El colectivo de comunicación Factoría de Carnaval ha otorgado su mención especial de Murguero del Año a José Rafael González Pérez, quien desde 1964 hasta 1990 estuvo vinculado primero a la murga infantil Paralelepípedos –la primera de las Fiestas de Invierno– y desde 1968 a la adulta Triqui-Traques, más de veinticinco años engrandecimiento la fiesta de la máscara, lo que permite hacer una análisis de la evolución murguera. Sirva como adelanto, la afirmación que realiza uno de los tres hijos de Mamá Lala (Carmen Pérez). «En el año 1976 solo se inscribieron tres murgas en las entonces Fiestas de Invierno, Diablos Locos, Triqui-Traques y La Sonora, y el Ayuntamiento de Santa Cruz se planteó cargarse el concurso. Nosotros peleamos para que lo mantuvieran, incluso que le dijimos que había tantos grupos como premios, y finalmente lo mantuvieron». En aquella edición el primero fue para Triqui-Traques, y el segundo, para Diablos Locos.

Si conocido es en el ámbito carnavalero, también goza de popularidad en el mundo del deportes gracias a su condición como la voz del Estadio Heliodoro Rodríguez López durante más de cuarenta años; eso sí, admite que antes de presentar las alineaciones tanto del CD Tenerife como de los equipos visitantes ya estuvo vinculado a las murgas. De hecho, la amistad con Hilario, el jefe de Porteros y, le valió que le pidiera a Rafa González que un día que no acudió el titular de la megafonía le hiciera el favor de presentar los equipos. Al siguiente partido tampoco acudió y desde entonces hasta poco después que el CD Tenerife se transformara en sociedad anónima, según explica.

«En tantos años no solo me he gozado muchos ascensos, sino que presentaba desde el foso, donde estaba el equipo local, el visitante y la prensa, y muchas veces con los pies en alto porque estaba anegado de agua», se ríe.

Nacido el 31 de octubre de 1950, Rafa es uno de los tres hijos –junto con a Gilberto, gran artesano, y Antonio– del matrimonio formado por Gilberto González y Candelaria Pérez. El primero, trabajador del Instituto Nacional de Previsión que militó en Tronco Verde y en la Coral de Cámara; mientras que su madre, más conocida en el mundo del Carnaval como Mamá Lala, además de gran costurera y fundadora de Paralelepípedos y Triqui-Traques, participó en los cuadros típicos y en la rondalla Echeyde que dirigió su hermano, el célebre Pepito Pérez, cuna de la que salieron grandes rondalleros como Faustino Torres, fundador de la postre de la rondalla El Cabo, o Aníbal Pérez.

El aguijón de las murgas se lo deben a la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá, y en particular a Enrique González. Rafa y su familia vivían en la calla Callao de Lima y el maestro de la Fufa trabajaba en la Ferretería El Martillo, propiedad de su familia, lo que permitió granjearse la confianza y amistad.

Si en 1961 se celebran las primeras Fiestas de Invierno, en las que se estrena en concurso la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá, que ganaría cinco primeros consecutivos, Mamá Lala organiza a los niños de su familia y del barrio para sacar en 1964 a un grupo vestido de pijamas, si bien sería a la edición siguiente cuando se formalice de forma oficial el estreno de la murga infantil Paralelepípedos. Mama Lala inventó unos baberos con sacos de azúcar y confeccionó unas batas que pintaron los propios niños con la pintura que les regaló El Pincel, a las que sumó unas boinas que consiguió en casa de Pepito Arvelo, frente al antiguo Frigo.

1965 fue el primer año oficial porque nos dieron la primera subvención, de 5.000 pesetas. «Ni Carl Lewis habría tardado menos que yo en recorrer desde la Recova Vieja –donde estaban las oficinas de la Comisión de Fiestas– a Callao de Lima», cuenta con el humor socarrón que le caracteriza.

Rafa González recuerda la colaboración que recibieron de la Fufa, en especial de Antonio Toledo, que le permitieron que arreglaran unos instrumentos para poderlos sacar la murga infantil. Precisa que el primer director de Paralelepídos fue el propio Rafa, pero como le daba vergüenza porque con quince años tenía gran porte, puso al frente a Luis Piña Cabrera, quien despertaba la alegría del público por ser un niño y dada su espontaneidad.

Aquella primera murga infantil de las Fiestas de Invierno daría paso a la murga adulta Triqui-Traques, desde 1968. Los pequeños celebraron sus primeros ensayos en la escuela de Antonio Ortiz, que a su desaparición dejó paso al Estanco Begoña y más tarde al Caribean &¬ Center que regentó Lito Mesa, para luego seguir uno o dos años a la fábrica de sifón de Alfonso Weller, compañero del padre de los hermanos González Pérez en el Instituto Nacional de Previsión, y luego en el Círculo de Amistad y el Palace Royal, hasta que Ernesto de la Rosa, siendo alcalde accidental de Santa Cruz en 1974, le concedió a Triqui-Traques su actual sede en la calle de La Noria, afilarmónica a la que Rafa continuó vinculado hasta 1990.

Este histórico murguero, que presume de haber vivido los años cuando el concurso se celebraba el lunes por la tarde y salían corriendo del trabajo para irse a preparar y subir a la plaza de toros, recuerda que incluso fue miembro de la Comisión de Fiestas en la etapa de Antonio Buenafuente, Ana Oramas y Maribel Oñate.

Admite que se desvinculó en 1990 de Triqui-Traques, de las murgas y del Carnaval en general, porque a partir de aquella fecha los grupos comenzaron a pagar por cosas que hasta la fecha se encargaban de elaborar los propios murgueros. Cuando se le pregunta si la evolución de las murgas ha sido a mejor, Rafa González cree que ahora los repertorios «son más monótonos; antes cogías una música y la identificabas, ahora se mezcla todo y todo suena igual».

Para este histórico murguero, uno de los males es que las murgas «quisieron hacer un plagio de las chirigotas, y no se pueden comparar, cada uno tiene lo suyo. Luego se incorporaron las voces, y parecen ahora corales y no te enteras de las letras, y hasta han quitado la finura de la letra; antes se insinuaba el taco y ya cada uno con su mente imaginaba lo que quería; antes las murgas eran el periódico del pueblo y ahora se central en temas personales. Y mira que yo viví la Transición», advierte este histórico murguero.

Reconoce que solo una vez hizo una letra y se cansó, de ahí su admiración por Juan Marcial Caraballo, más conocido como Chalo, «un gran autor de murgas». Rafa presuma de entrar con los Triquis entre silbidos a la plaza de toros y salir entre aplausos, como prueba de aceptación del trabajo. Hoy ve el Carnaval como algo lejano; su mayor ilusión ahora, disfrutar de su mejor premio, su nieta Adwoa, de cinco años, quien tiene en su abuelo historia viva de la fiesta.