De apellido casi impronunciable, tanto es así que cuando la entrevistan por la radio hay quienes suelen recurrir a presentarla como Hernández, Rasa Strankaunskaite es natural de la bella ciudad de Klaipeda (Lituania), en la desembocadura del río Nemunas, a orillas del mar Báltico.

Fue su innata curiosidad la razón de que arribara a Canarias. Su tía, pintora, había ido de turismo a Gran Canaria y a su vuelta volvió llena de la luz del Sur, de radiante alegría; tal fue el influjo de las Islas que en la década de los noventa se casó con un canarión.

Eran tiempos postsoviéticos, con otras miradas. «Ella marcó en la familia una nueva perspectiva del mundo y de las cosas, otra forma de ver la vida; entonces la considerábamos loca y hasta que no pasaron los años no la entendimos en toda su dimensión». Aquello de saltar el muro social y psicológico; pintarse los labios con carmín rojo; superar los dogmas y la ortodoxia comunista... «Por ejemplo, no se podían compartir los platos y ella nos enseñó todo lo contrario, colocando uno en el centro de la mesa para que todos metiéramos la cuchara».

Fue una gran influencia para Rasa, como también su madre, a la que define como «una Marco Polo: viajera, estudiante... Una chica que siempre estaba buscando cosas y seducía, pero no sólo con especias». Recuerda que compraba zapatos en Armenia para después venderlos en Bielorrusia.

Con diez años probó un syrahen Armenia y no lo olvidó, como tampoco la bofetada que le dio su madre

Precisamente, de su estancia en Armenia guarda en la memoria aquellas celebraciones: grandes panes, carnes de cordero, fantásticas ensaladas y vino en un ambiente lleno de felicidad. «Un verano, mi madre me llevó al monte Ararat donde se elabora un vino con uva syrah muy penetrable y oscuro. No tenía ni diez años y lo probé. Siempre recordaré aquel sorbo y también la bofetada que me dio cuando me vio con los labios y los dientes totalmente negros». Pero ahí surgió la magia. Desde entonces quedó cautivada.

Rasa no se considera tan valiente como ellas; «en esta época todo es más sencillo. Antes no podías decir lo que pensabas, debías pensar lo que decías». Y como le sucedió a su tía, en 1993 –con dieciocho años y estrenado mayoría de edad– puso rumbo a Gran Canaria y se enamoró de la altura de las montañas, de la luz... «Era otra naturaleza y otra manera de ser, pero lo que me atrapó fue el volcán: la pimienta, los sabores diferentes...». Y también un chef. De aquel amor nacía en 2002 su hijo Marcos. «Yo trabajaba en la sala y él en la cocina y competíamos entre nosotros por ver quién de los dos lo hacía mejor». Tuvo que formarse, adquirir conocimientos. Todo su mundo giraba en torno a la gastronomía; trabajando con los grandes. En el año 2000, Rasa fue sumiller del restaurante La Aquarela y antes trabajó con Felo Botello, distribuidor de grandes bodegas, propietario de un bistró en la calle Triana de Las Palmas que era «insoportablemente famoso. Y eso marca; creces de una manera inmensa», confiesa.

El Hotel Escuela de Tenerife la contrata para promocionar los vinos canarios. Por aquel entonces, en su carta sólo ofrecían dos referencias de las Islas, y Rasa llega dispuesta a darle un giro. Separada y con un niño pequeño en brazos, sin familia que la amparase y luchando contra todos los inconvenientes, el amor y la pasión –que siguen vivos– la mantuvo quince años en el puesto. «Es imposible no enamorarse de estos sabores antiguos, arabescos; picantes y muy salinos», dice paladeando las palabras.

No entiende que con un menú degustación en un restaurante canario se descorche un Rioja o un Ribera

Cree firmemente que lo que hoy es se lo debe a los vinos. «Me enseñan mucho» y la ayudan a sobrevivir. Después de 30 años en el mundo de la restauración, Rasa ha apreciado la evolución de los vinos canarios y también del paladar de los consumidores. «Antes sólo podías ofrecer blancos y de algunas zonas, algo muy concreto, como los malvasías. Los tintos, bajo ningún concepto». Ahora, a la vinoteca que regenta en La Laguna Gran Hotel, en la calle del Agua, le piden variedades: baboso, negramoll, si tiene algo de Llanos Negros, si conoce esta o aquella bodega... Hay mucha más cultura vitícola», explica. La promoción dinámica ha sido fundamental y las cartas de los restaurantes de alta cocina son una pieza básica.

En 2020, durante el encierro a  causa de la pandemia, erupciona la idea del proyecto Tesoros volcánicos. A través de las redes sociales la gente hablaba de vinos y Rasa, atenta a lo que oía, no paraba de escribir, repensar, soñar... Aquello se tradujo en una vendimia de 40 páginas que ofreció al Gobierno de Canarias. Y escorcharon en Tenerife, manteniendo las distancias, de ahí a Gran Canaria, Fuerteventura y ahora en La Palma; el próximo año visitarán La Gomera y darán el salto a Madrid. La vendimia comprende cuatro sesiones cargadas de historia, catas de 16 vinos premiados en Agrocanarias, armonía de quesos y vinos, una sesión de babosos con cata de chocolate, pecados capitales, y por último, los espumosos canarios.

«No puedes sentarte en un restaurante canario, con un menú degustación de al menos hasta ocho platos que te hablan de mil historias y tradiciones para que después te ofrezcan un Rioja o un Ribera», confiesa sin papas en la boca. Una botella encierra un paisaje, sus gentes, los antepasados. «El vino te lleva a ciegas hacia el territorio donde brota: un viaje a través de los sentidos», dice Rasa.

En su relato no olvida lo que representó el comercio del vino para las Islas hace siglos y cómo después de haberse producido la crisis de ese cultivo, se mantuvieron los viñedos, «ese hilo con el pasado que ha posibilitado recuperar viñas antiguas», y lo que eso ha representado de un tiempo a esta parte, un renglón de exportación importante y además prestigioso. Las variedades se mantuvieron por aislamiento y, sobre todo, por la valentía de algunos viticultores por rescatarlas. El hecho es que están tipificadas 17 variedades de uva exclusivas de Canarias, que no existen en ninguna otra parte, y quienes visitan la vinoteca de La Laguna Gran Hotel escuchan por el corazón y la boca de Rasa la historia de siglos: el terreno volcánico, dos millones de años de evolución, el terroir, los distintos tipos de suelo, los microclimas... 

Hay que sensibilizar y recordar, porque la memoria suele ser muy frágil, y Rasa invita a descubrir nuevos sabores, a salir del corsé y aportar nuevos placeres. El vino despierta en ella «las emociones más bonitas del mundo» y mantiene viva esa pasión al ver cómo a otras personas les brillan los ojos y se les abre el alma al llevarse a la boca un vino canario.