Cuando escuchamos la palabra extinción pensamos en dinosaurios, fósiles muy antiguos o animales que solo vieron nuestros lejanos antepasados, pero extinción es algo que sucede todos los días en muchos lugares del planeta. No solo se extinguen los orangutanes, gorilas o ballenas francas, también se extinguen las aves que habitan en la Isla donde vivimos. Se extinguen especies en las selvas tropicales, pero también desaparecen de nuestros campos, lo cual tiene especial relevancia por el vacío que dejan en el complejo funcionamiento de los ecosistemas de la Isla y el desequilibrio que esto genera. Es como si fuésemos quitando piezas de un puzzle, con cada pieza que quitamos la imagen global va perdiendo claridad, hasta que a base de ir quitando piezas el puzzle deja de tener sentido.

La primera extinción de un ave en Tenerife de la que los paleontólogos tienen constancia probablemente se produjo hace miles de años. Fue el verderón de pico fino (Carduelis aurelioi). Mucho más tarde, tras la llegada de los primeros aborígenes a la Isla debió desaparecer la codorniz gomera (Coturnix gomerae), otra especie exclusiva del Archipiélago. Las extinciones debieron aumentar exponencialmente tras la llegada de los castellanos y los animales que trajeron consigo: perros, gatos, ratas, ratones, caballos, vacas, etc. En ese periodo pudo desaparecer el escribano patilargo (Emberiza alcoveri), un pájaro cantor no volador con patas largas y alas cortas adaptado a la vida en el suelo del bosque. Probablemente pasaron cientos de años entre unas y otras, pero poco a poco la actividad humana y de la fauna asociada fueron acorralando a las especies que aquí vivían desde hace millones de años. El ritmo de extinciones locales continuó aumentado hasta que, en los últimos años, ha llegado a ser muy preocupante.

En la segunda mitad del siglo XX desapareció el milano real (Milvus milvus), una rapaz que sucumbió ante el uso indiscriminado de DDT. En 1986 se extinguió el guirre (Neophron pernocterus). Los cadáveres de la última pareja reproductora se encontraron aparentemente envenenados en las proximidades de la Punta de Teno. A finales de los años noventa desaparecen los bandos de terrera marismeña (Calandrella rufescens), un pequeño alaúdido que sobrevivía en los pastizales de Los Rodeos y en las proximidades del polígono industrial de Granadilla.

Sobre estas líneas, ejemplar de 'Emberiza calandria'. E. D.

Al comienzo del siglo XXI, a pesar de la consolidación de la Red Natura 2000, la Red de Espacios Naturales Protegidos de Canarias y la transferencia de competencias en gestión de espacios naturales y algunas especies a los cabildos, nada cambió y la situación continuó empeorando. A finales de la primera década de este siglo constatamos la desaparición de Tenerife del chorlitejo patinegro (Charadrius alexandrinus). Las aves costeras son especialmente vulnerables a la presencia humana y en especial al acoso de los perros sueltos, que les generan un estrés tan grande que acaban por abandonar sus nidos. Las últimas parejas de este reflejo de la salud de nuestras costas se atrevieron a criar en medio de la masificación de turistas, wind y kitesurfistas, paseantes con perros sueltos y otros tipos de actividades molestas e incompatibles con la gestión de un espacio tan singular como sensible, Montaña Roja y El Médano.

Más recientemente, en la última década, perdimos al estornino pinto (Sturnus vulgaris). Unas pocas parejas resistieron criando en algunos puntos de Santa Cruz de Tenerife y San Cristóbal de La Laguna. Esta especie debió estar muy ligada a las actividades humanas y seguramente se vio afectada por el cambio climático global. Una joya de los ambientes desérticos, como es el camachuelo trompetero (Bucanetes githagineus), aun sobrevive en la Montaña de Guaza con una población de dudoso origen y muy reducida, en torno a 10 individuos. Una especie que sin lugar a dudas en breve pasará a formar parte de la oscura lista de las especies extinguidas.

