Escritores en pie de guerra

Con ‘El esteta armado’, Maurizio Serra ofrece, además de una lección de historia, uno de los grandes textos de la cultura europea publicados este siglo

Escritores en pie de guerra

Escritores en pie de guerra / El Día

luis m. alonso

¿A qué se refiere Maurizio Serra con «estetas armados»? Pues a aquellos intelectuales que siguen una interpretación auténtica de su ser, espíritus fundamentalmente libres pero no por ello desprovistos de debilidades y capaces de preverlas, incluso si están abrumados por el temperamento volátil de sus poéticas o por la misma escritura, partiendo de las afinidades esenciales e incluso el tumulto de los afectos. En el insidioso paso de las generaciones y los delicados tránsitos entre padres e hijos, en el demonio del absoluto y la renuncia, toma forma y evoluciona el poderoso fantasma de la ambigüedad existente entre individualidades apasionadas e identificaciones colectivas.

En ese magma, agravado por las circunstancias más convulsas, halló la Europa del siglo pasado a sus escritores guerreros, entre ellos los que sucumbieron a la tentación marxista o fascista, empuñaron un arma o cayeron bajo el fuego, pero libres o sabiendo liberarse de ataduras ideológicas que no les hiciese dejar de ser singulares miembros de su propia rebelión. Dotado de energía, inteligencia y refinamiento, Serra es un escritor y diplomático italiano, nacido en Londres en 1955, que ocupa el sillón número 13 de la Academia Francesa desde 2020, hasta ese año de Simone Veil.

Estamos ante una lección de historia de uno de los más eminentes y finos ensayistas, y, creo también, ante un gran texto sobre la cultura europea: una formidable visión de los personajes e intérpretes del mito del condottiero poeta; o, lo que es igual, de la generación que marcó con su presencia una sociedad intelectual de acción y de pensamiento alrededor de los años treinta del pasado siglo. La nómina aquí es larga. De Stefan George a Ernst Gundolf, Von Hofmannsthal, de D’Annunzio a Montherlant, de los hermanos Mann, Erika y Klaus, de Josef Weinheber a René Gerhard Podbielski, de Ernst Robert Curtius a Lauro De Bosis, Croce, Ortega, H. G. Wells, Lawrence, Koestler, Paul Morand, Drieu La Rochelle, Auden, Malraux y Aragon, o Ernst Jünger, el lansquenete adolescente que murió sobrepasada la centuria, con el siglo, emitiendo los últimos destellos de su espléndida inteligencia. Por citar solo algunos protagonistas del deslumbrante fresco, lleno de diálogo y estímulos, trazado por Serra y dividido en dos partes esenciales: la primera, acerca de las características del mito; la segunda, sobre el papel de sus mejores intérpretes. Las armas y las letras conjuradas, como en su día escribió Andrés Trapiello.

Un deslumbrante fresco, lleno de diálogo y estímulos, dividido en dos partes: sobre el mito y sus intérpretes

El lector atento hallará en el libro de Serra, a través de fuentes de primera mano y encuentros personales con el autor, una invitación original e inédita a la reflexión, en medio de un pulso narrativo tenso e inagotable. En las páginas de El esteta armado se entremezclan la historia individual y colectiva con la fuerza vibrante de la cultura. Los escritores guerreros son hijos de la modernidad y, a la vez, de sus miedos y mitos: de una revuelta circular de los sentidos que huye de la decadencia aparentemente irreversible con figuras fascinantes y femmes fatales, como Nancy Cunard, Diana y Unity Mitfford, Frieda von Richtofen o, en otro plano, Tina Modotti, dentro de la incertidumbre colectiva. Mientras ingleses y franceses se embarcan en viajes eróticos, exóticos, ideológicos y espirituales; italianos, alemanes, centroeuropeos y españoles —a mediados de los años treinta— aspiran a escapar de ellos.

