Pensamiento / 300 años del nacimiento de Immanuel Kant

Ciencia y moral, el cielo de kant

«Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí», recoge en ‘Crítica de la razón práctica’ y como epitafio de su tumba

Ciencia y moral, el cielo de Kant

Ciencia y moral, el cielo de Kant / El Día

«Nuestra tendencia a extender el conocimiento no reconoce límite ninguno. La ligera paloma, que siente la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún en un espacio vacío» (Kant, ‘Crítica de la razón pura’).

Königsberg fue el lugar de nacimiento de Immanuel Kant (1724-1804), ciudad de la que nunca salió. Estudió en el Collegium Fridericianum de orientación pietista, al que Kant asistió durante ocho años. También su profesor de filosofía en la Universidad fue un pietista. El luteranismo pietista daba más importancia a la experiencia religiosa íntima que a los ritos y cultos, aconsejando la lectura personal de la Biblia. Llegó a ocupar en esta universidad una cátedra de Metafísica en 1770 y allí escribió toda su obra. Königsberg era entonces la capital de la Prusia Oriental, hoy, con el nombre de Kalingrado, es una ciudad rusa desde 1945. Euler utilizó la situación de sus sietes puentes sobre el río Pregolia para enunciar un problema famoso en topología: ¿se podía recorrer todos los puentes sin repetir ninguno regresando al punto de partida? En Königsberg han nacido célebres matemáticos como Hilbert o Goldbach.

Immanuel Kant estudió en la universidad los Elementos de Euclides, que le sirven de modelo en sus proposiciones sintéticas a priori; a Leibniz, con el que aprendió lógica aunque quizá no la suficiente, y a Newton, que fue para él el sabio por antonomasia y siempre lo consideró poco menos que infalible en sus exposiciones de las leyes físicas. Con solo 22 años escribió un tratado sobre cómo medir las fuerzas: Pensamientos sobre la verdadera estimación de las fuerzas vivas y examen de las pruebas que Leibniz y otros mecánicos han presentado en esta discusión, que demostraba su interés por la ciencia

Y un poco después se atrevió a tratar el complejo problema cosmológico (cosa que Newton no se había decidido a hacer declarando: hypothesis non fingo), es decir, cómo se había formado el universo: Historia natural general y teoría del cielo, o ensayo sobre la constitución y el origen mecánico del universo entero, tratado según los principios de Newton, 1755, que es lo que vamos a analizar con algo más de detalle, libro que se editó sin el nombre de su autor, innovador en algunas cosas y curioso en otras.

En aquel momento no había ningún modelo común sobre cómo había surgido el universo, más allá de lo que explicaba el Génesis, que sostuvieran una mayoría de científicos, aunque acordaban la teoría copernicana, las ideas de Galileo, las leyes de Kepler y los avances de Newton. Tres asuntos que eran fundamentales en esta cuestión para dar una respuesta científica, o mecanicista como decían entonces: su momento inicial de reposo o movimiento, las leyes que rigen en cinemática, y las que lo hacen en dinámica (¿qué fuerzas lo conducen?).

En general se aceptaba la idea de un universo creado por Dios, para unos eterno, lo que a santo Tomás «no le repugnaba», para otros con un principio, estático desde luego, en el que el sistema solar ocupaba una posición central y el resto de las estrellas eran otros soles con sus posibles planetas, o formado por una evolución de sus componentes (Buffon, por ejemplo, creía que el sistema solar se había formado tras un choque estelar con el Sol). También Descartes (la teoría de los vórtices o torbellinos) y Pascal aportaron sus ideas en las que no podemos entrar.

