Las cifras de la inmigración son, como las de las muertes por Covid, lentejas: o las tomas o las dejas. Si en el caso de los fallecidos a causa del virus no se contabilizan muchos óbitos, por falta de confirmación, en el caso de las personas que han sido derivadas a la Península estamos ante un verdadero esperpento. Primero se dijo que no se estaba derivando a nadie. Después que solo unos pocos. Ayer dijo el delegado del Gobierno, Anselmo Pestana, que nada menos que 16.500 migrantes han sido trasladados a la Península. Ya es mala suerte porque ayer, en una respuesta escrita del Gobierno (el mismo de Pestana) al diputado Jon Iñarritu, de Bildu, se indicó que hasta el 11 de diciembre de 2020 se había derivado a un total de 2.035 personas desde Canarias a territorio peninsular. O sea, dos mil personas en casi un año y catorce mil en dos meses. ¿De verdad don Anselmo? Para comulgar con esa rueda de molino hay que tener la boca de un buzón de correos. Pero, es más, si suman los que dicen que se han derivado, los que han sido devueltos a sus países de origen y los que ahora mismo están en las islas, en vez de los 27.600 inmigrantes que –se supone– que han llegado a las islas podríamos fundar un nuevo país. Las cifras ya no se las traga nadie porque parecen trola tras trola. El delegado del Gobierno había salido para defender a quien le paga, o sea Madrid, porque las declaraciones del ministro Escrivá, diciendo que el plan es mantener una “población estable” de 7.000 emigrantes en las islas, habían cabreado muchísimo al personal. Es que habla Escrivá y sube el pan. Menos mal que las comunidades autónomas empiezan a mostrar su solidaridad con las islas, como en el caso de Castilla-La Mancha, que está dispuesta a hacerse cargo de 25 inmigrantes. Si todas hacen lo mismo, la solidaridad de nuestros compatriotas se hará cargo de algo menos de cuatrocientas personas. ¡Qué grande es este país! ¡Pero qué grande!

La derecha vive en el pasado y la izquierda en el presente. O sea, que unos arrastran la pesada cadena de Bárcenas y la foto de las Azores mientras que otros trasiegan el agua de la piscina de un chalé en Galapagar. Vaya país.

El tesorero de los Populares ha decidido tirar de la manta en una cama donde el yaciente ya estaba en pelota picada. A Pablo Casado, a rey muerto rey puesto, eso de que la sede del partido la hayan pagado con dinero B se la trae al pairo porque es cosa de atrás. Como el franquismo y los reyes católicos o Witiza. Yo qué se. Cosas de otros. La peste de la ropa interior de Isabel de Castilla ya no se puede oler, exactamente igual que los sobres que denuncia tardíamente el amigo Luis Bárcenas. Es como el dinero de Filesa que se tragaron los socialistas. O los fondos reservados que se fundieron en casas de latrocinio los que se encargaron de apiolar etarras en el terrorismo de Estado de míster X.

A Pablo Iglesias, sin embargo, no le asaltan los fantasmas del pasado sino los del presente. Porque a su compañera, Irene Montero, se le ocurrió contratar como niñera a un alto cargo del Ministerio de Igualdad, que es el suyo. Aunque no se sabe muy bien si fue primero el huevo o la gallina. Si primero fue alto cargo y después niñera a tiempo parcial o fue primero la cuidadora de los infantes Iglesias y después alto cargo de Cuidados en el ministerio. Que tanto monta, monta tanto. ¿No había un hombre disponible para que el discursito de la igualdad quedara mejor en la foto?

A lo que llegamos, si es que llegamos a algún sitio, es que quienes acceden al poder y la gloria terminan impregnados del tufo inevitable de las contradicciones. Porque es difícil evitar los atajo fáciles. Lo que puedes hacer porque sí, porque tienes el poder de hacerlo. Y entonces se produce la voladura de todos los discursos que se vuelven aguas de tristes borrajas. Pedro Sánchez, que abominaba de los filoetarras e independentistas, que juró sobre el honor de su centenario partido que jamás pactaría con ellos, está gobernando felizmente a lomos de esos votos que antaño decía repugnantes y hoy le huelen gloria. El Chanel de los catalanes y los vascos, que le permiten seguir en el machito. Y tampoco desprecia que Vox, esa ultraderecha feroz a la que odia ferozmente, le apoye con una abstención para permitirle aprobar la gestión digital –o sea, la que a él le dé la real gana– de los miles de millones de los fondos europeos. Y hasta elogió la responsabilidad de Abascal.

Lo que se ha conseguido por unos y por otros, con todos estos juegos malabares, esas miserias, esos apaños, es que la gente masculle entre defraudada y gozosa que “todos son iguales”. Que da lo mismo a quien votes porque la partitocracia en este país es un régimen, una agencia de colocaciones, una cloaca. La muerte de la democracia.