Entrevista | Sani Ladan Analista internacional y activista

Sani Ladan: «Ayudan a los ucranianos pero luego no quieren centros de menores»

El activista y analista internacional camerunés Sani Ladan presenta su libro 'La luna está en Duala' en Casa África

El activista y analista internacional camerunés, Sani Ladan, en Casa África.

El activista y analista internacional camerunés, Sani Ladan, en Casa África. / Ángeles Jurado

«¿Estás preparado?», «Yo siempre estoy preparado», responde Sani Ladan (Camerún, 1995) bajo un sol radiante en la plaza Saulo Torón. El analista internacional y activista panafricanista y antirracista presenta hoy su libro, La luna está en Duala, en Casa África, un relato en el que su historia sirve como hilo conductor para abordar las desigualdades estructurales del mundo en el que vivimos. 

¿Por qué ha decidido hablar en primera persona y contar su historia en La luna está en Duala?

El libro no es solo el relato personal. De hecho, huía de contarlo y que se convirtiera en un libro de un viaje por África. Es un libro donde hago análisis de temas de cooperación, geopolítica…El proceso migratorio es como una excusa para explicar todas esas cuestiones estructurales, esos temas de los que muchas veces hablo, ya sea a nivel geopolítico o a nivel de las políticas migratorias. El libro es una mezcla de todo eso. El núcleo, el centro mismo del libro no es el proceso migratorio, sino que es una excusa para explicar ciertas cosas. 

Una frase que ha dicho más de una vez es que «la cooperación al desarrollo es el nuevo colonialismo». Entiendo que una declaración así te habrá llevado a recibir bastantes críticas, que habrá mucha gente que no está de acuerdo. ¿Por qué?

Una ayuda se tiene que entender como algo que tiende a desaparecer. Si venimos a ayudar para mantenernos a largo plazo, para perpetuar la ayuda, estamos perpetuando la dependencia. Yo lo entiendo así. Primero se hizo a través de la Iglesia, había que mandar, había que ir a evangelizar a la gente, había que ir a civilizar y ahora hay que desarrollar. Pasamos de civilizar a querer desarrollar y ahora pasamos de querer desarrollar a querer cooperar. Así es como lo mantengo. No digo que no sea necesario, ojo. Pero tiene que pensarse como algo que tenga una vocación de desaparecer. Cojo muchas veces el caso de Haití, que es un caso muy flagrante, en 2010 con el terremoto. Normalmente, cuando hay cosas de catástrofes naturales, se tiene que llevar una ayuda humanitaria. En la ayuda humanitaria hay algo que se basa en la filosofía del vale, ante esto que ha ocurrido, vamos a venir a mitigar los estragos que ha podido causar este desastre pero para irnos después. Hoy en día, en Haití, en cada esquina, hay una oenegé, viven de eso. Y las cosas también hay que decirlas. ¿No es políticamente correcto? No lo sé, pero yo prefiero no ser políticamente correcto sobre ciertos temas. Ha habido ejemplos de ayuda a lo largo de la historia, quizá en contextos completamente diferentes, que han llegado a medio plazo y han desaparecido. El propio Plan Marshall. Ahora mismo es impensable que Europa, a día de hoy, estuviese siendo ayudada por los Estados Unidos. No, no. El Plan Marshall llegó con un propósito, entiendo que son contextos completamente diferentes, pero llegó con un propósito a medio y largo plazo: la reconstrucción de Europa y de su economía para que Europa como socio pueda comerciar con los EE.UU. Pero con África no es eso, con el sur global no es esto. Cuando pones el foco y haces una crítica a esto, te conviertes en un enemigo porque estás señalando al chiringuito. Es un chiringuito. Lo siento mucho por la gente que trabaja en este campo. No estoy diciendo que la cooperación al desarrollo no sea necesaria, pero la razón de que exista una ayuda tiene que ser para que desaparezca. Una organización que trabaje en el mundo de la cooperación con esta visión, yo le diría que chapó. Es decir, llevamos a cabo proyectos pero en nuestra mente sabemos que es un proyecto a corto plazo para mitigar algo. Lo mitigamos y nos vamos. Pero si lo hacemos hoy y se vuelve cíclico, si nos vamos y otros vienen a reproducir lo mismo, se mantiene la dependencia. 

Otro tema que atraviesa su libro, como dijo antes, es el de las migraciones. Dentro de un mes se cumple un año de la tragedia de Melilla. Y hace aproximadamente un año, en esta misma plaza, mucha gente se manifestó contra lo ocurrido. ¿Cree que ha cambiado la percepción que tiene la sociedad de las personas en movimiento?

