Moldavia es un pequeño país centroeuropeo, enclavado entre Rumanía y Ucrania, en la región conocida desde antiguo como Besarabia, nacido en el siglo XIVcomo principado rumano y que, a lo largo de su historia, ha vivido los avatares de conflictos y cambios (anexionado por otomanos, austrohúngaros, rusos...). Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial fue incorporado como un satélite más a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y así, al otro lado del llamado Telón de Acero, transcurrieron los años.

Olga Esanu vino al mundo en Chisináu, la capital del país, precisamente en 1990, el año de la declaración de independencia. Nacía una generación libre, pero lo hacía en un momento crítico que coincidió con el enfrentamiento armado entre la recién constituida república y la región de Transnistria, que se negaba a adherirse al nuevo gobierno y contaba con el apoyo del ejército ruso. Aquella guerra abierta se prolongó hasta 1992, dejando el saldo de un millar de muertos y un trauma en la sociedad moldava que a día de hoy aún se mantiene latente.

Olga vivió su infancia en un pueblo distante apenas unos 40 kilómetros de la capital, y recuerda a sus abuelos y sus padres comentar, en privado y en voz baja, cómo vivieron las épocas de conflicto y tensión; cómo intentaron cambiarles la mentalidad, les reescribieron la historia a su antojo y también les impusieron el ruso como idioma. 

Su abuela, que la enseñó a leer cirílico, era ucraniana, «una mujer luchadora y trabajadora que ejercía de médico en un pueblo; estaba casada con un moldavo y era madre de tres niños», comenta con nostalgia. «Me dejaba su estetoscopio y de ahí mi pasión infantil por convertirme en médico». Olga padecía todos los años ataques de bronquitis; sufría de tanto frío y humedad, y se pasaba largas temporadas ingresada en el hospital. «Tenía toda una colección de jeringuillas y me habitué a jugar con las muñecas como si fueran mis pacientes».

En Moldavia, cuyo perfil físico recuerda un racimo de uvas, las familias elaboran sus propios vinos, una bebida que consideran sagrada. Olga refiere orgullosa sus bodegas de ensueño, como la Milestii Mici, con 200 kilómetros de corredores y alrededor de un millón y medio de botellas, registrada en 2005 en el Libro Guinness de los Récords como la colección de vinos más grande del mundo.

Después de haber trabajado en el hotel Nivaria de La Laguna decidió que precisaba nuevos desafíos

Lo cierto es que cuando contaba 12 años, la familia Esanu decidió emigrar y se trasladó a Santander. El idioma no suponía un problema para quienes hablaban una lengua románica, emparentada con el español. Otra cosa era el cambio de país, también de geografía, de clima, de mentalidad, de gentes... Con todo, Olga no esconde que fue en Cantabria, a la que considera su segunda casa, «donde me hice mujer», y también el lugar donde vivió su primer amor, el de la tierna adolescencia.

La historia de su recalada en Tenerife también tiene que ver con el amor, en concreto con la influencia de una pareja. Él trabajaba en la ciudad de Ámsterdam y le hablaba de la Isla como el espacio ideal donde iniciar su proyecto de vida en común. Tanto fue así que Olga, que cursaba Administración y Dirección de Empresas en la universidad, decidió que había llegado el momento de disfrutar de un merecido descanso, de un paréntesis, para así desconectar después de tanto trabajar y estudiar.

Y pensó en venir Tenerife. Fue un mes de mayo cuando aterrizó en la Isla y se alojó, como una guiri más, en el Puerto de la Cruz. Tan solo pasó cuatro días, pero le bastaron para enamorarse perdidamente, sobre todo, del clima. Eso de poder estar a las doce de la noche en plena calle, con cholas y en manga corta la cautivó.

Seis meses después tomaba una decisión fundamental para su futuro: trasladó la matrícula a la Universidad de La Laguna y volvió a Tenerife. «La vida me dio un vuelco de 180º», confiesa. Se enfrentaba al desafío de empezar desde cero.

Sostiene que "he crecido tanto en lo personal como profesionalmente; no paro de aprender"

Tras su llegada a la Isla, además de seguir con sus estudios, encontró trabajó en el Hotel Nivaria, en La Laguna. «Allí conocí los distintos renglones de la hostelería: dirección, alimentación y bebidas, recursos humanos, markerting... Todo un mundo por descubrir y fue entonces cuando me di cuenta de que no sabía nada», como diría el mismo Sócrates cuando pronunció el principio de la sabiduría.

A los pocos meses firmaba un contrato indefinido, como jefa de sector en el área de organización, encargada de los servicios de cafetería, desayunos, restaurante, eventos...  En aquellas tareas estuvo dos años y medio, en los que «tuve la fortuna de trabajar junto a personas que me enseñaron mucho», reconoce, un tiempo en el que pulió su perfil organizativo, adquiriendo un sinfín de conocimientos. «Fue la primera vez que me vi obligada a llevar reloj, algo que nunca me había gustado», ya el tiempo le marcaba los pasos, pero entendió que resultaba una herramienta imprescindible para desarrollar sus funciones.

Olga se encontraba muy a gusto en el hotel, pero algo en su interior le susurraba que necesitaba algo más: quería seguir creciendo, aunque aquello representara volver a poner su reloj vital a cero.

Se dio entonces dos meses sabáticos, disfrutando de su casa en Bajamar, del mar, del Sur... Hubo un momento en el que pensó irse a Inglaterra, donde reside su hermano, pero decidió que lo mejor era terminar sus estudios universitarios. En ese tránsito, el azar quiso que un compañero del Hotel Nivaria le pasara una tarjeta de Pedro Nel, que estaba buscando profesionales para su restaurante en Santa Cruz. «Llamé al número de teléfono y fue él quien me contestó. Me dijo que le enviara un curriculum y al día siguiente me entrevisté con él. A las 24 horas estaba trabajando en el restaurante». Fue allá por octubre de 2019. Eso sí, a los tres días estuvo a punto de tirar la toalla, pero Pedro Nel le dio un discurso de vida y la convenció para que continuara.

Y aunque pensaba que al final se aburriría, Olga sostiene que en Etéreo «he crecido tanto en lo personal como profesionalmente; no paro de aprender», afirma, y no duda en definir este restaurante –primero en la plataforma Tripadvisor, recomendado por la Guía Michelín y con dos Soles Repsol–, como una auténtica escuela.

«Tanto esfuerzo ha valido la pena», dice entre suspiros y con los ojos brillando, mientras en su cabeza bullen nuevos desafíos.