Kant diseñó la hipótesis de una nebulosa primordial. La idea de «nebulosa» era relativamente nueva por aquel entonces, aunque Ptolomeo ya habla de ellas, y hay otras referencias antiguas de chinos y árabes. En 1610, se descubrió la Nebulosa de Orión utilizando un telescopio. El primer estudio de esta nebulosa no fue realizado hasta 1659 por Christiaan Huygens. En 1715, Edmond Halley publicó una lista de seis nebulosas. Después este número fue aumentado hasta que en 1786 (posterior al trabajo que comentamos) William Herschel y su hermana, Caroline, publicaron un catálogo de mil nuevas nebulosas y cúmulos de estrellas. Herschel creyó haber demostrado que estas nebulosas eran enjambres estelares semejantes a la Vía Láctea que flotaban en el espacio lejos, muy lejos de ella. Eran otras galaxias, otros universos-isla. Era lo que Kant habían intuido: «la multiplicidad de las galaxias, la inquietante pluralidad de los mundos». (Tomado de L. Moledo)

Pues bien, nos dice Kant que en esta nebulosa primigenia, los átomos o moléculas llenaban todo el espacio. Las fuerzas atractivas y repulsivas entre ellos fueron formando las estrellas y los planetas que giraban a su alrededor, como condensaciones locales, todo explicado de una forma mecánica, es decir, por leyes matemáticas y físicas, sin la intervención puntual del Creador y como resultado de una evolución, desarrollándose de acuerdo con sus propios procesos, no de un acto divino único (Newton necesita a Dios para poner «en marcha» el universo y corregir su rumbo de vez en cuando). Se apoyaba en el hecho de que todos los planetas se mueven en el mismo plano y que todos giran sobre su eje con un movimiento de rotación de igual sentido que su movimiento de traslación en torno al Sol y que la rotación del mismo Sol. Entonces no se conocía el caso anómalo de Venus, oculto bajo su espesa atmósfera. Opinaba que el universo estelar, cuyo límite aparente constituye la Vía Láctea, consistía en un sistema achatado comprendido entre dos planos paralelos y relativamente próximos, del cual el Sol ocuparía más o menos el centro: un universo-isla. En las demás estrellas se seguiría un sistema similar. Hoy la idea no es muy distinta. Copio de un trabajo de noviembre de 2023: «Una estrella recién nacida crece en tamaño al absorber materia de su entorno. El gas y el polvo se acumulan en un disco plano alrededor de la estrella, conocido como disco de acreción, como resultado de fuertes fuerzas gravitacionales. El disco giratorio transporta la materia hacia la estrella, que se hace cada vez más grande. Cuanto mayor es la masa de la estrella, más poderoso se vuelve su campo gravitacional, lo que atrae más gas y polvo al disco». Es decir, lo que afirmaba Kant.

Se han querido ver otras aportaciones en este libro, como el que las mareas «frenan» el giro de la Tierra. En todo caso son ideas sin soporte científico. Hay más cosas en el mismo texto. Kant suponía que todos los planetas del sistema solar estaban habitados y que la inteligencia y «sutilidad» de estos alienígenas aumentaba conforme el planeta que ocupaban está más alejado del Sol. Así, los más torpes era los mercurianos y los más inteligentes los saturnianos (no se conocían Urano, Neptuno o Plutón). Los terrícolas somos seres intermedios y, por tanto, los únicos que podemos pecar: los más torpes no ofenden a Dios porque este ni siquiera las considera ofensas y los más listos no lo hacen por su elevada inteligencia. Estas cosas se las perdonamos a Kant porque es un hombre al que debemos mucho.

Volviendo a lo serio, el libro ofreció una contribución valiosa a la comprensión de la formación del universo, ampliado con lo que ahora llamamos galaxias, cúmulos y supercúmulos de galaxias, con ideas que mejoraría y desarrollaría unos años después Pierre Simon de Laplace, (y en la misma línea von Weizacker en 1944 y otros como hemos visto) por lo que esta teoría se conoce como la de Kant-Laplace, y afirmando la idea de la evolución en la Naturaleza, en la que sería seguido por Lamarck, Lyell, Darwin, lord Kelvin y tantos otros. Celebremos, pues, los trescientos años que ahora, el día 22 del presente mes, cumpliría Immanuel Kant.

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