Jordi hace más de dos años que trabaja como analista de datos en una reputada empresa tecnológica, ubicada en el barrio del Poblenou de Barcelona. Pese a que ya hace una semana que ha bajado formalmente la tapa de su portátil y ha colgado el cartel de vacaciones, Jordi no puede evitar entrar en algún momento del día en el grupo de Slack (una aplicación de mensajes) del trabajo para ver si hay novedades por la oficina, qué pasó con ese cliente que quería cambiar las condiciones del partnership o simplemente curiosear qué comentan los compañeros. De vez en cuando también abre el correo de la empresa, para chequear cómo engorda la lista de mensajes que luego tendrá que borrar masivamente cuando se reincorpore a finales de agosto. «No puedo evitarlo. Sé que no debería, pero, si no, tengo la sensación de que me estoy perdiendo cosas y luego cuando vuelva haré peor mi trabajo y no llegaré a todo».

Jordi lo que tiene es un problema de desconexión digital, que no es otra cosa que la incapacidad de dejar de atender cuestiones de trabajo fuera del horario laboral a través de los miles y sofisticados dispositivos que se han convertido en una extensión de nuestro propio ser. Si este verano Jordi se reúne con un grupo de 10 amigos para tomar algo en una terraza, nueve de ellos sacarán en algún momento de la velada su teléfono móvil para responder un mensaje de trabajo. Así lo constata un reciente informe de la UPF, que ha analizado los problemas para separar la vida privada de la laboral y cómo la eclosión del teletrabajo durante la pandemia ha desdibujado todavía más esa fina línea.

«La hiperconectividad es el gran agujero negro por el que se escapa el tiempo y la salud», advierte la directora del Observatori de Lideratge en l’Empresa de la UPF y coautora del estudio, Silvia Cóppulo. Su investigación, basada en una muestra de 610 trabajadores, arroja otros datos preocupantes. El 54,3% de los trabajadores reconocen sufrir fatiga digital y el 41,9% admite que no descansa bien por las noches. El auge del teletrabajo durante los primeros compases de la pandemia, siendo esta la primera experiencia prolongada para miles de personas en España, ha agravado adicciones que ya venían de antes.

Peligro para la salud

Todo ello no es inocuo sobre la mente y el cuerpo. Depresión, estrés u obesidad son algunas de las consecuencias. «Muchas de las interacciones que antes teníamos de manera presencial e informal ahora se han pasado a lo telemático. Lo que provoca que cada día recibamos un montón de correos y wasaps que antes no recibíamos. Y nos hemos acostumbrado a eso. «Al principio era algo que te facilitaba el trabajo, pero ahora se ha convertido en una intromisión terrible», comenta el doctor en Psicología y profesor de Ciencias de la Salud de la UOC, Antoni Baena.

En este sentido, Baena recomienda a las empresas incentivar que, de la misma manera que antes los espacios privados y personales estaban separados, ahora también lo estén digitalmente. Es decir, un teléfono personal y otro para el trabajo, que puedas apagar en vacaciones. O una aplicación específica para intercambiar mensajes profesionales, así como un uso racional de los canales de comunicación.

El derecho a la desconexión digital está reconocido por ley, pero al igual que otros derechos tiene más recorrido teórico que práctico. «Cada vez va a tener mayor protagonismo, pero debemos disponer de margen para negociar entre patronal y sindicatos, cambiar la legislación para endurecerla podría tener una efecto inhibidor y provocar el efecto contrario al deseado», apunta el secretario general de Pimec, Josep Ginesta. «Es importante que lo incorporemos en la lógica de la prevención rutinaria de riesgos laborales», añade.

«Si no desconectas durante las vacaciones, no son vacaciones, solo tienes la sensación de que has bajado el ritmo. Pero no has parado. Y eso puede tener consecuencias muy peligrosas para la salud», alerta Baena. Todos los entrevistados admiten que la desconexión digital está llamada a ser una cuestión cada vez más prioritaria en las empresas. Aunque aún hay que ponerse. No hacerlo tiene sus riesgos. «La pregunta que nos deberíamos empezar a hacer antes de enviar un mail o un wasap fuera de nuestra jornada laboral es la siguiente: ¿Está en llamas la empresa? Si es que no, espérate a mañana o al lunes», apunta Silvia Cóppulo a la hora de referirse a esta problemática.