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Amalgama

La universidad de la posverdad

Juan Ezequiel Morales El Día

Juan Manuel de Prada, intelectual harto de la contemporánea corrección política, por quienes se erigen en censores y acusadores de sesgos de género, calentamientos tramposos, resiliencias sectarias, abusos de jerarquía interracial, o menosprecio de lo meritorio, nos recordaba, respecto a cómo se señala la purga de Hu Jin Tiao por Xi Jin Ping, inmediatamente tratado por la prensa con discurso único, y lo comparaba con que: «Al presidente americano lo vemos farfullar incoherencias y saludar a sus amigos invisibles en todas sus comparecencias públicas, lo vemos repetir robóticamente las palabras que le susurran al pinganillo o le escriben en un tarjetón; y, según cuenta Camila Parker, se tira pedos sonoros, largos e imposibles de ignorar en público» (De Prada, en Purgas, viejos y marionetistas, ABC, 23 octubre 2022). Y muestra su extrañeza de que un ser absolutamente marioneta perviva y no haya sido substituido, cuando que esa misma prensa es presta para llamar locos a todos los que no comulgan con la Agenda 2030, cuya chapa se extiende inexcusablemente como una religión en las chaquetas de todos los adalides de occidente, y de la cual el primer representante ministerial fue el malhadado fascista Pablo Iglesias.

En el encuentro anual Midjourney, acaba de ser presentada por OpenAI la herramienta DALL-E, en fase beta, y la usan ya más de un millón de usuarios; une varios fotogramas para crear entornos falsos pero que parecen verdaderos, como un Photoshop del medioambiente, por ejemplo, un hombre en Marte, una manifestación en China, un documento de la CIA, un nuevo cuadro de Da Vinci… se hace en segundos, aunque por su capacidad para ser mal usada los desarrolladores han impedido que se pueda jugar ni con imágenes de contenido sexual ni de políticos conocidos. La realidad cambiada en segundos ya es posible, y está dirigida por la IA, la Inteligencia Artificial. La Agenda 2030 y los líderes pedorros, o los mentirosos, serán los que organizarán la vida pública, que será mostrada, cierta o no, según cómo interese a los que detenten los hilos que mueven a las marionetas.

El 10 de noviembre próximo ya empezarán a llegar pitidos de Protección Civil, sin permiso, a nuestros móviles, para que el Estado en manos de estos petimetres nos deje claro que estamos mayoritariamente controlados. El comportamiento del Estado, por pura naturaleza, es igual al de los mafiosos cuando vienen a ofrecer protección: «Usted elige el metal, o plomo o plata». Y eso es así aquí y en Pekín, nunca mejor el dicho.

Entre las perlas de la realidad construida y obligada por estos, repetimos, petimetres, está la que denominan cultura de la cancelación, y nos ha dado el último ejemplo el libro La Universidad de la Posverdad, publicado esta semana por Alejandro Zaera-Polo, editado por Deusto. Rodrigo Terrasa, en El Mundo, le hacía la primera entrevista a Alejandro Zaera-Polo (1963), arquitecto y, entre 2014 y 2021, profesor de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, donde fue Decano de la Facultad de Arquitectura, hasta que lo cancelaron, por usar esa estúpida palabra utilizada por los desequilibrados de la academia. Zaera-Polo dice, con legítima acritud: «La Universidad ya ha dejado de ser un instrumento para buscar la verdad y se ha convertido en un lugar que se dedica sistemáticamente a producir mentiras».

La universidad de la posverdad

Zaera-Polo cuenta cómo se le acusó de plagio y cómo la jerarquía académica de Princeton lo marcó ideológicamente, de forma que: «Conforme voy rebatiendo cada capa, voy descubriendo cómo se activan todos los mecanismos para producir una mentira que proteja los intereses de una serie de individuos dentro de la estructura de la Universidad… Se establecen comisiones e investigaciones que deberían buscar la verdad, pero en realidad sólo sirven para camuflarla. Funciona exactamente igual que los tribunales de la Inquisición o la comisión McCarthy». La perla en la entrevista: «Cuando yo reivindico mi libertad de cátedra y me opongo a determinadas estructuras de poder corruptas, se movilizan una serie de creencias que tienen más que ver con la llamada cultura de la cancelación. Yo soy hombre, blanco y español, así que, para la nueva decana, la reivindicación de mi independencia no es más que un comportamiento patriarcal».

Como los políticos son reflejos arquetípicos de quienes los eligen, tenemos el sangrante caso del presidente «doctor» en economía del gobierno español, un perista político cuya especialidad es mentir, y por la cual es popularmente conocido. Y Zaera-Polo aclara en ese sentido que «antes de que los políticos se dedicaran a mentir tan descaradamente, ha habido una metafísica de la mentira desde el mundo académico, construida por una serie de señores que han legitimado la falsedad como modo de operación».

Zaera-Polo cita al psicólogo social Jonathan Haidt, quien, junto a Greg Lukianoff, escribió La transformación de la mente moderna, donde se señala cómo las universidades se han convertido en «instituciones estructuralmente estúpidas», en las que los alumnos son quienes le dicen a los profesores cómo han de comportarse, los abuchean o les impiden conferenciar, los cancelan si les incomodan, de forma que Haidt afirma: «Los jóvenes que han ido llegando a las universidades a partir de 2013 son frágiles, hipersusceptibles y maniqueos. No están preparados para encarar la vida, que es conflicto, ni la democracia, que es debate».

Termina Zaera-Polo: «Desmontar esta impostura intelectual conlleva el riesgo de ir en contra de la moda, pero si esta tendencia se consolida, supone el fin de la Universidad tal y como la conocíamos». Y a eso nos enfrentamos ya, a una Universidad cuyos temas están absolutamente sesgados y son melifluos e inútiles, donde no se practica la libertad sino el sacerdocio, y de la que está huyendo el saber hacia la empresa u otras instituciones privadas. Podemos decir que el profesorado público de la academia vinculado a toda esta cultura de la cancelación y el sesgo, es pura basura que está acabando con el saber neutral. Es el fin, histórico, de la Universidad, a la que ya, por principio, no se puede tener ningún respeto como foco de humanidades, sino tan solo en su función de formación profesional o ingeniería.

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