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Peter Sloterdijk Filósofo

«Nos estamos acercando a nuevas cimas del cinismo»

Peter Sloterdijk.

Peter Sloterdijk (Karlruhe, 1947), uno de los más célebres filósofos alemanes vivos, inauguró el pásado sábado en TEA el ciclo ‘No-Todo: crítica y negatividad’

Catedrático de Filosofía y Estética en la Escuela Superior de Arte y Diseño de Karlsruhe, Peter Sloterdijk es autor de libros como Crítica de la razón cínica, Si Europa despierta, Extrañamiento del mundo, En el mismo barco, la trilogía Esferas, Normas para el parque humano, Sin salvación, En el mundo interior del capital o Derrida, un egipcio. En el marco del ciclo de conferencias y diálogos No-Todo: crítica y negatividad, coordinado por Roberto Gil Hernández, profesor del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de La Laguna, el pensadordisertó sobre la inmunología como dimensión ética en una conferencia que tituló Sistemas inmunológicos y crítica sobre la negatividad entre naturaleza y cultura.

¿Qué relación tiene el vocablo inmunidad con el modo en que entendemos hoy el funcionamiento de lo social?

En el mundo clásico se pensaba en la inmunidad como extensión del ámbito jurídico, en relación a la capacidad de este para regenerar el daño que el delito, el crimen, produce en la sociedad. El derecho romano no es otra cosa que un enorme sistema inmunológico que se prepara contra el daño, algo que ya existe cuando llegamos al mundo. A finales del siglo XIX los biólogos empezaron a explicarnos que la vida implica una capacidad innata de cualquier organismo para recuperarse del daño que pueda sufrir. Con frecuencia se trata de amenazas microbianas, ínfimas formas de vida que invaden los cuerpos. Así pues, en términos generales, inmunidad significa que la vida solo puede florecer si existen sistemas lo suficientemente robustos, listos para actuar contra ese daño inherente a nuestra existencia. Como decía Heidegger, estar en el mundo es estar preparado para corregir los daños que puedan afectarnos desde el nivel de la microbiota hasta el más alto de amenaza para la vida humana. Por tanto, la inmunidad es un mecanismo de la experiencia que nuestros antepasados nos han legado biológica y culturalmente.

Existen, pues, paralelismos entre la capacidad de los seres humanos para superar las amenazas que se les presentan en la vida y la reproducción social de sus pautas culturales.

Convertirse en ser humano implica construirse una inmunidad social para llegar a ser miembro pleno de la sociedad, para alcanzar la edad adulta. De hecho, debemos abordar el arte de la supervivencia como unidad cultural, logrando con ello la cohesión cultural. Y lo hacemos convirtiéndonos en miembros de pleno derecho de nuestra sociedad y de nuestra cultura. Esto es lo que Wittgenstein quiere decir cuando asegura que la cultura es obediencia, algo así como un conjunto de normas monásticas.

Peter Sloterdijk, a la derecha, junto a Roberto Gil Hernández, el pasado sábado en Tenerife Espacio de las Artes (TEA). MARIANO DE SANTA ANA

El propio Wittgenstein afirma en el Tractatus que rezar es pensar en el sentido de la vida...

Puede resultar desconcertante que Wittgenstein escoja términos religiosos para hablar de la cultura en general. Pero, como miembro de la burguesía vienesa de finales del siglo XIX y principios del XX, entendía que la cultura no solo tiene que ver con lo que hacemos al visitar un museo o al asistir a un concierto. La cultura es un término general que describe y abarca absolutamente todo. Los seres humanos tenemos que rendirnos a la cultura para ser miembros convincentes de nuestra comunidad cultural, como si no hubiese nada fuera de la misma.

En este contexto, ¿cree usted que es conciliable el retorno de lo religioso con la supervivencia de nuestra especie?

Estamos viviendo tiempos revolucionarios, pero aún no hemos definido del todo las pautas éticas para encararlos. Hoy en día cada ser humano es libre de seguir las enseñanzas de Buda o del Evangelio para impulsar una ética de la coexistencia basada en la cooperación.

