No sabemos aún cuantas cosas va a cambiar esta pandemia global. Muchas, seguro. Algunas para bien, y de otras cabría decir, al menos de momento, que por desgracia. ¡Y cuántas otras no cambiarán, lamentablemente, pese a todo! ¿Cómo será nuestra mirada, individual y colectiva, sobre el mundo, sobre los otros, sobre nosotros mismos, a partir de ahora? ¿Qué arrastraremos del pasado a la nueva realidad? ¿Hacia dónde nos arrastrará esa nueva realidad? En una sociedad tan ensimismada, tan pagada de sí misma, no sabemos aún qué elementos acabaremos poniendo sobre la mesa para cuestionar, para preservar o para eliminar. Todavía queda mucho tiempo para poder empezar, no ya a sacar conclusiones sobre lo que está pasando, sobre lo que nos está pasando, sino simplemente sobre cómo creemos que lo estamos viviendo, y no digamos sobre las repercusiones que tendrá. Es así aun cuando haya tantos iluminados con tantas mentirosas y burdas certezas.

Y una de las cosas que se analizarán y se revisarán será el mundo de la información y el papel de los medios de comunicación en este momento histórico. Y el de las redes sociales, esa dimensión que cuando surgió iba a ser la gran revolución democrática de la comunicación, el gran ideal universal de la información transversal, popular y emancipadora, y que sin embargo ha devenido en un territorio tóxico, dañino, cargado de odio, con frecuencia de ignorancia, y cada vez más sujeto a la manipulación por parte de poderes ocultos, y al ocultismo del poder de los bulos. Contra lo esperado, las redes sociales llevan camino de hacer este mundo más apocalíptico y menos integrado.

Pero el virus que nos afecta está muy por encima de este metadebate, en su realidad abrumadora, nos mantiene con los pies en la tierra y el alma en vilo, y nos plantea escenarios nuevos y cambiantes, y nos abre los ojos sobre la presencia de los medios de comunicación y sobre el papel de los periodistas. Y no en el sentido teórico del debate académico, sino en el sentido práctico de las ruedas de prensa, esa liturgia de la información que los ciudadanos, en su confinamiento, han descubierto durante esta crisis sanitaria. Sobre todo en su versión telemática a través de los retransmisiones televisivas de las comparecencias de las autoridades, especialmente las del Gobierno central desde La Moncloa, y de las preguntas en directo desde el obligado encierro casero de los periodistas, o desde redacciones bajo mínimos en tantos puntos del país.

Y justamente en la novedad que suponen esas ruedas de prensa a través de conexiones a distancia es donde merece la pena detenerse por lo que tienen de descubrimiento de un mundo profesional desconocido para mucha gente, casi de carácter extraterrestre para el mundo mediático de Madrid. La aparición estos días de periodistas de decenas de medios de comunicación de toda España en las ruedas de prensa de La Moncloa está siendo un fenómeno que podría empezar a analizarse por los estudiosos de la relación entre política e información, y quizá a estudiarse por las facultades de Periodismo (si es que siguen existiendo). En un espacio, el de la sala de prensa del complejo presidencial, reservado por lo general para las grandes cabeceras, canales y emisoras de la capital, para el alto debate de la política nacional y el vaivén cansino de los juegos politiqueros más mediáticos, la conexión por videoconferencia con todos esos medios y periodistas de la periferia, y de la ultraperiferia, de lo que en Madrid se llamaba antes "los periódicos de provincias", está resultando muy aleccionador y estimulante sobre el carácter y el sentido de esos medios y de esos periodistas. Y sobre su profesionalidad y su compromiso con la información que interesa a sus lectores, oyentes, o telespectadores, a los ciudadanos de unos territorios, regiones, ciudades o comarcas que desde Madrid se miran con frecuencia con condescendencia, a veces con desprecio, por lo general con indiferencia.

La periferia pregunta

Desde que, a principios de abril, la Secretaría de Estado de Comunicación del complejo de La Moncloa corrigió su lamentable error de no hacer ruedas de prensa con preguntas directas al jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, y a los demás miembros del Gobierno sobre la evolución de la pandemia y las medidas para combatirla y para paliar sus efectos económicos y sociales, esta modalidad de comparecencias y de turno de preguntas está siendo muy esclarecedora sobre este aspecto del mundo de la comunicación en España. Decenas de medios que han querido conectarse con el grupo de WhatsApp de Moncloa entran cada día en un sorteo para participar en las ruedas de prensa hasta un máximo de doce, de ellos, varios de los habituales que cubren durante todo el año los Consejos de Ministros (que establecen sus propios turnos de participación), cuatro no habituales, y algún medio extranjero. Es en el segundo grupo en el que están entrando esa gran cantidad de medios y periodistas de todo el territorio nacional, tanto prensa escrita como digital, radios, televisiones o incluso medios relacionados con sectores profesionales concretos.

Cada día en las comparecencias en La Moncloa, varios profesionales de estos medios trasladan a los representantes del Gobierno las cuestiones que, en el marco de la preocupación general por la crisis sanitaria y sus consecuencias, más afecta a sus territorios y a sus ámbitos de difusión, y lo están haciendo con la misma solvencia, rigor, preparación y responsabilidad que lo hacen los medios más importantes. A veces, incluso, entrando más directamente en cuestiones prácticas y de incidencia efectiva en los ciudadanos, y en las economías de esos territorios, respecto de las decisiones del Gobierno, evitando los estériles debates políticos más mediáticos, esos que tanto entretienen a la prensa de la Villa y Corte.

Resulta estimulante ver a periodistas, seguramente muy mal pagados, de modestos medios regionales o locales de Extremadura, Asturias, Cantabria, Canarias, Aragón, La Rioja, las dos Castillas o Melilla, hacer preguntas al presidente o a cualquiera de los ministros con rigor, y mucho tino, no sólo sobre aspectos generales de la gestión de esta crisis, sino sobre aspectos esenciales de incidencia en sus respectivas ciudades, comarcas o comunidades autónomas.

Resulta por ello insultante que desde algunos ámbitos políticos y mediáticos, en vergonzosa confabulación, se esté tratando de desprestigiar esta dinámica y estas ruedas de prensa abiertas a la "prensa de provincias" y donde no sólo el establishment mediático acapara protagonismo. Verbalizó este desprecio el pasado sábado el vicesecretario general del PP, Javier Maroto, en un conocido programa de debate nocturno en directo en La Sexta, donde, sin que ni el presentador ni ningún de los tertulianos presentes le cuestionara, lanzó el bulo de que las preguntas a Sánchez en su comparecencia de unas horas antes habían sido inducidas o encargadas por la Secretaría de Estado de Comunicación. Y sugirió que hay medios o periodistas vetados.

Igual de insultante resulta la facilidad con la que la mayoría de los miembros del Gobierno eluden respuestas claras y concisas a esas preguntas periféricas de procedencia, pero centrales en sus contenidos de demanda de información. Un escaqueo que resume en parte la actitud del poder político del Estado, y también del ombliguismo mediático madrileño, donde el tertuliano de profesión es dueño y señor y campa por sus fueros con las inquietudes y demandas informativas de las otras Españas, la periférica, la ultraperiférica, la vaciada, la silenciada... la que nunca se sienta en las tertulias ni está en las agendas de los gabinetes de comunicación.