Pleno del Parlamento de Canarias | Final de legislatura

Pum

El presidente Torres estuvo perfecto en su despedida de la legislatura. Agradeció lo que tuvo que agradecer y ocultó lo que tenía que ocultar

Ángel Víctor Torres, Julio Pérez, Noemí Santana

Ángel Víctor Torres, Julio Pérez, Noemí Santana / Andrés Gutiérrez

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Ángel Víctor Torres estuvo perfecto en su despedida de la legislatura. Agradeció lo que tuvo que agradecer, ocultó lo que tenía que ocultar, lanzó alguna bofetada con tono de profeta compungido, pero profundamente humano, y declaró más o menos claramente que su preferencia estaba en repetir la fórmula de cuatripartito para la próxima legislatura. Y es obvio. Los tres socios del PSOE -Nueva Canarias, Podemos y Casitodo Curbelo -son conmilitones razonables y se contentarían, exactamente, con las mismas áreas que ahora. Solo el apetito de los curbelistas es infinito y augura, inevitablemente, fricciones, cabreos y alguna guerra de guerrillas perfectamente inútil: un fastidio tolerable. Curbelo sería capaz de pedir para la Agrupación Socialista Gomera la televisión canaria, y Francisco Moreno se convertiría al instante en natural de Chipude para seguir al frente del canal público. Si se suman 36 escaños las aguas no desbordarán el barranco. Como el presidente le ha cogido gusto al argumento de la estabilidad lo repitió de nuevo con delectación. Italia creció una media del 8% en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo con un gobierno nuevo cada año y medio y, por otra parte, Torres ha tenido, entre otros cambios, tres consejeros de Sanidad en cuatro años, pero Torres está enamorado de su club gubernamental como de una escultura de mármol de Carrara. Todos juntos y todos quietos y todos posando para la breve inmortalidad de dos legislaturas.

Hace tiempo que Torres quería dedicarle una frase cariñosa a Vidina Espino. Según un betseller espantoso de los años ochenta, versionado en una serie de televisión vomitiva, el pájaro espino canta hasta morir, y eso es lo que le ha ocurrido a doña Vidina. En la comparecencia de la consejera de Derechos Sociales, Noemí Santana, Espino le espetó que su legado era nulo, que habían dañado el feminismo, que era una desidiosa y (atención) que una canción de Shakira había hecho más por la causa feminista que todo el equipo de Santana, demostrando así que ignoraba tanto lo que es el feminismo como quien es Shakira. La consejera casi no le prestó atención: bastante tiene con lo suyo, esas terribles pesadillas en la que un sudoroso hombre de dos metros la persigue por la superficie de una gigantesca urna de madera hasta que cae de lo más alto y se hunde en un abismo. En la pesadilla, cuando llega abajo, encuentra otra vez el larguirucho con el cráneo roto, exactamente igual a ella. Será gracioso que Alberto Rodríguez contribuya activamente a que el gobierno de centroizquierda desaparezca. Bien, el presidente Torres, en su pregunta, sí se dirigió a Vidina Espino, que había hablado de corrupción política. «El transfuguismo es una forma de corrupción política», le soltó. La diputada se mordió los labios. Ya había agotado el tiempo de su intervención.

Por supuesto, hubo una pregunta de Nira Fierro, la fan parlamentaria más activa y desparpajada del compañero Ángel Víctor, la portavoz (y secretaria de Organización) que sabe que amar a alguien es no tener nunca que decirle lo siento, presidente. Le preguntó que qué tal la legislatura, pero antes le dijo, por si albergaba alguna duda en su digno pecho, que era un presidente excepcional. Manuel Domínguez, un hombre tan astuto que no se le nota nada, le preguntó a Torres cuál era, a su juicio, la consejería que funcionaba peor de su gobierno. En Los Realejos deben preguntar cosas raras.

-Oye, Esteban. Y de tus hijos, ¿cuál es el más idiota? ¿El más tarado?

-Buf, el del medio. Cuando camina por la sombra cree que se ha hecho de noche.

-¿En Los Realejos?

-En todo el mundo.

Este cronista es incapaz de entender la estrategia parlamentaria del señor Domínguez que, además, no se ajusta a la praxis y la calidad política y discursiva de sus dos mejores oradores, Luz Reverón y Poli Suárez. Es un misterio. A Domínguez le pasa como a Román Rodríguez: no reparan en que no les escucha nadie. Pero absolutamente nadie. ¿De verdad que no se enteran? Si son gente adulta y más o menos despejada. El coalicionero José Miguel Barragán, que felicitó el cumpleaños al presidente por anticipado, fue más específico, y preguntó a Torres por la situación tremebunda en los hospitales, las urgencias y la atención primaria. El presidente aplaudió el comportamiento de la sanidad pública durante la pandemia de covid y la pospandemia y citó una encuesta según la cual los pacientes canarios estaban muy satisfechos con su sistema sanitario público. Barragán debió de precisarle que esa era la opinión de los ciudadanos que habían podido acceder al sistema, no de los que colapsan urgencias o esperan medio año para una prueba diagnóstica. Torres no se inmutó. Dijo incluso que apoyaba las manifestaciones a favor de la sanidad pública de hace un par de días. Torres es antitorres, posttorres y pretertorres en un mismo cuerpo consagrado al sagrado bienestar de los canarios y las canarias. Su cinismo es más peligroso que otros, porque es profundamente sincero. Encerrado en las prisiones del partido, Winston Smith, el protagonista de la novela 1984, aprende sobre el potro de tortura que si es políticamente necesario dos más dos pueden ser cinco. Torres lo sabe. Claro que son cinco. Dos y dos sumarán lo que sean necesario. Y si es 36 mejor.

Casi al final le tocó el turno al Diputado del Común, Rafael Yanes, de exponer su informe anual. En realidad no tuvo tiempo para hacerlo. El informe se trató a toda velocidad y los portavoces de Podemos y el PSOE tuvieron la desvergüenza de utilizarlo para defender apologéticamente la gestión del Gobierno autonómico, en particular, en materia de políticas sociales y asistenciales. Fe bastante penoso. El rostro ligeramente contraído de Rafael Yanes era lo suficientemente elocuente. Durante el veloz debate nadie se sentó en el banco azul. Ni un solo representante del Gobierno de Canarias escuchó las palabras entre comedidas y contenidas e Yanes. En la bancada del PSOE, primer partido de la Cámara, estaban ausentes la presidenta del grupo y su portavoz. No fue una imagen demasiado estimulante ni confortadora para el cierre de la legislatura. Porque ya todo, prácticamente, había acabado. El cronista tomó su boli y su libreta y salió a la calle. Lucía el sol en un cielo de un azul prodigioso y subió por la calle desde la pesadilla insigne y cutre de un parlamentarismo cada vez más degradado al sueño compartido con los transeúntes: una ducha, una tapa de ensaladilla, el último libro de Melchor López, una luna africana vigilando el sueño liviano de Santa Cruz de Tenerife, sede el Parlamento de Canarias

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