Otras aves abundantes en el pasado, con una situación crítica a nivel insular y regional en la actualidad, que probablemente se extingan de la Isla si no se toman decisiones valientes y se realizan acciones urgentes que garanticen su conservación son el gorrión chillón (Petronia petronia) y el triguero (Emberiza calandra), ambos con poblaciones muy reducidas ligadas a los pastizales de Los Rodeos y Teno Alto; el alcaudón real (Lanius excubitor) y el alcaraván común (Burhinus oedicnemus) especies que han visto diezmada su área de distribución y fragmentado su hábitat de manera radical; la abubilla (Upupa epops), especie muy común en el pasado que en la actualidad es cada vez más complicada de observar en el norte de Tenerife, desaparecida como nidificante en amplias zonas de la isla debido, muy probablemente, al uso de productos químicos en los cultivos; la pardela chica macaronésica (Puffinus baroli) y pardela pichoneta (Puffinus puffinus) con poblaciones muy reducidas y vulnerables ante el aumento de la presión de las especies exóticas introducidas (ratas y gatos principalmente); el guincho o águila pescadora (Pandion haliaetus) con tan solo dos parejas en la Isla sometidas a las continuas molestias de las embarcaciones que transitan el acantilado de Los Gigantes y sus barrancos, además de senderistas, pescadores deportivos o buscadores de aventuras; y el chorlitejo chico (Charadrius dubius), con una población insular inferior a 15 parejas, muy localizadas y sometidas al impacto de perros y gatos asilvestrados entre otras amenazas.

Un ejemplar de 'Lanius Meridionalis' en el Parque Nacional del Teide. E. D.

El motivo principal del deterioro de nuestros hábitats naturales, el descenso de las poblaciones y las extinciones recientes de varias especies están indudablemente vinculados a la apuesta que hemos hecho por un modelo de desarrollo depredador del territorio. Un modelo que lo ha fragmentado completamente, acentuándose su deterioro en las zonas costeras por debajo de los 500 metros de altitud.

La situación en las zonas costeras del sur de la Isla, coincidiendo con las mal entendidas y escasamente valoradas planicies semidesérticas, es especialmente grave. Lugares de incalculable riqueza natural han sido degradados por un complejo entramado de pistas, caminos, rodadas, carreteras, autopistas, invernaderos abandonados, campos de golf, tendidos eléctricos, aerogeneradores, parques fotovoltaicos y urbanizaciones abandonadas a medio construir. Además, la apuesta de las administraciones regionales por fomentar y subvencionar los monocultivos intensivos, que llevan asociados el uso indiscriminado de pesticidas, no solo rotura el territorio, sino que lo contamina por un tiempo incalculable. A todo esto hay sumarle la alta presión humana, paseantes con perros sueltos, gatos asilvestrados, aumento de ratas, escombros, basuras, hectáreas y hectáreas llenas de residuos de todo tipo. En eso se ha convertido un territorio incomprendido. Los escasos espacios naturales protegidos se ciñen a pequeñas reservas naturales estranguladas por la presión urbanística y las actividades humanas, solo hay que ver Montaña Pelada, Montaña Roja, Montaña Amarilla, el Malpaís de Rasca, Montaña de Guaza o La Caleta de Adeje, todos espacios sometidos a una presión sin precedentes, donde la fauna sobrevive a duras penas con la imposibilidad de expandirse a otros lugares. Precisamente en la Caleta de Adeje se dio un hecho extraordinario durante el confinamiento a causa de la pandemia por Covid-19. Dos parejas de charranes comunes (Sterna hirundo), ante la ausencia de actividad humana, comenzaron a criar en los acantilados del espacio natural protegido. Varios de nosotros pudimos constatar que, apenas unos días después de terminar el confinamiento, ambas parejas abandonaron la puesta. La simple presencia de paseantes con mascotas sueltas durante unos pocos días fue suficiente para echar a perder el esfuerzo de una especie escasa en las islas. Hablamos de un espacio natural protegido, que debería tener como máxima prioridad la protección de estas especies, lo que podría lograrse con algo tan sencillo como crear zonas de exclusión dentro de los mismos para facilitar la presencia de la vida silvestre.

