En Nubia, al sur de Egipto, se levanta el templo de Abú Simbel, un gigantesco complejo que data del reinado de Ramsés II, excavado en una montaña y declarado patrimonio de la humanidad. En 1968, fue desmontado piedra a piedra y trasladado a otro emplazamiento unos sesenta metros más alto, para salvarlo de la inundación provocada por una gran presa. Hoy se puede admirar exactamente como era.

La salud, a veces, cambia hasta tu manera de caminar. Hay momentos donde no vas de un sitio a otro como un tiro de escopeta, sino que avanzas lentamente mirando a todos lados. Eso que algunos llaman pasear y otros convalecer. Y estaba yo arrastrándome trabajosamente por Santa Cruz, cuando de repente desemboqué asfixiado en el lugar donde estaba la vieja plaza de la Paz. Y la volví a ver con los ojos de la memoria.

La plaza de La Paz fue movida apenas unos diez metros, pero cualquier parecido con la vieja plaza es mera coincidencia. El paso del tranvía obligó al traslado de una obra que se levantó por primera vez en 1870 y que tomó su viejo nombre en 1918 cuando el alcalde Mandillo quiso hacer un provinciano homenaje al fin de la Primera Guerra Mundial. En 1957 se inauguró la última reforma, con una fuente de piedra rodeada de un pequeño parterre ajardinado y circular.

En esta Isla tenemos una curiosa propensión por las nuevas modas. Todas las viejas y hermosas plazas de los pueblos fueron demolidas por el devastador paso del chachonismo de loseta. Pocas cosas hermosas del ayer se han salvado de la vulgaridad contemporánea. La piedra natural y los bancos de madera o mosaico fueron rápidamente sustituidos por un nuevo churrigueresco de cambullón y materiales varios que hacen que sentarse sea una aventura tortuosa. Además, ya poca gente se sienta, porque la vida consiste en ir de prisa de un sitio para otro.

La nueva plaza de La Paz es una buena muestra de lo poco que ganamos en el cambio del pasado al futuro. Aquella vieja y hermosa fuente fue cambiada por un aséptico, discreto y funcional aro que apenas destaca en el entorno. No es que no sea bonita, es que, sencillamente, no es la vieja fuente. Es otra cosa.

Los restos de la fuente de La Paz fueron descubiertos en el año 2009 en un solar del Metropolitano. En teoría iban a ser recolocados en otro emplazamiento de la ciudad. Pero nunca se hizo. No tenían "valor arquitectónico". ¡No me jeringuen! Fuimos capaces de instalar durante años la estatua de cartón piedra del King Kong de los carnavales en una esquina del parque de la Granja, pero nos olvidamos de remontar la fuente de la plaza de La Paz en otro emplazamiento. ¿Tenía más valor arquitectónico el gorila de cartón piedra que la mampostería de aquella plaza de nuestra niñez? Sólo este hecho objetivo habla del deterioro de las circunvalaciones cerebrales de los habitantes de esta ciudad, puerto y plaza con pocas plazas.

Existe en Santa Cruz un palpable desinterés colectivo por la historia. Proteger los edificios más singulares de esta capital costó lo que no está escrito. La gente estaba por tirar las vieja casas para levantar modernos edificios. Santa Cruz es una ciudad de rincones que pocos visitan. De fuentes olvidadas. De lugares con resonancia histórica despreciados.

Cualquier otra ciudad del mundo habría convertido la defensa de la capital frente al intento de invasión de Nelson en algo glorioso y épico. Fue mucho más notable que lo del El Álamo, en Tejas, ante el ataque de los mejicanos. Mucho más que el asedio del Parque de Artillería el dos de mayo en Madrid. Pero mientras otros inflan sus glorias, honran a sus héroes pasados y engordan sus ingresos turísticos, nosotros nos lo pasamos por el refajo del desprecio. Es cosa de viejos y de nostálgicos. Nos deshacemos de nuestra poca historia con desinterés y pasotismo.

Lo mejor para el futuro suele ser conservar lo mejor del pasado. Se puede ver en todas las grandes ciudades del mundo y más en las que tienen vocación de ser visitadas y de ser cosmopolitas. Debe ser por eso que nosotros no lo hacemos.