Sin perder el norte

Diferentemente iguales

Nuria Hernández, a través de la Asociación de Diversidad Funcional Asmipuerto, se encarga cada día de atender a personas con discapacidad intelectual para propiciar su integración en la sociedad

Una de las actividades que desarrolla la Asociación de Diversidad Funcional Asmipuerto con personas con discapacidad intelectual.

Una de las actividades que desarrolla la Asociación de Diversidad Funcional Asmipuerto con personas con discapacidad intelectual.

Marta Casanova

Nadie es como otro. Ni mejor ni peor. Es otro. Y así es Tamara, Marina, Graciela, Darío, Sergio, Nuria, tú que lees ahora este reportaje o yo misma. Personas, en definitiva, con diferentes capacidades en una sociedad también diversa. Mejores en algunas facetas y peores en otras. Más competentes para unas actividades y menos para otras. Una realidad que conoce Nuria Hernández desde muy pequeña cuando quiso dar sus primeros pasos y no lo lograba. Fue entonces cuando su madre la llevó al pediatra y comenzó su proceso de aprendizaje, algo diferente al de la mayoría de niñas de su edad. Nació con una parálisis cerebral que en su caso le afectó a la parte motora. Las visitas al hospital se hicieron rutinarias, pero ello no le impidió avanzar en sus estudios y formarse como psicóloga. Para Nuria ha sido esencial la forma en la que la crio su madre, pilar fundamental en su vida. Ella fue la primera en normalizar una situación que para muchos aún no es normal y eso es incluso peor que la propia discapacidad.

Diferentemente iguales

Diferentemente iguales / Marta Casanova

«Por supuesto que hay que caer para poder levantarse con más fuerza y por supuesto que en ocasiones la vida nos resulta más complicada que al resto, pero los límites muchas veces son mentales. Si tú te autolimitas, esos límites se convierten en reales. En cambio, cuando realmente crees que no tienes esos límites es cuando empiezas a superar los obstáculos. Es en ese momento cuando dices: ¡Yo puedo!».

Diferentemente iguales

Diferentemente iguales / Marta Casanova

En el caso de la discapacidad intelectual, la dificultad para integrarse en la sociedad ocurre en el momento en el que concluye la etapa de educación reglada y estas personas se convierten en adultos, con otras necesidades formativas que también resulta necesario cubrir. Es un momento complicado tanto para ellos como para sus familias y es aquí donde Nuria ha jugado un papel fundamental. Desde la Asociación de Diversidad Funcional Asmipuerto se encarga cada día, de lunes a viernes, de favorecer la integración de estas personas a través de diferentes actividades de estimulación cognitiva, deporte, teatro, baile, etc. Ofrece atención a personas con discapacidad en toda la comarca Norte con edades que oscilan entre los 21 y 50 años. Son ellos los que cada día le dan una lección de vida desde el cariño y el respeto. Como nos cuenta Nuria, cada uno ha desarrolla una capacidad diferente y eso los hace especiales y únicos. «Somos una familia y nos tratamos como lo que somos: adultos diferentes, ni más ni menos».

Diferentemente iguales

Diferentemente iguales / Marta Casanova

Como psicóloga, Nuria comenzó trabajando de voluntaria en lo que era una asociación de madres y padres de niños con discapacidad fundada en 1998. En 2002, el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz les cede un local, pero es en 2014 cuando Fátima León, anterior presidenta, le pasa el testigo a Nuria y ella logra iniciar un cambio importante con la profesionalización de las actividades impartidas. Junto a Manuel Lagalla, que es pedagogo, se han convertido en un tándem perfecto para cumplir un objetivo que pasa por el de convertir esta asociación en centro de día que les permitiría obtener más ayudas y contratar así más personal. En la actualidad, su principal fuente de financiación viene por parte del Cabildo a través del IASS.

