Sin perder el norte

'La Nave' de los recuerdos: el rincón en Tenerife en el que volver al pasado es fácil

Entrar en la tienda de antigüedades de Santa Úrsula es atravesar un túnel del tiempo; es entrar en un museo de historia

La Nave de los recuerdos

La Nave de los recuerdos / Marta Casanova

Marta Casanova

De la misma manera que las personas que nos dejaron seguirán vivas siempre que haya alguien que las recuerde, la vida de las cosas dura mientras haya quien las valore. Establecer el verdadero valor de esas piezas que un día fueron testigo de nuestro paso por este mundo resulta demasiado complicado, sobre todo para quienes sienten un apego especial hacia los objetos que nos recuerdan a seres queridos o momentos vividos que nunca más se repetirán. Pero hoy en día ni los espacios, ni las costumbres, ni las necesidades de nuestra sociedad son las mimas que hace cincuenta sesenta o cien años.

Entrar en el espacio La Nave, en Santa Úrsula, es atravesar el túnel del tiempo para recordar esos tiempos pasados. Más que una tienda de antigüedades es un museo de historia con mobiliario, artículos de decoración, lámparas, joyas, vajillas, ropa y una amplia colección de cámaras de fotos, aparatos tecnológicos y electrodomésticos vintage. Para los más jóvenes, que no han vivido ni conocido esas costumbres, más que entrar en el túnel del tiempo resulta toda una aventura y un descubrimiento adivinar cómo se usaban piezas antiguas como puede ser un sencillo teléfono de baquelita, instrumentos musicales o una cámara de fotos analógica.

Jorge Sosa, Abel de León y Erik L’hostis se conocieron a través de la venta ambulante de antigüedades en los mercadillos en los que participaban asiduamente. Un día, hace ahora seis años, decidieron abrir al público lo que al principio era un almacén para guardar todo ese mobiliario y enseres. Con el tiempo se han convertido en referente en la Isla para encontrar piezas únicas que en algunos casos ellos mismos restauran o reparan para recobrar su estado original.

El concepto de este lugar es también de coworking puesto que los propietarios ceden en ocasiones el espacio para que otras personas puedan vender allí, como ocurre el segundo domingo de cada mes, fecha en la que celebran una jornada de puertas abiertas denominada El desembalaje de la nave donde se pueden encontrar piezas muy interesantes y pasar una mañana de domingo diferente.

La Nave de los recuerdos

La Nave de los recuerdos / Marta Casanova

Jorge Sosa es licenciado en Bellas Artes y lleva la parte más tecnológica. «Resulta curioso cómo vienen muchos jóvenes buscando cámaras compactas de plástico de hace tan solo 18 o 20 años. Los llamados milenial han nacido en la era digital y les resulta curioso ese funcionamiento. Cada generación viene marcada por diferentes acontecimientos, pero también por la tecnología que le rodea, el estilo de música, las joyas, la ropa o los muebles y aquí esa parte está bien representada».

En cuanto a los estilos más demandados, Jorge nos cuenta que existen tendencias. Mientras que hace unos años las personas mayores venían demandando muebles y decoración de estilo imperio, más clásicos, hoy en día se busca el estilo de los 50 y todo lo vintage, incluso el plástico, común en el diseño de muebles y menaje de esos años.

A esta gran nave llega mercancía de todos los rincones del Archipiélago. «Cada vez los espacios en los que vivimos son más pequeños y la gente no quiere acumular. Lo que hacemos en lugares como este es apostar por la economía circular, dando una nueva vida a piezas que ya vienen con historia. Es apostar por la sostenibilidad porque mientras el mercado se satura de productos de escasa calidad que pueden resultarnos baratos, al final lo barato siempre sale caro para alguien que es explotado en esa cadena de producción masiva. Los muebles que tenemos aquí son de gran durabilidad, hechos con esmero, con maderas que en muchos casos ya no se emplean».

La Nave de los recuerdos

La Nave de los recuerdos / Marta Casanova

Labor de investigación

Resulta apasionante la labor de investigación que a veces tienen que desarrollar para conocer la historia de determinadas piezas antes de ponerlas a la venta. En este sentido, Jorge nos cuenta cómo recibió un día unos negativos de cristal de principios de siglo y finalmente pudo averiguar que se trataban de fotos de familias que realizaba a domicilio un fotógrafo de Arico. Entre sillones, mesas y estanterías con libros antiguos, discos de vinilo o vajillas, encontramos elementos curiosos como un gran fuelle de vino procedente de una herrería de Alemania o una gran cristalera de Viena de los años 20 muy bien conservada que llevaba cuarenta años en La Palma hasta su traslado hasta este lugar. Podemos encontrar también una parte del mostrador de la Casa Reid del Puerto de la Cruz.

Pero, sin duda, la colección de vibradores de mano de principios del siglo XX y consoladores de madera, jade y metacrilato son sin duda los elementos más curiosos que encontré en la visita a La Nave. Otro de los socios, Abel de León, me cuenta cómo los adquirió a una señora de unos ochenta años que le contó que era de su madre, diagnosticada de histeria femenina en la época victoriana. En aquella época, las pacientes diagnosticadas con esta enfermedad recibían un tratamiento de estimulación genital y de ahí el uso que se consideraba terapéutico con esta aparatología. Hoy los suelo prestar para exposiciones e incluso una matrona los muestra en sus sesiones de formación.

