El pensamiento políticamente correcto ha fijado ya, para uso y disfrute de todos, la manera como hay que abordar el asunto un tanto resbaladizo del rapero encarcelado. Cualquier persona debería tomar nota de ella, so pena de ser considerada antidemócrata, ultramontana y fascista.

Ante todo es preciso que digamos en las primeras frases de cualquier comentario, ya sea en forma de artículo, declaración o mensaje subido a las redes sociales, que nos resulta inadmisible el hecho de que el caballero haya ido a prisión por culpa de lo que dijo en sus canciones, tuits, correos o consignas. A continuación, debemos poner la mano en el pecho, a la altura del corazón más o menos, para asegurar que las frases del susodicho nos parecen de mal gusto, moralmente reprobables y del todo dignas de condena pero, ¡ay!, sólo en mente: se deben modificar las leyes para que tales manifestaciones no lleven a prisión. Se concluye sosteniendo que la aparente inconsecuencia que se produce entre algo que resulta reprobable pero no cabe perseguir ni castigar queda resuelta sin más que dejar sentado que la libertad de expresión ha de ser un amparo absoluto, que las leyes no deben limitarla en forma alguna.

Como digo, es ésa la fórmula canónica para evitar que seamos puestos en la lista de los apestados a los que no cabe ni dirigir la palabra. Y la única contrapartida, en verdad mínima y despreciable –como el épsilon para los matemáticos– a la que nos lleva es la de estar desmontando la verdad. Porque, que yo sepa, cada paso en la cadena lógica que les sugiero seguir se basa en un engaño.

El caballero de marras no ha ido a la cárcel por ninguna opinión ni insulto. Los dos años y medio a los que ha sido condenado obedecen a un delito de obstrucción a la justicia, a otro de amenazas y a uno último de maltrato físico. Así que para oponerse a la prisión del rapero lo que hay que pedir es que dejen de ser delitos las amenazas, los maltratos y las obstrucciones. Respecto al resto del argumento, parece en verdad raro que la libertad de expresión ampare cualquier idea expresada, sea cual sea ésta. Pongamos un ejemplo. En Alemania es un delito negar el holocausto de los judíos llevado a cabo por la dictadura nacionalsocialista y, ya que estamos, defender la ideología nazi. En la medida en que el genocidio contra los judíos es una de las lacras mayores del siglo XX, no parece que se pueda dar carta blanca para regocijarse de aquellos asesinatos masivos. Por supuesto que la libertad de expresión debe tener límites que vayan más allá de la simple condena moral: aquellos que llevan a eliminar, de palabra o de obra, a los demás.

Pero no se les ocurra decirlo. No dejen que la verdad les estropee una postura política confortable.