CRÍTICA

El ‘Planeta’ ya tiene quien le escriba

Que el Premio Planeta, apellidado «de novela», poco tiene que ver con la literatura y sí mucho con el relumbrón social y, sobre todo, comercial, se viene sabiendo desde su nacimiento, hace 71 años

Sonsoles Ónega cuando recibió el premio Planeta.

Sonsoles Ónega cuando recibió el premio Planeta. / Antonio Puente

Tiene razón el crítico de El País Jordi Gracia al eximir a Sonsoles Ónega de toda la responsabilidad de que le hayan otorgado el premio Planeta por Las hijas de la criada, un texto –por llamarlo de alguna manera– con la lograda peculiaridad de «desescalar hacia abajo y sin límite en el subsuelo de la novela», expresa, para dejar constancia, con exhaustivas citas, de que «las aberraciones narrativas son continuas». «Las inconsecuencias también. Y las cabriolas caprichosas se suceden».

Se hace doblemente noticia (tratándose, además, de un popular rostro televisivo, al igual que su hermana mayor, Cristina, y que el padre de ambas, Fernando Ónega, el criador de las hijas) que un asentado crítico literario del influyente Babelia resuma de esta guisa su lectura: «La sensación de ridículo es sofocante. Por la trama, por el estilo, por la mojigatería, por la ranciedad, por la simpleza, por la arbitrariedad, por la absoluta nadería de un folletín. A alguien se le ha ido la pinza para llegar a premiar una redacción escolar de turbadora tosquedad».

Que el Premio Planeta, apellidado «de novela», poco tiene que ver con la literatura y sí mucho con el relumbrón social y, sobre todo, comercial, se viene sabiendo desde su nacimiento, hace 71 años. En lo que le hace honor a su nombre es que se trata del bibliado galardón mejor retribuido del planeta; nada menos que un kilito, desde hace varias ediciones, esto es ¡un millón de los actuales euros!, unos cuantos de miles más que el Premio Nobel. Hasta ahí, incluso el hecho de que, por eso mismo, no es que esté dado sino encargado de antemano, todo cuadra. Para corroborarlo, está la anécdota de aquel escritor cachondo que, en años consecutivos, según lo reflejaba en las Cartas al director de un periódico, solía atar su manuscrito con uno de sus pelos, e indefectiblemente, se lo devolvían impoluto, sin que nadie lo hubiese abierto jamás.

He escuchado a miembros del ‘jurado’ jactarse de la evidencia de que un Ulises de Joyce o una Rayuela de Cortázar, por ejemplo, nunca habrían ganado el Planeta. Pero la cuestión es más radical: casi nadie de sus más prestigios@s ganadores y ganadoras (Mercedes Salisachs, Ana María Matute, Javier Cercas, Jorge Semprún, Terenci Moix, Eduardo Mendoza, Torrente Ballester, Ramón J. Sender, Juan Marsé, Vázquez Montalbán, etc.) lo habría obtenido con sus otros libros, sin la pertinente rebaja a la carta. El Planeta siempre ha sido, en definitiva, un formidable medidor de los avatares y simulacros de las tendencias narrativas mayoritarias; un barómetro del comportamiento de la creciente avalancha de escribientes o escribas, por lo general falsos escritores, digamos, que hacen como que escriben, para falsos lectores, que hacen como que leen. La cuestión es que antaño las formas y modales se solapaban más y mejor, y había unos mínimos en la dialéctica de la calidad y la no calidad. En las últimas ediciones se dan tumbos experimentales, desde una firma de mujer por un triunvirato de hombres hasta el fichaje de dos pesos pesados como Javier Cercas y Manuel Vilas para una misma edición, con tal de retenerlos en la propia cuadra.

Ya ni se disimula la «dejación de funciones» de los miembros del jurado –expresa Gracia–, para reforzar su testimonio de desolado y atónito lector: «Mientras leía hundido en la miseria y en la tumbona me preguntaba si alguno de los miembros del jurado hizo el sacrificio de leerse esas 400 páginas. ¿Rosa Regás o Carmen Posadas no sintieron una vergüenza cósmica? ¿Qué vio el fino lector Pere Gimferrer que haya empujado su voto favorable? ¿A José Manuel Blecua no se le han llevado todísimos los demonios académicos y no académicos? ¿Cuál es el límite a partir del cual el lector de un jurado se cloroformiza o anestesia de tal manera que renuncia a ser quién es?».

El aforismo de Wagensberg

La respuesta a esta última pregunta es muy obvia, como también lo es la crisis no sólo de compra de libros y hasta de lectura (no tienen por qué ser correlativas, habiendo tantas bibliotecas). Llegados a este punto rememoro el inquietante aforismo de Jorge Wagensberg sobre gran parte de la población: «Quien ha leído un solo libro tiene más problemas que quien no ha leído ninguno». Y para compensarlo, evoco la anécdota del testimonio de Augusto Monterroso, a propósito de su famoso microrrelato: «Cuando se despertó el dinosaurio todavía estaba ahí». Va sobre un refinado `lector’ que se le acercó a que le firmara un libro suyo con este elogioso comentario: «Admiro sus narraciones, de veras. Me está gustando especialmente la del dinosaurio; ya voy por la mitad».