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Historia

100 años de la Marcha sobre Roma: ¿cómo fue el asalto al poder de Mussolini?

Durante los últimos días de octubre de 1922 el curso de la historia cambió en Italia. Cuando el día 31 de aquel mes el rey Víctor Manuel III nombró presidente del Consejo de Ministros a Benito Mussolini, líder del Partido Nacional Fascista, dictó la sentencia de muerte del régimen parlamentario

Benito Mussolini. ANSA

La presión y la violencia en la calle de los 'squadristi' (comandos de acción fascistas), el temor de la burguesía a que fuera posible un Gobierno de izquierdas, la incapacidad del primer ministro, Luigi Facta, de controlar la situación, la connivencia de una parte sustancial del Ejército y la pasividad del monarca ante la movilización fascista fueron factores concomitantes en medio de una crisis social de enormes proporciones.

El episodio definitivo que llevó al fascismo a gobernar fue la Marcha sobre Roma, organizada a partir del 22 de octubre por Mussolini, a la sazón miembro del parlamento, y que entre el 27 y el 29 del mismo mes se convirtió en un auténtico asalto al poder. Como explica con profusión de detalles Antonio Scurati en 'M. El hijo del siglo' (Anagrama, 2022), primer volumen de su monumental biografía del Duce en tres entregas, el joven exsocialista que era Mussolini supo sacar partido al disgusto con que se acogió en Italia el trato dispensado al país al día siguiente de la victoria en la Primera Guerra MundialUna legión de excombatientes empobrecidos y agraviados en medio de una crisis social apabullante hizo posible a partir de 1919 la multiplicación de la violencia fascista en la calle contra adversarios políticos, sindicalistas y ciudadanos sin militancia alguna, pero que se significaron contra el desafío fascista.

El diputado socialista Adelmo Nicolai no se anduvo por las ramas en el Parlamento en noviembre de 1920: «Eso es fruto de la connivencia gubernativa». Estuvo en lo cierto, sin duda, pero además el olfato de Mussolini, un "astuto y cínico conocedor de la psicología de las masas", en palabras del historiador Steven Forti, fue fundamental para precipitar la quiebra institucional. Al mismo tiempo, el Gobierno fue incapaz de reaccionar de forma efectiva, la élite industrial y agraria calló y el rey fue por lo menos un aliado mudo del fascismo, cuyos atropellos toleró. De tal manera que cuando Luigi Facta se presentó en palacio el día 25 de octubre de 1922 para que Víctor Manuel III firmara el decreto que declaraba el estado de sitio, este se negó a darle curso. La complicidad del Ejército en el comportamiento real está hoy fuera de toda duda.

En trabajos como 'La marcia su Roma: 1922'. Mussolini, el bluff, il mito' (Mursia, 2021), de Claudio Fracassi, y 'La marcia su Roma' (Laterza, 2022), de Giulia Albanese, se pone de manifiesto el oportunismo del Partido Nacional Fascista para asediar al poder en mitad de una crisis sin precedentes solo medio siglo después de la unificación italiana. Como afirma Peter Watson, Mussolini reclamó siempre a voces la revisión del Tratado de Versalles para compensar a Italia del esfuerzo bélico, pero lo que le fue realmente útil fue que se mantuviera tal cual se firmó: de esta manera tuvo a su disposición un arsenal de argumentos para exacerbar el descontento. Con idéntica habilidad, agitó en los cuarteles el espantajo del triunfo de la revolución rusa y puso de su parte al papa Pío XI.

En el colmo de las paradojas, con Roma sitiada por los fascistas, el nombramiento de Mussolini para que formara Gobierno, se atuvo a las previsiones del Estatuto Albertino, una carta otorgada de 1848 que hacía las veces de Constitución. Así pudo el líder fascista presentar su llegada al Gobierno acorde con lo previsto por el estatuto –el artículo 65 decía: "El rey nombra y revoca a sus ministros"–, aunque a nadie escapaba que al autor del texto, Carlos Alberto de Saboya, no le movió en su momento otra inquietud que simular un cambio en las atribuciones reales que, en la práctica, cambiaron muy poco.

Cambio radical

En el caso de Mussolini, su llegada al poder sí supuso un cambio radical. Desde la Marcha sobre Roma hasta el asesinato del político socialista Giacomo Matteotti a manos de militantes fascistas (junio de 1924) se mantuvo la ficción democrática. A partir de aquel momento y hasta el año siguiente, cuando se prohibieron todos los partidos políticos, el fascismo no dejó de limitar las libertades políticas y de coaccionar a cuantos las defendían. En la sesión de la Cámara de Diputados del 16 de mayo de 1925, el pensador y político comunista Antonio Gramsci no se mordió la lengua: "El proyecto de ley contra las sociedades secretas que se ha presentado a la Cámara como proyecto contra la masonería es el primer acto real del fascismo para afianzar lo que el Partido Fascista llama su revolución. (...) Nosotros nos contamos entre los pocos que se tomaron en serio el fascismo cuando este no parecía ser más que una farsa sangrienta".

En plena exaltación del triunfo fascista, contemplado sin apenas incomodo por las democracias liberales europeas, Adolf Hilter pasó a ser un rendido admirador de Mussolini y de su osadía al activar la Marcha sobre Roma. Gramsci murió en 1937, vejado hasta el final por los fascistas, pero antes dejó para la historia una frase descriptiva de aquel tiempo perturbador: "El viejo mundo se muere; el nuevo, tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos".  

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