos, tras años de imperfecta democracia, de exigir responsabilidades a políticos y a policías franquistas torturadores, entre ellos el apodado Billy el niño.

Con la aprobación de la Constitución se optó por correr un tupido velo sobre lo sucedido con el resultado de que muchos de los jóvenes actuales parecen ignorarlo todo no ya de nuestra guerra civil, sino también del largo periodo de represión que siguió a la victoria de los sublevados contra el régimen legal republicano.

Como señala Santiago Alba Rico en su libro España (Ed. Lengua de Trapo), “la memoria del franquismo se ha conservado en el dolor de algunas víctimas, de sus hijos y nietos, cuyo duelo silencioso, injustamente privatizado ha tenido poca o nula incidencia”.

Da envidia ver cómo, por el contrario, tras la derrota del régimen de Adolf Hitler, hubo en Alemania un claro intento de evitar su repetición con claras campañas de concienciación de la opinión pública sobre sus crímenes, algo que nunca ha ocurrido en nuestro país.

Edificios y lugares estrechamente asociados en su día al régimen nacionalsocialista recuerdan hoy sus crímenes en lápidas y documentos explicativos como también ocurre, por otro lado, con todo lo relacionado con la posterior dictadura comunista en Alemania oriental.

Nada de eso, repito, sucede aquí, donde los partidos de nuestra derecha, herederos directos de los vencedores de la Guerra Civil, se niegan al reconocimiento de los crímenes del franquismo con el peregrino argumento de que son “cosas del pasado”.

No acierto a comprender la actual actitud prepotente de partidos como el PP o Vox si no es por su tácito convencimiento de que la razón asistía a quienes se sublevaron entonces contra la República y salvaron a España de un comunismo que es ya historia, pero cuyo espantajo no dejan aquéllos de agitar irresponsablemente.

Por muy modernos que traten de presentársenos, los actuales dirigentes del PP parecen dignos sucesores de unas derechas intolerantes que nunca aceptaron otra verdad que la propia.

¿Cómo interpretar de otro modo la decisión del actual presidente de ese partido, Pablo Casado, de romper todos los puentes con el Gobierno de Pedro Sánchez, cuya legitimidad democrática las tres derechas –en ellas hay que incluir, por desgracia, a Ciudadanos– siguen sin reconocer?

La continua movilización de las pasiones, en lugar de la apelación a la razón, en asuntos como la independencia de Cataluña o el acercamiento de los presos vascos, todo ello con la inestimable ayuda de unos medios, sobre todo de Madrid, fuertemente ideologizados, demuestra que muchos no han aprendido nada.