Debemos abordar el arte de la supervivencia como unidad cultural, logrando con ello la cohesión cultural

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Pero aceptará qué entre amenazas de guerra, desigualdades crecientes y riesgo de colapso ambiental, el mundo contemporáneo no invita al optimismo.

El biólogo Geerat J. Vermeij comparó la naturaleza de la evolución con el alpinismo. Vivir afectado por las leyes de la evolución significa alcanzar cimas imposibles. Metafóricamente hablando, la cultura se sitúa en la cumbre de una montaña. Todos somos escaladores tratando de ascender a una cima improbable. Por ello Wittgenstein dice que la cultura es algo así como una norma monástica, pues no hay nada más artificial, nada más antinatural que las normas monásticas. Vivir bajo este tipo de leyes implica abandonar la naturaleza y sustituir su incidencia en el género humano por pautas artificiales que deben garantizar su supervivencia. Esta es la razón por la que la cultura siempre está en peligro de extinción, amenazada por su propia entropía, en riesgo por su inclinación al abandono. Generalmente vemos como algo negativo el abandono de las normas culturales, lo que nos acerca peligrosamente al mundo animal. La esencia de la cultura es, por tanto, el dominio de la improbabilidad.

En su conferencia se ha referido varias veces a Buda y también a Así habló Zaratustra. En un pasaje de este libro Nietzsche dice: «Así habló Zaratustra, que entonces residía en la ciudad llamada La Vaca Multicolor». Como sabe, con este nombre se conocía a Benarés, la ciudad donde Buda pronunció uno de sus más importantes sermones. No es esta la única alusión de Nietzsche a Buda o al budismo. ¿Cómo interpreta estas referencias de Nietzsche al budismo?

Nietzsche aspiraba a lograr una reformulación de la ética en una época en la que ya no sirven los valores ascéticos que predominaron durante 2.500 años. Seguramente conoce ese pasaje de La Gaya Ciencia en el que dice que, vista por habitantes de otros planetas, un rasgo llamativo de la Tierra es que la habitan personas tristes, masoquistas, cuyo único placer es torturarse a sí mismos. Así es como Nietzsche veía la ética budista y la ética cristiana, como éticas de la negación de la vida y del mundo. Su deseo era desarrollar una nueva ética y transformar el ascetismo en entrenamiento para convertirse en seres más vivos.

¿Qué papel debe jugar la filosofía en la cultura para que el ser humano pueda tener algún futuro?

Como sujetos atados a un orden social y miembros de la comunidad cultural humana precisamos abrazar una ética cultural. De nuevo Wittgenstein afirma que «la ética verdadera debe ser aplicable a todos o a ninguno». Nietzsche dice que la ética es como un libro que debe ser para todos y para nadie, aunque hay humanos que no están dispuestos a seguir una ética que esté lista para afrontarse. Este libro ya está aquí y es un libro ético. Esta es la misión de la filosofía del futuro: aportar un conjunto de normas éticas que nos permitan cambiar nuestras vidas. Ese libro, insisto, ya está aquí, aunque aún no se ha escrito, porque su esencia está en el aire, llamándonos a participar en su elaboración. La esencia de nuestra existencia debe ser reformulada a la altura del desafío moral a que nos enfrentamos. Y se trata de un desafío global porque vivimos en un mundo global, en una esfera donde todos estamos conectados.

Dijo en su conferencia que la «ética verde» es insuficiente para afrontar este desafío. ¿Puede abundar en esta cuestión?

La ética verde no existe, es, simplemente, una simplificación que utilizo para concretar los nuevos imperativos de la ética de la moderación y del comportamiento conservacionista con los recursos naturales. La moderación y el conservacionismo son insuficientes para encarar el futuro de la civilización tecnológica, para afrontar los desafíos morales de estos tiempos revolucionarios. Los primeros pensadores verdes del mundo germánico fueron filósofos católicos que intentaron trazar paralelismos entre la elitista ética franciscana y la ética benedictina, mucho más popular. La ética verde tiene su valor como primer paso para la elaboración de este nuevo código ético para todos y para nadie. Hoy cada ser humano es libre de seguir las enseñanzas de Buda o del Evangelio, pero como humanos seremos los primeros lectores de este libro que está por escribir, este libro de cooperación entre los humanos, entre las generaciones para llegar a la ética, a la coexistencia global de la humanidad. Será el primer caso en el que, como dijo Carl Schmitt, el hombre malvado de la filosofía política del siglo XX, la palabra humanidad se use para introducir a los seres humanos en una nueva ética.

