Cuando alguien se lamenta por un asunto que solo a él le confiere o por el que poco o nada podemos hacer, se le dice o se le da a entender que cada uno ha de asumir las obligaciones y las responsabilidades que le corresponden. Esta frase proverbial, que cuenta con una difusión universal, se emplea regularmente en las islas en sus distintas formas, siendo quizás, esta: “Que cada palo aguante su vela”, la más conocida. El dicho resulta propicio para hacer saber a alguien que así es la vida, con sus altibajos, con tropiezos e inconvenientes del orden que sea y que más tarde o más temprano tendremos que afrontarlos y rendir cuentas de nuestros propios actos. Algunos paremiólogos ven su origen en el argot marinero y, en efecto, en el imaginario se asocia fácilmente a la figuración del palo o madero redondo y vertical de una embarcación donde se trinca y sostiene la vela. Trasladando la imagen del mástil y la vela capaces de resistir así la embestida del viento. No faltan quienes consideran —los menos— que la etimología de la expresión guarda relación con el cirial o candelabro alto cuya parte superior aloja una vela de cera que portan los acólitos en las funciones religiosas (“Cada uno aguante su vela”). Incluso podemos escuchar una versión local que dice: “Cada santo aguante su vela”, haciendo referencia a las velas votivas que se ofrecen por los fieles a los santos de su devoción (dando a entender que cada santo se debe ser condescendiente y satisfacer las rogativas de sus devotos). No obstante, con independencia de la etimología, el significado y la enseñanza implícita es siempre el mismo. Cada uno debe asumir la responsabilidad de sus propios actos y afrontar los avatares que le depara su propia suerte o el destino, en lo pequeño y en lo grande.

Entre los sinónimos o locuciones afines podemos escuchar también: “Cada uno lleva/carga su cruz”. Figuradamente viene a expresar que todos tenemos un fardo, más o menos pesado que soportar, y que no podemos compartir con nadie, sino tenemos que arreglárnoslas solitos. Esta frase proverbial coincidiría con el significado de un pensamiento antiguo, pero de relativa reciente incorporación en la cultura occidental de la mano de adeptos y estudiosos de las tradiciones espirituales orientales que sitúan la doctrina o ley del karma en un pedestal fundamental para entender las vicisitudes y el destino de los seres vivos. Y que se resume en una máxima que podría enunciarse en que “cada uno tiene su propio karma”. Este constructo explicaría tanto los padecimientos como las bienaventuranzas en la vida de los seres humanos. Por incomprensibles que puedan parecer algunos sucesos de la vida cotidiana, ya sean desgraciados o afortunados, ya nos sucedan a nosotros o a los otros, todo tiene —según esta concepción— una razón de ser en el karma de cada individuo. Y esta idea se acerca, o acaso coincide, en esencia al sentido de la expresión de influencia cristiana “cada uno lleva/carga su cruz”. Donde la cruz sería la penitencia que arrastramos por la vida (el karma, por así decirlo), como si debiéramos expiar una pena de la que habríamos sido merecedores, a veces ignorándolo. Algo así como purificar o transformar nuestro mal karma, según ciertas doctrinas orientales. ‘’Cruz’’ y ‘’karma’’ serían conceptos equidistantes. El primero, la cruz, como simbología basal del cristianismo que rememora metafóricamente la ‘’pasión’’ de Cristo que carga su cruz hasta el calvario redentor. Pero se impone con la severidad de “que cada palo aguante su vela” (o “cada uno cargue con su cruz”), sin que se prevea la intervención piadosa de un Cirineo que nos eche una mano con el pesado equipaje de andar por la vida, alguien que muestre ‘’compasión’’. [He aquí otro guiño de la semántica que asocia subliminalmente ‘’pasión’’ (de ‘padecer’) con ‘’com-pasión’’ (de ‘compadecer’), esto es, sentir pena, lástima o empatía por el sufrimiento ajeno, como el buen Simón haría con Cristo]. El segundo, el karma, la metafórica balanza que sopesa nuestras acciones y determina en cierto modo el orden sucesivo de acontecimientos prósperos y adversos.

Así las cosas, conforme al trasfondo de esta paremia, como cada santo tiene que apañárselas como pueda para atender las peticiones de sus devotos, cada palo debe aguantar su vela cuando el temporal arrecia. A fin de cuentas, lo que no nos mata, nos hace más fuertes…, y más sabios.