Era un partido para el entrenador. En teoría todos lo son, pero a la hora de la verdad hay días en los que, especialmente, la lucidez de un técnico ayuda a abrir melones muy cerrados, como el de La Roda ayer. Esta vez el Tenerife pidió a gritos en el campo la intervención del guía para encontrar el camino, pero Tébar no dio con la fórmula. Estuvo tan espeso como su equipo. La parte que le disculpo al entrenador del Tenerife es la esencial del problema: no tiene un organizador al que entregarle la batuta en el juego de posición, en la fase de combinar, en la tarea de abrir sistemas defensivos tan cerrados como el de La Roda.

Tébar está cada semana ante la parábola de la manta de Solari: si pone a Luismi Loro de media punta no hay quien inicie el juego del equipo con claridad, pero si lo tira más atrás para que empiece él la jugada, desnuda la zona del último pase y desconecta a los delanteros. O sea, si tapa la cabeza descubre los pies y al revés. El técnico habrá interpretado que a este rival había que desplazarlo de su sólido posicionamiento 4-1-4-1 con más fútbol en el eje, y puso a Loro a dirigir, aunque por delante de Marcos, formando un dibujo parecido a un 4-1-3-2. La idea era buena, porque con este modelo se rellenan los espacios intermedios: Loro no era ni medio centro ni media punta; Víctor Bravo también cayó mucho al medio para dar continuidad al juego, pero es una propuesta en la que hay que meter a algunos con calzador, en especial a Luismi Loro, que no tiene dinámica de organizador, le faltan los toques de distracción, esos que desgastan al rival más de lo que parece. Cada vez que coge el balón lo quema con el primer pase avanzado que ve y eso provoca que el juego del Tenerife no tenga pausa, consecuencia de lo cual, a los laterales no les da tiempo de subir para hacer superioridad en los costados. Total, que la primera parte se fue en la búsqueda de encontrar una ventaja a cualquier atacante frente a la defensa. Y eso es más lastimoso a partir del dato de posesión, tal vez cerca del 80 por ciento y de la cantidad de balones que rondaron el área de Bocanegra hasta provocar 11 córners. Mucho ruido y pocas nueces, porque salvo dos acciones esporádicas, en zapatazos de Chechu (12'') y de Kike López (26'') que el portero sacó de los ángulos, nada de nada. Empuje, corazón, superioridad en las disputas y mucha falta de cabeza, porque el equipo abusó del pase largo -sin referencia de estatura arriba para disputar un balón a los defensas- y negó por que sí la pausa, la elaboración, la labor de desgaste de un rival muy físico, con dos torres por centrales y con un centro del campo muy equilibrado. No sigo hacia delante porque el partido de La Roda acabó en su segunda línea...

El cambio que no llegó.- La situación pedía a gritos la entrada de Zazo y el adelantamiento de Loro para dar el último pase y para evitar que se cayera físicamente con tanto trabajo. Pero Tébar tiró por otro camino. Empezó a hacer cambios de hombre por hombre y no varió el rumbo del partido. El equipo siguió estando muy incómodo, muy espeso y haciendo un ejercicio de incoherencia. Es muy improbable abrir una defensa poblada sin poner el balón en el piso y combinar. Entró Tacón por Bravo y se cambiaron las posiciones insulsamente los tres de la media punta; luego llegó Zazo por Loro y empezó el declive, el equipo pareció muy cansado, como agotado, bajo un sol de justicia y frente a un rival que seguía a lo suyo, correr, tapar, despejar y dejar pasar los minutos, viendo a Razak desde lejísimo.

Ni la heroica.- Cuando faltaban 20 minutos para el final entró en el campo Aridane para sustituir a Chechu y proponer otras cosas diferentes. Entonces el equipo empezó a tener una referencia para el pase largo que tanto había utilizado antes de manera absurda, pero ya no había frescura, a los volantes les costaba recuperar el sitio después de cada pérdida y el bloque empezó a abrirse, se partía en dos mitades; La Roda tuvo menos agobios para salir de su repliegue, aprovechó todas las pausas que pudo darle al juego, en especial a través de Espínola con su buen toque y el partido abrió la parte del guión que no se había contemplado antes, la posibilidad de perderlo, porque el rival estaba más fresco y con sus cambios empezó a estirarse.

El declive pudo haberse detenido en una de esas jugadas salvadoras tan recurrentes en esta irregular temporada (como la del penalty contra el Getafe); pero esta vez el árbitro no sancionó el agarrón a Aridane en el área y se esfumó la oportunidad. Después de haber lanzado 16 saques de esquina, de los que los atacantes blanquiazules no remataron ni uno solo frente a las torres manchegas, el Tenerife se fue del partido sin opciones ni de apretar en el tramo final, ya vacío por un esfuerzo que, en conclusión, resultó estéril por la mala elección de los procedimientos. Tébar tiene un problema. Falta un cerebro y no encuentra la forma de suplantarlo.