La Infanta Cristina llegó a Barcelona el año de los Juegos Olímpicos en busca del mar, de intimidad y de la libertad que daba estar alejada de su familia. Pero en su camino se cruzó Iñaki Urdangarín, un alto, joven y rubio jugador de balonmano. Era el 'yerno perfecto'. Del compromiso a la boda pasaron cinco meses. Después llegaron Juan, Pablo, Miguel e Irene. Una vida modélica: cuatro hijos, padre emprendedor y madre directiva. Vida que discurría en su mansión de Pedralbes: 1.000 metros cuadrados y una hipoteca de 20.000 euros mensuales. Una vida a cuerpo de rey inasumible hasta para una Infanta.