Nuestra Guerra Civil lo corrobora durante más del trienio, largo duro y terrible, que bien describe Orwell: páginas contra las que rebotan las ilusiones de los estetas armados. Aunque no siempre. Como cuenta Serra, Antonio Delfini publicó en 1938, con Il ricordo della Basca, el mejor texto literario concebido en Italia sobre la guerra española: sirve para condenar moralmente el bombardeo de Guernica y las masacres en Santander, que son el telón de fondo de un relato algo rosa sobre el idilio de un soñador de provincias y la hija de un exiliado vasco. Delfini era un marginal de lujo, un esteta armado y, al mismo tiempo, desarmado, procedente de una rica familia modenesa y con una sensibilidad refinada. Su inicial desvinculación política molestaba a sus amigos más comprometidos; después de la guerra firmaría el manifiesto de un partido comunista-conservador, algo que Maurizio Serra considera hoy una combinación menos extravagante de lo que pudiera parecer entonces. En torno a todo esto, el autor del libro crea un extraordinario y, no pocas veces, impredecible juego, siendo capaz de sondear magistralmente fuentes de primera mano, que ilustran el diálogo continuo entre voces disonantes y amigas de una intensidad fuerte. No en vano es un gran biógrafo de la cultura y un fino perfilador de sus personajes más complejos. Su trilogía biográfica con Malaparte, D’Annunzio y Svevo (La antivida de Italo Svevo, Fórcola 2017) es de lo más celebrado.

Cuando el libro pasa de las características del mito a sus intérpretes, Stefan George vuelve a la vida gracias al magnífico retrato de su discípulo, el germanista Friedrich Gundolf; surgen el Broch poético de La muerte de Virgilio y también la monumental tetralogía bíblica de Thomas Mann. Pero el auténtico prototipo del esteta guerrero está en el incomparable Gabriele D’Annunzio, que supo sacar a la intemperie todos sus defectos pero nadie pudo ver cómo se evaporaban con el tiempo dejando en el fondo la esencia más cultivada y fecunda del vate. D’Annunzio, que cobró vida aparte, como «el Magnífico», en una colosal biografía de Serra, trabajó durante su larga existencia para parecer humanamente peor de lo que realmente era. ¿No quería ser inimitable? ¿El superhombre que deja huella de sí mismo, escandalizando a la burguesía provincial que lo generó, prosperando en los grandes salones y en las plazas abarrotadas, en las especulaciones e intrigas inauguradas por la recién unificada Italia?

Conformismo, intelectuales comprometidos, moralistas o políticos son enemigos del esteta armado

Forzó su destino, como un Alfieri atado a la silla que se obliga a no rendirse, dueño de una personalidad perturbada que saca de sus propios estados depresivos la fuerza inhumana para desplegar hasta el cenit la capacidad creativa de un superdotado. Fue un latino que se situó más allá del bien y del mal, un pensamiento descendiente de las brumas nórdicas pero reinventado a su manera. «El pasado ya no vale nada, ni el presente tampoco. El presente no es más que levadura», dijo. Vivió su vida perpetuamente en estado naciente, el que se experimenta al enamorarse, pero que luego pasa a ser otra cosa. Jamás entendió la deriva a la que lo arrastrarían el fascismo y el nazismo. Si hay que señalar un paradigma del condottiero poeta ese es D’Annunzio, quizás su modelo antropológico.

El esteta se repite también en otro discutido personaje como es el francés Henry de Montherlant, donde podemos captar ese tipo de fluorescencia prismática, irreductible y hasta mefistofélica: el patricio romano, el samurái, el torero, el capitán de fortuna, el espíritu renacentista, el viajero ilustrado, el atleta, el soldado de Verdún, el poeta orientalista, el mandarín chino y hasta el penúltimo templario. Los enemigos de Montherlant son los enemigos tradicionales del esteta armado: el conformismo y los convencionalismos, los intelectuales latosamente comprometidos, las feministas y mujeres emancipadas, los políticos, los moralistas, los confesores y demás familia. Usurpadores todos ellos de la verdadera ciudadanía poética, según el autor de este apasionante libro.