No. Si hubiese habido un cambio, el caso de Melilla no se hubiese archivado. No hubiese quedado así, con impunidad total, la sociedad tranquila, no dice absolutamente nada. Lo que ocurrió en Melilla no fue una tragedia, no fue una catástrofe natural. Y aunque fuese una catástrofe natural, muchas veces lo que importa es la respuesta de la sociedad, que es la que impone a los gobiernos ciertas líneas a seguir cuando hay una catástrofe. Como lo que ocurrió en La Palma. ¿Te imaginas que con lo que ocurrió los gobiernos hubieran dejado completamente abandonada a la gente de La Palma? La cosa sería diferente, la gente saldría a la calle, estaría pidiendo responsabilidades a los gobiernos en este caso. Pero, con el tema de la inmigración, estamos ante la mayor vulneración de derechos en la historia de la frontera terrestre. En Europa en general y en Europa en particular. Pero se archivó el caso y no pasó absolutamente nada. A día de hoy, no se han depurado responsabilidades y la sociedad sigue su vida normal sin entender que tienen que pedir rendición de cuentas. Yo es que no me imagino que se organice un concierto, haya una avalancha, la gente se muera y se cierre el caso sin investigación. No me lo imagino porque la sociedad pediría responsabilidades. La misma sociedad a la que vimos coger el coche para ir a recoger a refugiados ucranianos son los mismos que te dicen que no quieren que se abra un centro para menores en sus barrios.

¿Por qué cree que la sociedad española siente más cerca lo que ocurre en Ucrania, que está más lejos, que lo que ocurre en los países vecinos africanos?

Porque son gente blanca. Aquí no hay ninguna justificación que no sea una justificación racial. Hay un componente racial muy importante con lo que ocurre en Ucrania. Porque los cuerpos blancos se entiende que son cuerpos que no pueden pasar calamidades, que son cuerpos sagrados a los que hay que proteger. La UE sacó una directiva del 2008 para dar acogida digna a los refugiados ucranianos. Y esto históricamente también se ha visto en la propia Convención de Ginebra. Cuando se adoptó en el año 1951, no estaba pensada para todos los refugiados del mundo, solo estaba pensada para los refugiados europeos. Dieciséis años después fue cuando Europa se dio cuenta de que no estaban solos en el mundo, hay que quitar esa limitación geográfica. Entonces, la gente aquí responde porque sienten que los ucranianos merecen, siendo blancos, más protección en este caso que otros refugiados.

Presenta su libro casi en el Día de África, que conmemora los orígenes de la Unión Africana (UA). Usted dice que la UA es una cadena de transmisión de las órdenes de Occidente. ¿Por qué? ¿Cómo puede cambiar?

Esto solo puede evolucionar con la toma de conciencia de las nuevas generaciones de los africanos. Es algo que hoy en día estamos viendo, hay un auge en esas reivindicaciones, en esas maneras de querer cambiar la narrativa, de instar y forzar a las instituciones africanas a responsabilizarse de cosas que tienen que ver con el continente, a no ser bisagras de las instituciones europeas y no reproducir su modelo. Pero, somos conscientes también de la asimetría que hay en la relación entre Europa y África. La UA necesita una reforma porque, como digo siempre, la UA es un mal necesario. El continente la necesita, pero necesita una UA reformada, una UA que vuelva a las raíces de su fundación. Porque la UA falló nada más ver la luz, porque había dos grupos, el de Casablanca y el de Nairobi. Y había un grupo que pensaba que se necesitaba una federación que uniese a todos los países africanos pero con una entidad que sea única, con una sola voz. Y había otros que defendían que todos los países mantuvieran su voz y una UA con muy poca fuerza. La parte que ganó fue esta última porque tuvo también apoyo de Occidente. Cada vez estamos viendo más reformas y creo que son bastante esperanzadoras en este sentido, hacen que por lo menos esta institución tenga el peso tiene que tener.

Ahora estás aquí, pero tu vista está puesta en volver a casa. ¿Cuáles son tus planes de futuro?

Siempre he tenido muy claro que estoy de paso aquí. Realmente donde se tienen que hacer cosas es en África. Tenemos la obligación y el deber de estar ahí para que ese cambio llegue y que no seamos espectadores cuando llegue el momento. Yo siento que es como el curso natural, volver. En la portada de mi libro está el sankofa, un pájaro que está volando con la cabeza girada hacia atrás, que simboliza que vayas donde vayas, tienes que tener la mirada puesta hacia las raíces. Y esta es la filosofía que yo adopto siempre.

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