Abel se ha especializado en la parte de la joyería y destaca que a la hora de elegir las joyas que adquiere. Valora el diseño porque «no compramos al peso para fundir, sino que vendemos las piezas enteras». Antes de conocer a Erik, su pareja desde hace 18 años, se dedicaba a la restauración como camarero en un negocio familiar y reconoce que lo ha aprendido todo a través del interés y la formación autodidacta.

La Nave de los recuerdos

La Nave de los recuerdos / Marta Casanova

Erik L’hostis es francés aunque por circunstancias familiares nació en Gabón. Llegó a Tenerife hace 23 años procedente de Limoges, célebre por sus fábricas de porcelana. Recuerda cómo desde muy joven le apasionaba la decoración «cuando cumplí dieciocho años en lugar de pedir una moto, me empeñé en un escritorio Luis XVI que costó a mis padres 1.200 euros». Tras el fallecimiento de su padre, decide dejar Francia y su profesión de enfermero para dedicarse a su pasión en una tienda en la zona de las Galletas, en el sur de Tenerife. En aquella época tuvo éxito y contaba con la exclusividad para Canarias de firmas francesas como Luneville, La René o St Medart de Noblat pero finalmente tuvo que cerrar porque «los extranjeros que pasaban aquí el invierno en esa época no invertían en decorar sus apartamentos». Fue entonces cuando se dedicó a la venta ambulante y conoció a sus socios. En Europa está mejor visto que aquí la venta ambulante y el mercado de segunda mando. En los años que estuve en el rastro viví situaciones de desconfianza por parte de personas que no creían la autenticidad del producto, pero nuestra trayectoria profesional nos avala.

Otra oportunidad de negocio ha llegado de la mano del posicionamiento de Tenerife como plató para producciones audiovisuales ha supuesto una buena forma de facilitar al alquiler de mobiliario y atrezzo. Durante este tiempo han trabajado con numerosas productoras, realizando muchos rodajes en diferentes localizaciones de la Isla. Desde aparatos de radio, lámparas, muebles o teléfonos de los años 80 son las piezas más demandadas.

Sigo mi recorrido por este enigmático lugar y encuentro numerosos cuadros con fotografías en blanco y negro de personas que ya no están. Me pregunto si alguna vez esos hombres y mujeres pensaron que su imagen podía acabar apilada para la eternidad en uno de todos estos estantes. Un viejo conocido solía decir que no quería que le hicieran un retrato porque acabaría, en el mejor de los casos, en las paredes de un restaurante observando cómo otros se ponían las botas mientras él era comido por los gusanos y no dejaba de tener razón. Jorge opina que «mejor aquí que en un contenedor de basura». «Al fin y al cabo, esas imágenes son un documento histórico que nos habla de nuestro pasado, de cómo vestíamos, cómo era nuestro entorno». Hay personas que vienen a vendernos cosas que encuentran en la basura porque hay mucha gente que no tiene el conocimiento ni la mentalidad del discernir las piezas de valor de las que no lo son», detalla.

La Nave de los recuerdos

La Nave de los recuerdos / Marta Casanova

Jorge vivió en Amsterdam durante doce años y trabajó en la casa de subastas Dzwaan. Allí fue donde realmente aprendió a conocer el verdadero valor de las piezas porque «pasaban por mis manos artículos muy valiosos». «Pero ocurre algo similar con las edificaciones, tan solo hay que mirar al Puerto de la Cruz o rincones de Santa Cruz que se perdieron completamente en aras de la modernidad y el rendimiento económico», agrega Jorge. «Salvo los edificios con una protección especial, la mayoría de las viviendas se siguen tirando o remodelando porque no hay, en definitiva, una conciencia ciudadana de respeto y sensibilidad hacia lo antiguo», concluye.

El dilema de los precios

El dilema a la hora de establecer un precio es otra de las cuestiones más complicadas a las que se enfrentan los tres socios a la hora de adquirir la mercancía porque por un lado está el valor emocional de las cosas y por otro el sentimental que sin duda es incalculable. «Muchas veces se crea una expectativa que no es real», nos comenta Erik. La venta por traslado es otro servicio que ofrecen a los clientes y consiste en acudir a la propiedad que se quiere vaciar y referenciar todo su contenido para posteriormente abrirlo al público y proceder a la venta. Esto los suelen hacer en prácticamente todas las Islas y es cada vez más común. Como anécdota Abel nos cuenta un caso de una señora que compró un sillón de la casa de su vecina, ya fallecida, porque siempre se sentaban allí a charlar y era una forma de mantener vivo su recuerdo.

Salgo de La Nave con otra manera de observar los objetos que nos rodean. Al fin y al cabo, el que más y el que menos tiene algún recuerdo de esos elementos que formaron parte de nuestra niñez y no viene mal de vez en cuando mirar atrás para ver lo que hemos avanzado, pero también lo que hemos retrocedido. Igual que el recuerdo del sabor de la magdalena mojada en el té que recrea Marcel Proust en su obra En busca del tiempo perdido, un tocadiscos o un antiguo secador de pelo puede en segundos devolvernos esa infancia perdida.

Objetos que vende La Nave y sus gestores, Jorge Sosa, Abel de León y Erik L’hostis. Debajo, a la derecha, colección de vibradores de principios del siglo XX y consoladores de madera, jade y metacrilato.