Al margen de la actividad que realizan en el centro, los chicos y chicas de Asmipuerto acuden cada semana al Museo Arqueológico de Puerto de la Cruz para participar en los Viernes Diversos, que ofrece talleres de historia, idiomas o ejercicio físico, entre otros. Del mismo modo acuden a teatro a cargo de Mónica Lorenzo en la Casa de la Juventud o juegan al baloncesto gracias a un acuerdo con el Club Deportivo Puerto Cruz. En colaboración con la asociación Amavite participan también en un proyecto de la Caixa para fomentar el intercambio generacional que consiste en recibir nociones básicas de informática con contenidos sencillos y útiles para su vida diaria como descargar archivos, correo electrónico, etc. Pero sin duda es el baile una de las actividades con más éxito. Con Wilcar y Laura bailan zumba y disfrutan como cualquier persona de su edad. En definitiva, cumplen con una agenda completa que les permite salir del ambiente familiar y crecer con la máxima autonomía posible.

Javier Freisser ha dirigido Campeones, dos películas sobre una misma realidad que ha captado la atención del público convirtiéndose en éxito de taquilla. Pero ¿cuál ha sido su secreto? Tratar el tema de la discapacidad desde la normalidad con un toque de humor y con la sensibilidad necesaria para llegar al corazón de los personajes y de los espectadores.

Decía Freisser en una entrevista que «muchas veces, para aprender una nueva mirada y crear verdaderas conexiones de valor, es necesario desaprender tantas cosas que damos por sentadas. Los prejuicios y las etiquetas aprendidas nos limitan». «Aceptar la diversidad y abrazar la diferencia es el primer paso para poder construir unas relaciones entre nosotros en las que realmente saquemos lo mejor de nosotros mismos, y del otro. El segundo paso, es no dar por hecho que alguien no es capaz de hacer algo».

Conocer la gran familia de Asmipuerto ha permitido acercarme a esa percepción sobre lo que es y no es la mal llamada normalidad. No nos damos cuenta del daño que puede hacer una mirada de lástima o unas palabras de consuelo cuando no son necesarias ni requeridas y Nuria lo tiene claro: «Yo solo veo mi discapacidad cuando alguien me lo recuerda con compasión o cuando camino frente a un espejo. Luego, paso de largo y sigo con mi vida como cualquier ser humano. No somos minusválidos, porque sencillamente, no somos menos válidos. Este es un término peyorativo que a pesar de estar afortunadamente en desuso se sigue aplicando en la mente de algunas personas. En mi caso he sido válida para estudiar una carrera, desarrollar una profesión, ser madre y vivir con normalidad y esto es lo que tratamos de inculcar en las personas con las que trabajamos. Todos somos válidos y únicos».

Permítanme que antes de finalizar este reportaje comparta con ustedes una vivencia personal que me marcó profundamente al hilo de lo hablado en este reportaje. A finales de los años 70 en el Valle de La Orotava había familias que llegaban a atar a las cunas a niños con diferentes grados de discapacidad. Los llamaba subnormales y se avergonzaban de su existencia. Mi madre, una mujer coraje que trabajó por cambiar esa situación a través de la Asociación de Amas de Casa que ella misma presidía, lejos de mantener a su hija pequeña al margen, me llevaba por barrancos de la zona para vivir en primera persona esa situación. Era su manera de educarnos en la empatía hacia el prójimo.

Esta semana, al entrar y saludar a Tamara, sonriente y feliz, recordé esas impactantes imágenes de mi niñez y agradecí la labor realizada por muchas personas que, como mi madre, han contribuido a ese cambio de mentalidad. Queda mucho por avanzar, pero creo que vamos por buen camino y personas como Nuria lo hacen posible. Ella sin darse cuenta se ha marcado un reto cada día que no es otro que el de evitar convertir la discapacidad en un factor determinante en su vida y sin duda es el mejor ejemplo para las personas a las que dedica todo su tiempo.

Diferentes imágenes de las actividades que desarrolla la Asociación de Diversidad Funcional Asmipuerto con personas con discapacidad intelectual. En la foto superior, Nuria Hernández (abajo, en el centro) y Manuel Lagalla (camisa naranja).