Vivimos en un territorio que soporta una de las mayores densidades de población de la Unión Europea, con tal dependencia del exterior que nos convierte en inviables desde el punto de vista de la sostenibilidad.

Un territorio que en pocas ocasiones se ha planteado un cambio de modelo real, gestionado por unas instituciones que siguen apostando por proyectos insostenibles desde el punto de vista ambiental, social y económico, como son el circuito de alta velocidad en Atogo, la gasificadora del Polígono Industrial de Granadilla, el mismo Puerto de Granadilla, el cierre del Anillo Insular, la segunda pista del aeropuerto Tenerife Sur, el Puerto de Fonsalía, la instalaciones hoteleras del Porís o la instalación sin control, escasez de planificación y de forma diseminada de numerosos parques eólicos y plantas fotovoltaicas.

Lamentablemente nada parece cambiar. Se van unos y vuelven otros pero el modelo desarrollista sigue imperando. Se necesita una clase política valiente, sensibilizada y honesta que tome decisiones en beneficio de toda la ciudadanía y de las generaciones venideras, no de unos pocos, de lobbies empresariales o colectivos concretos, que con sus hilos son los que parecen manejar realmente a sus marionetas, buscando sus propios intereses sin importarles el futuro de nuestras Islas.

El mundo está cambiando y si no queremos verlo no sólo vamos a seguir perdiendo nuestro exclusivo y valioso patrimonio natural, sino que vamos a perder la oportunidad de avanzar con aquellos que apuestan por un mundo mejor.

Llegados a este punto es necesario dirigirnos hacia un modelo totalmente sostenible, hacer un cambio profundo en nuestro desarrollo y forma de vivir, buscar formas de mirar y conservar la biodiversidad como algo propio, que no solo ayude a preservar la vida salvaje sino a nosotros mismos. Trabajar con la naturaleza, no enfrentarnos a ella, porque las especies sobreviven conservando y protegiendo los ecosistemas donde viven. Y no solo conservando lo que queda, sino ayudando a recuperar y restaurar lo perdido y degradado. A nivel individual también hace falta plantearse cambios, en especial cuando realizamos actividades en la naturaleza, donde debemos ser muy conscientes del impacto que estas tienen, respetando los periodos de cría de las diferentes especies de aves donde vayamos a llevarlas a cabo, siendo responsables con la tenencia de nuestras mascotas, respetando los senderos, y conociendo y acatando las normas de conservación en el mar y en tierra. Es tan importante cuestionarnos qué Isla vamos a dejar a nuestros hijos, como qué hijos vamos a dejar a nuestra Isla.

En definitiva, no estamos sabiendo descifrar el mensaje. La naturaleza nos está mandando un aviso que no estamos entendiendo ni escuchando. Si no cambiamos pronto estaremos certificando la extinción de muchas especies que ya han iniciado ese camino. Esperemos que este texto active sus conciencias y entre todos podamos encaminar un nuevo rumbo para esta isla que tanto tiene que ofrecernos aún.

(*) ESTE ARTICULO LO SUSCRIBEN LOS SIGUIENTES INVESTIGADORES, BIÓLOGOS, ORNITÓLOGOS, NATURALISTAS Y DIVULGADORES AMBIENTALES: ADRIÁN FLORES RAVELO, ALEJANDRO PADRÓN PADRÓN, BEATRIZ FARIÑA TRUJILLO, DANIEL GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, DAVID PÉREZ PADILLA, FRANCISCO TORRENTS, JAVIER MARTÍN-CARBAJAL, JUAN JOSÉ RAMOS MELO, PEDRO GONZÁLEZ DE CAMPO, RAYCO DÍAZ JORGE, TONY PÉREZ, JUAN MANUEL MARTINEZ CARMONA Y VIRGINIA DÍAZ DELGADO.