Hace pocos días la responsable de cementerios laborales del Gobierno de Canarias, Elena Máñez, celebraba con prudente satisfacción que la curva de la destrucción de trabajo se estaba aplanando. Lo dijo con alegría contenida. No como Fernando Simón, cuando estalló de felicidad porque no vinieran millones de turistas ingleses a contagiarnos con sus miasmas.

España ha perdido un millón de empleos en el segundo trimestre. Un millón de ocupados pasaron a sacarse los mocos y más de cincuenta y cinco mil se fueron de cabeza al paro. Y dos millones ochocientos treinta mil se refugiaron en ese paro técnico que son los ERTE. ¿Dónde está la botella de champán para celebrar las cifras?

Pero echemos un vistazo a Canarias. En estos últimos tres meses que vivimos peligrosamente hemos destruido más de ciento ocho mil puestos de trabajo y el paro ha crecido en más de diez mil personas. Contando a los parados oficiales y a los congelados de los ERTE ya superamos el 40% de trabajadores expulsados del mercado laboral. Y eso que solo estamos empezando el descenso a esos infiernos cuyas verdaderas llamas percibiremos después de un verano ruinoso y sin turismo extranjero.

Es posible que quienes presagiamos una y otra vez -desde hace varios meses- el desastre económico que se acercaba vertiginosamente a Canarias, no seamos de utilidad. ¿De qué vale anunciar que te vas a estampar, si no puedes evitarlo? A lo peor el pesimismo crónico solo lleva a sufrir anticipadamente lo que tendrías que sufrir después. Irse muriendo antes de la muerte verdadera. Pero me parece una postura más racional que un optimismo ciego, que en ocasiones es indistinguible de la pura estupidez.

Decir que en Canarias se está dejando de destruir empleo ni siquiera es una tontería. Es la histeria del piloto que, con los motores en llamas y cayendo en barrena, pide calma a los pasajeros que gritan espantados. Nuestras islas van a padecer una quiebra económica brutal de la que solo nos puede sacar un plan extraordinario del Estado. Algo que en este corral nadie reclama y defiende con uñas y dientes.

No se sabe cuándo empezará la recuperación del mercado turístico. No se pueden hacer predicciones fiables en un escenario tan volátil y con tantas variables sanitarias y económicas. Tenemos ventajas estratégicas para seguir siendo un destino de éxito. Pero la recuperación, después de pasar por la UVI, va a ser muy lenta y difícil. Solo nos queda regresar a los clásicos. Poner la vista en Ángel Víctor Torres para que diga, como Anthony Quinn en el papel del líder de los beduinos, Auda Abu-Tayeh, "soy un río de oro para mi pueblo".

Porque una y otra vez el agua nos lleva al mismo molino. Tenemos que poner un campamento a las afueras de Moncloa. Tenemos que saltar el Ministerio de Hacienda tenemos que llevar hasta Madrid el grito de auxilio de una tierra que puede hundirse en la pobreza. Pero solo se escucha silencio. Y existe un punto en donde la prudencia se vuelve cobardía.