UNA de mis amigas me dice que le apetece a veces ser el centro del universo, dejarse caer y decir "estoy mal", que es ahí donde radica la emoción de la cosa, no en el sufrimiento que se experimenta al sentir que no vas a poder levantarte de la cama ni tampoco en las obsesiones a las que te lleva la tristeza, sino en ser el centro del universo. Que de repente solo existas tú, que seas lo más importante, que lo que te ocurre sea una prioridad y que todo el mundo te trate como si fueras un ejemplar único en el planeta. Yo le digo que todo eso es puro egoísmo y me sonríe.

Aunque Daniel Mollini, mi amigo y psicoanalista -esto es porque nació en Argentina, ya que su especialidad es la odontología-, me diga que siempre hay que escribir en tercera persona, no me importa contar que yo recientemente he estado mal y me sentaba en el sofá, muy triste y deprimida, a esperar que el mundo me reclamara para incorporarme de nuevo a la vida laboral. Miraba fijamente el teléfono confirmando que no me estaba llamando todo político importante que se precie -de esos que te prometen Dios y ayuda y que luego si te he visto no me acuerdo-, al menos para comprobar que seguía viva, primando su faceta humana sobre la pública. Tan mal estaba que solo me ha faltado ir haciendo una lista negra con todos aquellos que no me han hecho caso con esto de estar en paro.

Esta crisis mía -común a millones de españoles y que ocupa las portadas de todos los periódicos del país- hizo que me levantara del sillón a toda prisa y que me planteara descolgar el teléfono, ser la que llamara a mi larga lista de contactos para ir poniendo, al lado de sus nombres, pequeñas señales que solo yo decodifico. Pedir ayuda en estos casos no es humillarse, se ofrece experiencia, conocimientos, respaldo académico, una amplia agenda y sentido de la responsabilidad; pero, ¡ay de mí!, estos valores no cotizan en bolsa y aquí sigo, con mi ego enfadado porque los seudoamigos no me han sacado del todo del hoyo laboral, pero, ojo, que esto dista mucho de ser una rabieta infantil -esas en las que uno hace como que no escucha- y por tanto algo de atención deberían prestarle al asunto.

Ser un egocéntrico no sé si es bueno o malo, pero de lo que sí estoy segura es de que es una patología que abunda, que caracteriza a seres absolutamente infelices, instalados en la queja permanente, en el abismo anímico, en la limitación neuronal a la que lleva el sufrimiento, a los terribles derroteros a que conduce la oscura especulación de un cerebro maltratado por su dueño. Que quede claro que, cuando hablo de estar mal, me refiero a la decisión voluntaria de estarlo, al capricho vital de intentar que las cosas salgan siempre como queremos, de centrar la vida en conseguir nuestros deseos y sentirnos fracasados si no los conseguimos, o frustrados si los alcanzamos para elegir, entonces, otros nuevos y volver a frustrarnos y entrar así en un bucle interminable y desear morirnos.

Sin ser especialista de nada relacionado con la mente, por experiencia propia y porque no me quiero poner en un diván a contar intimidades, afirmo que estar mal va en contra de la voluntad esencial de cada individuo, que es sobrevivir en esta jungla imperfecta en la que nos movemos. De nuestra positividad dependerá nuestro presente, pero sobre todo nuestro futuro, y el mío ahora pasa por seguir poniendo marcas al lado de nombres y cargos, ¡todo se andará!