¿Qué piensa de la hipótesis Gaia, planteada por el químico James Lovelock y desarrollada por el filósofo Bruno Latour, según la cual la atmósfera y la superficie de la Tierra se comportan como un sistema cuyas condiciones esenciales son reguladas por la vida?

En primer lugar, en esta hipótesis se da un paso del latín al griego. Gaia es un nombre griego y el concepto latino terra parece sostener que la globalización define el idioma de dominación de la Tierra. Sin embargo, la hipótesis Gaia contiene muchos elementos mitológicos y cosmológicos. Latour ha reemplazado recientemente la noción de Gaia por la de «zona crítica». Ahora ya no se trata de un símbolo religioso sino de un tipo de discurso geológico que describe la Tierra rodeada por una fina película. Hay conexiones entre este concepto de Latour y mis reflexiones sobre la atmósfera entendida como cimiento de la Tierra, lo que supone una inversión de la relación entre lo que está arriba y lo que está abajo. En el pensamiento clásico la Tierra se entiende como algo fijo que atrae la vida. Por eso se le nombra en femenino, porque da soporte a la vida sobre su corteza. Pero ahora, de repente, parece que todo está colgado en el aire. El ejemplo favorito de Latour es el de las heces de los microbios. Lo que respiramos en la atmósfera son las heces de microbios arcaicos. Este ejemplo demuestra que es posible darle la vuelta a la forma en que hemos pensado conceptos como zona crítica o atmósfera, poniendo lo que está abajo encima y viceversa. Nada está definido para siempre. Desde un punto de vista filosófico, aunque parezca extraño, la basura puede convertirse en algo fundamental. Así lo demuestra la propia idea de reciclaje.

La moderación y el conservacionismo son insuficientes para encarar el futuro de la civilización tecnológica

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En este momento de emergencia climática, ¿es pertinente mantener la vieja división entre naturaleza y cultura?

La distinción clásica entre naturaleza y cultura responde al ámbito del teatro, en tanto que la naturaleza es entendida como escenario y la cultura como drama.

Y atendiendo a cómo se está asumiendo esta cuestión desde el ámbito político, ¿el cinismo puede ser subversivo o es solo otro síntoma más del desencantamiento del mundo?

Cuando abordé este asunto en mi libro Crítica de la razón cínica me inspiré en la República de Weimar, en autores como el dramaturgo Hans Johst, que en su obra Schlageter dice: «cuando oigo la palabra cultura, quito el seguro de mi revólver». Como sabe, Goebbels sentía predilección por esta frase. Esta afirmación es reflejo del clima de antiidealismo que reinaba en los años veinte. Ese espíritu no desapareció del todo y emigró a Estados Unidos. Esto se refleja en el humor norteamericano de entonces. Por ejemplo, en un lema publicitario que divertía mucho a Freud: «Para qué vivir si te puedes vender por diez dólares». Nos estamos acercando en todas partes a una nueva cima del cinismo, como acredita la derecha estadounidense, esa extraña mezcla de nacionalismo y cinismo. Lo mismo ocurre con muchos políticos de Europa del Este.

Usted es un asiduo visitante de Lanzarote. En relación a lo que ha dicho sobre la ética verde, ¿qué opinión tiene sobre la intervención del artista César Manrique en la isla?

Lo único que me resulta feo en Lanzarote es Arrecife y Puerto del Carmen. La preservación de la naturaleza intacta es parte del legado de César Manrique. Por lo poco que he podido ver de Tenerife, he comprobado que aquí no tuvieron la suerte de tener el mismo ángel de la guarda que en Lanzarote.

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