El Gobierno central ha decidido estirar los ERTE hasta finales de enero. Habrá que pedirlos otra vez y no llegarán a todos los sectores. O sea, serán ERTE recortados. Pero así y todo han sido celebrados con aplausos. Cualquier limosna se agradece en tiempos de necedad. (No es un error: también son de necesidad).

Estamos instalados en la estupidez colectiva. O había ERTE o habría paro. Y el Gobierno no quiere que se le estropee el maquillaje. Aquí incluso han sacado pecho hablando de la creación de empleo. Lo que no cuentan es que el empleo que se ha creado es público. Siete mil nuevos empleados llevamos este año en Canarias. Y tres mil y pico el año pasado. A este paso terminaremos todos trabajando para las administraciones. Solo quedará por resolver el pequeño problema de quién pagará impuestos para pagarnos a nosotros.

Aquí en las islas estamos esperando a que nos manden pasta. De Madrid o de Bruselas. O de donde sea. Pero las señales son malas. Que a estas alturas el Gobierno de España, una, grande y confusa, no haya dibujado el cuadro macroeconómico del año próximo o no haya fijado el techo de gasto clama al cielo. Un país serio no puede habitar en la improvisación permanente. Ni llevar dos años y medio con unos presupuestos prorrogados. Pero así estamos. Y a la ministra de Hacienda se le están poniendo los ojos protuberantes de un pánico muy contagioso.

Lo que tenemos que pagar por intereses de la deuda ya está por encima de los treinta mil millones al año. Faltan veinte mil millones anuales en la recaudación para pagar los ciento cuarenta mil millones anuales de las pensiones. Las prestaciones por desempleo andan ya por los veinte y pico mil millones. Los ERTE llegaron a estar en cinco mil millones al mes (hasta junio, según cifras oficiales costaron veintiún mil millones). ¿Seguimos? Y en un ejercicio de irresponsabilidad suicida, el Gobierno decidió a comienzos de año subirse los salarios públicos. Un pellizquito en los casi ciento treinta mil millones de masa salarial de las administraciones. Y el último que apague la luz.

El agua está entrando por la borda. El dinero de Europa está gastado antes de que llegue. Y uno se pregunta qué es lo qué tiene que pasar para que los partidos políticos entiendan que esto se está hundiendo de verdad. Todo les da igual. Y no me saca del desconcierto que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, hoy se arrime a Arrimadas y mañana la ponga a parir. Todo según vayan sus necesidades de darle celos a los independentistas catalanes. No me asombra, porque en el zoco de la política de hoy la decencia no existe. Pero no tiene nada de lógico tanto bandazo. Ni siquiera en él.

La Unión Europea ha hecho un esfuerzo solidario para que la crisis económica y la recesión causada por el coronavirus no liquide el estado del bienestar. Ha apostado por una política de respaldo a la deuda, ayudas del BCE y estímulos a la economía. Pero para que eso funcione, los países tiene que responder con la ordenación de los gastos esenciales, el recorte de los suntuarios y una política fiscal rigurosa y seria. Y de eso, en España, nada de nada.

Seguimos perdidos en las batallitas de costumbre. En inútiles mociones de censura sin ningún sentido práctico. En el onanismo republicano catalán. En el y tú más. En el "dos huevos duros", que decía Felipe González, el último presidente que hizo cosas grandes por este país. Y lo peor es que a los canarios nos coge con menos fuelle que un abanico de papel higiénico. Los ministros nos ignoran. Pedro Sánchez oye hablar de Canarias y sonríe con sorna. Somos políticamente irrelevantes (que es lo que hemos votado). No pintamos una mona. No tenemos ni peso, ni poso. Y a estas alturas no sabemos ni cuánto ni cuándo nos va a dar Madrid lo que necesitamos para sobrevivir.

Cuando la minería asturiana y leonesa se fue a pique, el Estado español acudió al rescate con un chaleco social de miles de millones para salvar una sociedades en la ruina. Lo mismo que hizo con la siderurgia en el País Vasco. Lo que le ha ocurrido a Canarias es exactamente eso: la debacle de su sistema productivo. Sin turismo habrá hambre.

Nos podemos pasar la vida pariendo planes perfectamente inútiles. Y haciéndoles PCR a las farolas o a Ninette y a un señor de Murcia que casualmente pasaban por aquí de vacaciones. Pero ¿y si el turismo tarda en regresar? ¿Y si tarda mucho? ¿Y si no vuelve?