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Historia

La Greta Thunbergmedieval

La visionaria del siglo XII Hildegarda de Bingen entendió a Dios como la ‘fuerza verde’ y llamó a la acción | La novela biográfica ‘Hildegarda’ pretende ampliar el ‘fanclub’ de la mística alemana

Hildegarda de Bingen, convertida en icono pop.

Hildegarda de Bingen, visionaria del siglo XII barrida durante centurias por el –muy masculino– star system de la Iglesia, se ha convertido en una santa de referencia contemporánea. Las feministas la reivindican pionera. El colectivo LGTBI celebra su confesado amor sáfico. Los ecologistas hurgan en su cosmología —se refiere a Dios como la fuerza verde—. Los alternativos refrescan su concepción holística de la salud. Y hasta los cerveceros le agradecen haber añadido lúpulo al mosto de cebada. Sin embargo, el público general sigue sin situarla en los altares domésticos. Crear fanclub es lo que intenta la danesa Anne Lise Marstrand-Jorgensen con Hildegarda (Lumen), una biografía novelada de esta mujer que, a juicio de la benedictina Teresa Forcades, es una combinación de «Teresa de Calcuta, Montserrat Caballé y Greta Thunberg» (lo explicamos al final).

Marstrand-Jorgensen, que no sabía una palabra de la mística alemana, googleó y quiso «meterse en su mente» (las hermanaba el experimentar sinestesia –asociar, por ejemplo, días a colores o números a sabores–. El resultado es una ficción de 500 páginas de la vida de la superestrella medieval. Aquí va una sinopsis del personaje:

Hildegarda, décima hija de una familia de la baja nobleza, era una niña quebradiza y rara. La primera palabra que pronunció fue «luz», y a los tres años formulaba profecías, con que crispó los nervios de su madre. La cosa olía a azufre, pensó, y lo mejor era entregarla a la vida espiritual. O sea, encerrarla a los 14 en una celda del monasterio de Disibodenberg; cuatro paredes que, sin embargo, no le impidieron desafiar el rol asignado. Se ilustró a toda pastilla, a los 38 fundó un convento –su habitación propia, que diría Virginia Woolf— y «a los 42 años y siete meses –según dejó escrito– del cielo abierto» vino «una luz de fuego deslumbrante» que inundó su cerebro, y de pronto gozó del «entendimiento de cuanto decían las Escrituras». Una revelación exprés que durante diez años consignó en Scivias, su obra profética.

Ni loca ni migrañosa

La modernidad ha tratado de descifrar el fenómeno. Los trols apuntan a la locura o al echar mano a la botica. El neurólogo Oliver Sacks apuntó a un tipo especial de migraña. Y la medievalista Victoria Cirlot, que ve en las visiones «un acontecimiento psíquico» denominado despertar del alma, las conecta con el psicoanálisis y el surrealismo, por su manera de forzar la facultad imaginativa. En todo caso, Hildegarda legó su versión: «Lo vi con los ojos interiores de mi espíritu y oí con los oídos interiores, y no en sueños ni en éxtasis». O sea, ni migrañas, ni locura, ni chupitos de belladona.

Teresa Forcades –monja multitarea que recuerda a la de Bingen– subraya que Hildegarda «tuvo el coraje de creer en ella misma», y no dudó en confrontarse con su entorno político y religioso. Tanto, que fue la primera en siglos en representar la Trinidad dibujando «al Padre como Luz, al Hijo como una figura de apariencia femenina y el Espíritu Santo como fuego». Muy sonado en su contexto.

Escribió, sin temblar, que Eva no era la culpable del pecado original, sino Satán, que puso veneno en la dichosa manzana. Y describió el orgasmo femenino con asombrosa precisión. Por este legado, una parte del feminismo la ve precursora. Marstrand-Jorgensen lo pone en duda –«era muy conservadora en lo religioso»–; Forcades ha encontrado una única cita que lo valide («¿la sangre derramada de un soldado en el campo de batalla es señal de honor reconocida socialmente y la sangre derramada por la mujer mensualmente que muestra su capacidad de dar vida es una señal de vergüenza ocultada socialmente?»); y Cirlot constata que «es la primera autora que tiene autoconciencia de ser mujer como algo diferente al hombre».

Amor sin tapujos

Por su lado, el aplauso del colectivo LGTBI se sostiene en una evidencia: Hildegarda, ya abadesa, sintió una indisimulada pasión por su asistente, la noble Richardis de Stade. «Amo tu vida entera, tanto que muchos me han dicho: ‘¿Qué estás haciendo?’», escribió. La historia, ay, no acabó como los culebrones turcos: el hermano de Richardis dispuso que fuese la líder de un convento lejano y, pese a que Hildegarda rogó al Papa que detuviera la designación, la amada no solo partió, sino que murió pronto.

La mística hizo tours de prédica, escribió poesía y música, enunció soluciones botánicas a los males del cuerpo y no cedió ni un milímetro en su activismo social. Cuenta Forcades que cuando ya tenía 80 años, un obispo intentó castigar su desobediencia –había enterrado a un noble excomulgado en su monasterio– prohibiendo hacer música y canto en su comunidad. Y ella escribió unas páginas acusándole «de ser un demonio, ya que los ángeles cantan, pero los demonios no pueden tolerar los cantos». El obispo cedió y ella murió poco después.

Retrato robot

Así pues, Hildegarda, según Forcades, tiene algo de Teresa de Calcuta, por su cuidado de los enfermos –«la diferencia es que no se dedicó solo a la asistencia, sino que estudió a fondo la medicina e innovó»–; un poco de Montserrat Caballé, por su sensibilidad musical e interpretativa –«la diferencia es que Hildegarda además componía con una originalidad que perdura»–, y un mucho de Greta Thunberg, por su carácter profético, «la lucidez con que experimenta el profundo vínculo con la tierra» y su firme llamada a la acción.

A su juicio, el pecado original no fue cosa de Eva, sino de Satán, que envenenó la manzana. Si esa interpretación del Génesis se hubiera convertido en canónica, la historia de las mujeres habría sido muy distinta. En lo que no hay discusión, según la medievalista Victoria Cirlot, es en que fue la primera en tener autoconciencia de ser mujer (y con orgullo)

La pasión declarada que, siendo abadesa de Rupertsber, sintió por su asistente, Richardis de Stade (situada detás de ella en la miniatura superior derecha mientras ella recibe «la Luz») la ha entronizado como icono LGTBI.

Fue también la primera en asegurar que la mujer tiene orgasmos. Así lo describe en Causae et Curae: «Cuando la mujer se une al varón, el calor del cerebro de esta, que tiene en sí el placer, le hace a aquel el placer de la unión y eyacular su semen. Y cuando el semen ha caído en su lugar [...] inmediatamente se contrae la riñonada de la mujer y se cierran los miembros que durante la mentruación están listos para abrirse».

En su Liber Simplicis Medicine, dividido en nueve volúmenes sobre plantas, aves, peces, piedras y metales, registra por primera vez el uso de lúpulo en la cerveza para sustituir a los gruyts o mezclas con las que se especiaba en la época. No solo evitaba que se estropeara el mejunje, sino que le daba amargor, lo que disuadía a los bebedores compulsivos, tan adictos a los azúcares como nosotros.

Vivió 82 años —lo que vendría a ser 110 hoy—, tiempo que exprimió en hacer tours de prédica, escribir 70 obras musicales y un centenar de poesías, crear una lengua con 1.000 palabras precursora del esperanto —la lingua ignota— dar remedios botánicos —abortivos incluidos— y esbozar el contenido de sus visiones para que los miniaturistas las concretaran.

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