“Cuando al Tenerife empiecen a entrarle los goles, no parará”. Fue una de las sentencias de Fran Fernández antes de cesar en el cargo de entrenador. El equipo ganó en Albacete con dos aciertos, pero ante el Sabadell recayó en sus problemas colectivos. No era un déficit de acierto en el remate, o al menos no solo de eso.

Al Tenerife de estas 16 jornadas no se le puede reprochar el compromiso. Conviene no confundir ese valor con la condición de equipo distraído, a menudo ausente. Son cosas diferentes; el grupo quiere siempre, pero no responde de igual manera en determinados tramos de partido. Fran Fernández ya se había quejado de lagunas de concentración en las jugadas de los goles encajados en Alcorcón (tras un saque de banda), en Mallorca, (dormidos en una falta lateral), en Gijón (descuidado en las vigilancias) o en Ponferrada (inerte ante la penetración de Yuri). En sus partidos ha habido más jugadas muy evitables, como los autogoles desgraciados, y no menos cómicos, con los que fue castigado ante Mirandés y Las Palmas. Este relato pone el foco en los problemas de respuesta defensiva de un equipo que, sin embargo, se sigue buscando en ataque, como si la única causa de sus derrotas estuviera en el área rival. El Tenerife no juega tan mal, al menos no propone mal. Tiene, ahora con Ramis, un sentido colectivo en ataque, pero en su propuesta de intentar ganar con la pelota no es capaz de desequilibrar para ser más profundo porque le falta calidad para romper sistemas defensivos combinando o driblando. Esa es la sensación que deja el rendimiento del equipo en estos 16 partidos, que hay que admitir que diverge mucho del envoltorio optimista, casi entusiástico, con el que fue presentada esta plantilla cada semana, en cada rueda de prensa, durante la corta pretemporada, en realidad hasta el 5 de octubre cuando, con cuatro jornadas consumidas, llegó casi la mitad de los titulares actuales.

No se discute que hay Tenerife para más, pero sí parece que existe un desenfoque en la búsqueda de las causas de esta serie de malos resultados. De aquél compromiso del que hablamos nace una respuesta muy voluntariosa frente a las dificultades, el equipo acosa, domina, dispara mucho a portería, de hecho es el que más veces remata en Segunda (158, una media de 9,8 intentos por partido), pero no se puede decir que entre tanto ruido genere de verdad ocasiones claras de gol. El último ejemplo, contra el Sabadell, es representativo. Después de un esfuerzo de ataque largo y sacrificado, cargado de números que evidencian su dominio en el juego, solo puede detectarse una ocasión. La falló Shashoua...

El siguiente estadio es recurrente, el mercado de fichajes de enero como solución. El club tiene dinero para un esfuerzo más, pero parece que estamos ante una situación que aconseja reestructurar, dar salida a algunos futbolistas y reinvertir. Como síntoma, es inequívoco. Otra vez ha fallado la apuesta inicial, pero hay una diferencia sustancial. La plantilla, con mayoría de jugadores competitivos, no está orientada a definir una manera de jugar, una identidad concreta, que permita aprovechar el talento individual (Sol es el ejemplo). Se fichó cantidad, uno tras otro, y ahora los entrenadores no encuentran la manera de que la suma de todos dé como resultado un equipo que gane.