Relatos de Santa Cruz | Siglo XX

El accidentado 'Festival de la aviación' que llevó del asombro a la desilusión a los presentes durante las Fiestas de Mayo

El presidente de Foomento de Turismo de Tenerife en aquel entonces preparó una exhibición que terminó de manera brusca

Aeroplano Blériot XI, 1913. | | E.D.

Aeroplano Blériot XI, 1913. | | E.D. / José Manuel Ledesma Alonso

José Manuel Ledesma Alonso

En el programa de las Fiestas de Mayo de 1913, el presidente de Fomento del Turismo de Tenerife incluyó un nuevo número denominado Fiesta de Aviación, cuya exhibición se llevaría a cabo el sábado, día 10, a las cuatro de la tarde, y el domingo, 11, a la diez de la mañana, ambas amenizadas por la Banda Municipal de Santa Cruz.

Para llevarlo a cabo, el día 9 del citado mes había llegado al puerto de Santa Cruz de Tenerife, a bordo del Reina Victoria Eugenia, el famoso aviador francés Leonce Garnier, de 32 años de edad, acompañado de su esposa María Somech, su mecánico Agustín Mañero y nuestro compatriota Jaime Capanay. El muelle era un hervidero de entusiastas y curiosos que querían ver al intrépido piloto y a su avión, un magnífico aeroplano Blériot XI, con el que ya había realizado más de 300 vuelos en la Península.

Para campo de vuelo eligieron los terrenos situados cerca de la montaña de Ofra, en el espacio comprendido entre el primer molino y el polvorín viejo, donde una cuadrilla de obreros se había encargado previamente de aplanar el terreno, mientras otros colocaban las sillas para acoger a los espectadores.

Las piezas del avión fueron trasladadas en el tranvía hasta las cercanías de este improvisado aeropuerto. Para ultimar los preparativos del aparato, que había sufrido un accidente en su anterior exhibición en Las Palmas de Gran Canaria, el piloto recurrió a dos mecánicos tinerfeños, Tomás Fernández y Miguel Reyes.

Público asistente al festival de aviación. | | E.D.

Público asistente al festival de aviación. | | E.D. / José Manuel Ledesma Alonso

Aunque el Ayuntamiento había subvencionado con 1.500 pesetas cada vuelo, los asistentes tuvieron que pagar una peseta y media por la entrada de general y cuatro pesetas por las sillas. Como las entradas se agotaron rápidamente, la mayoría del público se encaramó en los monturrios cercanos al espectáculo. Fue tanta la gente que acudió que la Guardia Civil tuvo serios problemas para contenerlos.

Gadnier y su acompañante, el ingeniero tinerfeño Juan Santa Cruz, perfectamente ataviados con la vestimenta reglamentaria de la época se encaminaron hacia el aparato, dispuestos a ofrecer el primer vuelo.

Ante un público impresionado por el acontecimiento, el avión inició su carrera por la improvisada pista, se elevó medio metro del suelo durante unos segundos y cayó de nuevo a tierra; a continuación, siguió su rodadura hasta que se levantó por los aires ante los aplausos de los incrédulos tinerfeños.

Miles de ojos seguían perplejos las peripecias del piloto, cuando se dirigió al centro de la Ciudad, giró y volvió rápidamente a sobrevolar sobre la muchedumbre; luego, tomó la dirección de Geneto y, cogiendo 700 metros de altura, dio un nuevo giro y, en una maniobra perfecta, el avión aterrizó suavemente en el campo; pero, cuando iba rodando sobre la pista, un pequeño desnivel existente en el terreno, inclinó al aparato de morros, rompiéndole la hélice, el tren de aterrizaje, el timón, el puente de Gusisman, las válvulas y el cigüeñal del motor. Afortunadamente, ni el piloto ni su acompañante sufrieron ningún daño, pero las averías del avión fueron tantas que el resto del espectáculo tuvo que ser suspendido y la gente quedó bastante desilusionada.

El día 13 de mayo de ese año 1913, Leonce Gadnier, con su maltrecho avión, embarcaba rumbo a Cádiz en el vapor Delfín.

Hidroaviones

En 1919, como las Islas Canarias representaban un punto estratégico para el servicio aéreo con Guinea y Sudamérica, el programa aeronáutico español firmó convenios con Francia y Alemania para que pudiesen amerizar los hidroaviones en los aeropuertos marítimos canarios.

Por ello, el Cabildo tinerfeño ofreció al Ministerio de Marina Español los terrenos para que hicieran un campo de aviación entre el Bufadero y la cantera de La Jurada, utilizando la dársena de Anaga como pista de despegue y amerizaje.

En el primer vuelo de prueba, realizado por los pilotos Louis Delrieu y Francisco Cervera, el 11 de julio de 1924, en el momento de amarar en la dársena de Anaga, una ola puso en vertical el hidroavión, siendo recogidos los tripulantes por los botes en los que se encontraban las autoridades que les esperaban.

Aeródromo

A finales de 1920, dada la importancia estratégica que ofrecía Tenerife para ser lugar de escala en las líneas aéreas con África Occidental y Sudamérica, el presidente del Cabildo de Tenerife envió una carta al embajador de Francia en Madrid, en la que le ofrecía un aeródromo en la Isla para que fuera utilizado por cualquier compañía aérea de su país.

Entre las zonas propuestas para emplazar el futuro aeropuerto se barajaron Montaña Roja (Médano), el Bailadero (carretera de Arico a Abona), Ofra y Santa Cruz (entre la finca Ballester y la carretera del Rosario).

En 1939, el gobernador civil Orbaneja informaba que el campo de aviación se realizaría entre La Cuesta y Ofra, para lo que se adquirieron 296.800 metros cuadrados de terreno, al precio de una peseta el metro cuadrado; aunque, el 23 de enero de 1941, se abriría al tráfico el Aeropuerto de Los Rodeos.