Azul Atlántico

Sencilla y de gran corazón

Carmen Rubio.

Carmen Rubio.

Hay lugares donde el espíritu no puede escapar de la geografía. La comunidad de dominicas que reside en El Pajar, en la pequeña casa al final de la playa, en el inicio de la senda que sube a la ermita de Santa Águeda, se encuentra en una porción de paraíso, en una esquina del cielo en la tierra. Carmen Rubio, Esther Pérez y Pilar Martín, las tres religiosas entregadas al sur de Gran Canaria recibían con amabilidad en su familiar comunidad, pequeña en dimensiones grande en hospitalidad y servicio. Mujeres misoneras que reflejan el rostro maternal en una Iglesia pastoreada por hombres. Carmen Rubio, de una de las tradicionales familias de Las Palmas de Gran Canaria, hija de un recordado cardiólogo, decidió dedicar su vida a la causa del Padre Cueto, fundador de las Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia y obispo de Canarias, cuyos restos se conservan en la sede colegial de la calle del General Bravo. El sacerdote Julio Sánchez hacía de cicerone en una visita al templo más antiguo de Canarias y las hermanas abrían la ermita, su casa y su solicito corazón. Las habían invitado a volver a la capital, a la casa madre, con las dominicas de avanzada edad, pero su compromiso y su entrega se encarnaba en Arguineguín. Sor Carmen, superiora de aquella comunidad de tres hermanas, estaba en toda actividad vecinal y social que podía y que le permitía su labor. Carmen Rubio era el vivo testimonio de una maestra sencilla, centrada en lo esencial; hacer el bien, ayudar a los que lo necesitaban y enriquecer a su pueblo con la enseñanza y con la fe. El suyo era en Arguineguín en este final de trayecto el testimonio de los que el papa Francisco denomina «los santos de la puerta de al lado». Su virtud más eminente fue vivir con sencillez, con la misma que ha fallecido, después de un tiempo en silla de ruedas, como Santa Teresa, pero sin perder la sonrisa que la caracterizaba y se refleja en las fotos de su 86 cumpleaños. 

En el martirio de una larga enfermedad que la acompañó en los últimos años ha sido un ejemplo de saber sufrir con esperanza, con coraje, con cordialidad y compasión. Con todo su esfuerzo intervino en el acto de reapertura de la restaurada ermita de Santa Águeda, recordaba ayer José Carlos Álamo, testigo fiel y agradecido de la labor misionera de la religiosa dominica en su municipio.

Hospitalizada en el Insular estas semanas, siempre acompañada y atentida, recogiendo el fruto de un vivir hacia los otros, deja una profunda e imborrable huella entre quienes han tenido el privilegio de su cercanía, de su luz. La muerte para Carmen Rubio, una persona sencilla con un inmeso y profundo corazón, ha sido la realización de la vida. El sufrimiento pasa, la gloria es eterna, escribe San Juan de la Cruz.

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