Javier Moro Espinosa, desde 1989 director comercial de Bodegas Emilio Moro, asumió en abril del año pasado la presidencia de esta empresa familiar enraizada en la localidad de Pesquera de Duero (Valladolid), una historia que se remonta a la figura de su abuelo Emilio Moro (1891), quien plantó un clon de Tinto Fino y dio con la clave de la Tempranillo, el origen de unos vinos que están regados actualmente por más de 70 países de los cinco continentes. 

El renglón de la exportación es uno de los ejes estratégicos de la bodega, que se marca como táctica expandirse y acercarse a consumidores de todo el mundo. En esta línea pretende llegar a la totalidad del territorio de un monstruo como Estados Unidos, después de haber alcanzado en el último año hasta 45 de los 50 estados que integran el mercado de aquel país, además de extender su presencia en el resto de América y Asia. Esta implantación internacional se conjuga, además, con la expansión doméstica, hacia Castilla y León, con el proyecto de la construcción de una nueva bodega en Ponferrada, en la DO El Bierzo, donde ya están elaborando vinos.

Javier Moro estuvo presente en cuerpo y alma, un año más, en la cita que organiza la vinoteca El Gusto por el Vino en el Salón de GastroCanarias, protagonizando junto a Toño Armas la ya afamada ceremonia de descorche de una botella Magnum de Emilio Moro, esta vez de la añada 2019.

Para este bodeguero, la viticultura se asemeja a una carrera de fondo que, en muchas ocasiones, puede llegar a convertirse en una práctica solitaria. «El atletismo es similar a la viticultura, un ejercicio de resistencia, porque el trabajo en el campo es muy muy duro». Pero ahí está ese particular ADN, un gen heredado de su abuelo y que se ha ido transmitiendo, vendimia a vendimia, poda a poda, de generación en generación, haciendo posible la pervivencia de un espíritu basado en el tesón y el esfuerzo, en el conocimiento y el cariño que siempre está orientado a buscar la mejora de los viñedos, imprimiéndoles una solidez capaz de hacer brotar la personalidad de cada uno de los vinos. «Es muy gratificante darte un paseo en esta época y sentir cómo florecen las viñas, que pareciera que hasta te hablan», murmura Javier casi cerrando los ojos.

En su condición de maratoniano amateur, este bodeguero de pura cepa atesora cualidades como la fortaleza mental y física, la capacidad de resistencia, el umbral del dolor y la fatiga... «Es como la propia vida; si quieres alcanzar una meta debes sacrificarte hasta el último aliento». Se trata, como sucede en una maratón, que esa carrera «sea lo más alegre posible y adecuada a tus parámetros». Reconoce que ya desde la salida, esa marea humana «te lleva en volandas» y así van cayendo los kilómetros, uno detrás de otro. «La sensación final, cuando cruzas la meta, es sencillamente indescriptible», como cuando se embotella un vino. «En mi primera carrera me eché a llorar como un niño». En aquella ocasión llevaba la rodilla vendada -casi injertada-, sufrió de lo lindo, a punto estuvo de abandonar, pero cuando traspasó la línea de meta y le colgaron la medalla en la Cartuja de Sevilla el corazón le dio un vuelco.

Haciendo un paralelismo, la viña es capaz de sufrir ante la sequía, soportar el estrés hídrico, horas y horas de insolación, también el exceso de agua... «Ella se autorregula, sabe cómo trabajar, orientarse», explica Javier Moro, quien destaca los ya 34 años de vida de un proyecto como el de Bodegas Emilio Moro, amparado bajo el paraguas de la Denominación de Origen Ribera del Duero, «siendo capaces de tener un vino de fama internacional».

Bajo su piel rezuman trabajo, ilusión, esfuerzo, humildad, respeto... Y sobre la piel de la tempranillo explica que es gruesa, la capa donde se almacena la esencia del vino: polifenoles, antocianos, taninos, materia colorante... «Son uvas pequeñas y eso permite elaborar vinos con unas cualidades únicas». El cambio climático lo considera un hecho evidente. Con todo, Javier Moro estima que el efecto de la sequía de los últimos años puede deberse a un efecto cíclico, aún no irreversible. Pero las señales están ahí: «De niño recuerdo vendimiar el 12 de octubre y esta última la comenzamos el 12 de septiembre». Sin embargo, subraya cómo en el 2022, con un 30% de volumen de pérdida respecto a la de 2021, aquel fue paradójicamente un año espectacular: «Menos agua y menos fruto, sí, pero mayor concentración y calidad».

El viñedo es sabio, como la propia naturaleza, y por viejo reacciona ante las adversidades: «La parra es muy inteligente; si el agua y la comida la tiene aseguradas se dedica a tirar ramas y hojas muy bonitas, pero en lugares de secano y de altura, donde entiende que lo determinante es el agua, cuando se ve atacada por el sol se contrae, se pigmenta bien y saca racimos», sacrificando la vistosidad por la supervivencia.

Sostiene que el mundo del vino es muy complejo. «Mucha gente se piensa que esto es soplar y hacer botellas. Pero desde la poda hasta que el vino llega a la mesa suceden tantas cosas que hay que determinar para que el resultado final sea el óptimo...». ¿Y por qué unos vinos valen más que otros? «Sus condicionamos positivos tendrán; a nivel de viñedo, altitud, suelo, elaboración... ¡Hay tantas variables!».

Ahora, Javier Moro le ha echado el ojo a los blancos –de tintos va servido con sus afamados Malleolus–, de ahí su nueva apuesta por la uva godello, con 60 hectáreas de viñedo propio y tres referencias –de nombres Polvorete, El Zarzal y La Revelía, que ya se han hecho un hueco en el mercado y también han obtenido muy buenas críticas– y una bodega en construcción que asegura muy pronto verá la luz. «Es una zona interesantísima», uno de los claros exponentes de la llamada viticultura heroica, con cultivo en bancales –tan propios también de la agricultura isleña– y maduraciones en distintas alturas y tiempos. 

Recuerda que cuando conoció los vinos canarios, hace casi unos treinta años, «la verdad es que eran algo duritos de pasar», confiesa con sinceridad. Por entonces, en las Islas se hacían vinos jóvenes, pero en adelante considera que la evolución sí ha sido evidente y pone el acento en el rescate de variedades antiguas, únicas de las Islas. ¡Ah!, pero si algo le apasiona son las papas negras. Siempre se lleva unos kilos de vuelta a casa y cualquier isleño que lo visita debe cumplir llevando este presente, un gesto que agradece este campesino, bodeguero desde la raíz.