Cuenta la historia que, tras aparejar dos carabelas y una nao, el navegante Cristóbal Colón se echó a la mar desde el puerto onubense de Palos cargado de ilusiones y con la esperanza de encontrar la idílica ruta de las especias. «Partimos viernes tres días de agosto de 1492 de la barra de Saltés, a las ocho horas. Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner del sol hacia el Sur sesenta millas, que son quince leguas; después al Sudoeste y al Sur cuarta del Sudoeste, que era el camino para las Canarias...», relata el diario de a bordo. Y sería aquel 9 de agosto cuando, obligado por la rotura del gobierno (timón) de una de las naves, la flota tomaba tierra en las Islas, que ya desde entonces se convirtieron en despensa, en el punto de aprovisionamiento para las embarcaciones en sus periplos oceánicos más allá del horizonte conocido. En La Gomera, la flota cargó, además de tripulantes, quesos, carne, madera y todo lo necesario para afrontar con garantías aquella histórica travesía, largando velas en aquel Día del Señor del 6 de septiembre de 1492.

Pues varios siglos después, y también desde Huelva, Raúl Clemente puso rumbo a las Islas en la idea de descubrir nuevos mundos. Formado en Pedro Subijana, este cocinero y apasionado surfero decidió fondear en Bajamar, en la costa lagunera, donde desde abril de 2018 mantiene abierto Mojo Rojo, un espacio que encierra el rumor de la mar con una cocina reflexiva, al tiempo que atrevida, dinámica en los giros, elegante en los detalles técnicos y que sorprende por sus ingeniosas y estilizadas maniobras.

Raúl juega con el producto como lo hace con las olas, equilibrando una carta, que es su quilla, desde la condición de surfero de izquierda –que nada tiene que ver con inclinaciones políticas, sino con la forma de estar sobre la tabla–, marcando un derrotero que se orienta desde la materia prima local –muchos de sus compañeros de surfeo son también pescadores– y que rompe en originales sabores.

Este restaurante ofrece dos menús degustación, corto y largo, como la misma intensidad del oleaje, pero la corriente igual empuja a varar sobre la carta o las sugerencias, desde deliciosas tapas hasta arroces y postres.

Escoltado a babor y estribor por Óscar y Ángel, de la cocina emerge el Sabor Costa Norte, un camarón soldado metido en una pipeta con una guinda, escabechado de burgados y lapas con mojo verde y tapioca para texturizar; también una exquisita Crème brûlée marina, de cangrejo blanco, azúcar quemada, gel de lima, cebolla caramelizada con brandy, más alicornia y cebolleta, o ese rejo de pulpo frito a la plancha, crujiente y picante, con lactonesa de kimchi y panko.

Además de la creativa vajilla de La Jícara, la originalidad también descansa en la propuesta de vinos que brinda Iván, el sumiller –acompañado en sala por Casandra–, más de un centenar de referencias donde se mezclan pequeñas bodegas con marcas consolidadas, pero todas canarias.

¡Ah!, y hace unas pocas mareas estrenaron zona de marisquería, un espacio fresco, con una barrita informal, a la orilla de la sala.

Y afuera, la mar como un plato.