Los conocidos como mercados de abastos fueron a lo largo de los siglos el auténtico corazón de las ciudades. A ellos acudía la gente de toda clase y condición, y no sólo para hacer acopio de los bienes con los que alimentarse, sino porque era allí donde el campo entraba en la ciudad: el verdadero epicentro de la vida social. Después, con el paso del tiempo, llegaría la feroz competencia de las grandes superficies, la incompatibilidad para conciliar los horarios laborales con el tiempo de ocio, los cambios de mentalidad y de consumo, la alternativa de los supermercados que, mezclados con otro puñado de factores socioeconómicos, a punto estuvieron de convertirlos en ruinas, en mudos testigos del pasado. Fue entonces cuando, casi como una solución de urgencia, surgió la fórmula del mercado gastronómico y desde ahí arranca este nuevo renacimiento, bien entrado el siglo XX.

La popular Recova santacrucera –a la que el diario británico The Guardian calificó en su día como uno de los diez mejores mercados del mundo– rezuma, sin duda, un particular encanto; es de esos lugares cuajado de una desbordante vitalidad, que se siente ya desde bien temprano por ese continuo ir y venir y que, sobre todo, desprende un universo plagado de olores, colores, sabores...

Marina es una joven cocinera, amante del deporte vernáculo, que desde hace casi siete años oficia en este local

En el exterior se alinean los puestos de comida, una sucesión inagotable –la mayoría de cocina popular– que casi obligan a desviar la mirada a ese tropel de transeúntes que serpentean entre un público bullicioso que o bien atraca en las barras –sin necesidad de práctico– o fondea en las terrazas. Allí, en el número 29, en un pequeño local, casi una islita de nombre La Agarrada, oficia Marina, joven cocinera y amante del deporte vernáculo –hija de luchador y directiva del club Los Campitos– que el próximo mes de junio cumplirá 7 años al frente de un negocio donde ha sabido conjugar sus pasiones.

Esta mujer reconoce que de su abuela, sus tías y su madre aprendió las mañas de la cocina –ese especial toque por dentro del corazón–, y precisamente es lo que brinda al cliente: aquello que ha visto hacer toda la vida en su propia casa y, además, con gusto.

La carta de La Agarrada nada con mucha soltura en las aguas del Atlántico y es toda una inmersión en la mar porque aquí sólo se trabaja el pescado. 

Juanmi, tripulante siempre atento, faena en la orilla, acercando a la mesa unos tollos en salsa, de carnosa textura y un especial regusto final, tan solo medio picantón, acompañados de papas y una batata dulzona que animan a tentar una cuarta de tinto de La Victoria (el blanco viene de Vilaflor); los chocos a la plancha, con su inexcusable mojo, dejan esa sensación de agradable sabor a parrilla, y el rejo de pulpo pide un aliño de aceite y vinagre para no ser menos. En la vitrina asoma un encebollado, o el salado, mientras Marina da cuenta de un pescado frito y asegura, orgullosa, que son el único local que sirve cherne.

(La Agarrada, Local exterior, nº 29, Mercado Nuestra Señora de África, Santa Cruz de Tenerife: horario de  de 8:30 a 17:00, cerrado miércoles y jueves; tfno.: 670674748).