Era un mediodía cualquiera en tiempos de desescalada, ajustado a las normas de distanciamiento social, al uso obligado de la mascarilla y señalado por esa rutina que marcan el aburrimiento y la inevitable monotonía de la movilidad condicionada, cuando por la bocana del muelle de Santa Cruz de Tenerife, Piño Moreau adivinó, allá a lo lejos, el elegante vuelo de un ave que surcaba el cielo sobre las olas en aquella mañana de junio.

Como gran aficionado a la colombofilia y convencido buchonero, este actor residente en Los Angeles y confinado en la Isla por causa del dichoso coronavirus no tuvo dudas. "Es una paloma", se dijo a medida que el animal iba haciéndose cada vez más visible, mientras acodado en el área marina del Real Club Náutico de Tenerife, sobre el rompeolas que mira a la bahía santacrucera, seguía ensimismado ante aquella bella estampa. "Ella sí que es libre", comentó para sus adentros.

De repente, se rompió la serenidad de la escena. Una gaviota se lanzaba en picado desde la altura golpeando en la cabeza a la paloma, que sintió el impacto, ralentizó el vuelo y descendió. La atacante dibujó una nueva pirueta en el aire y volvió a la carga: otro picotazo que la paloma volvió a acusar, si bien mantuvo el tipo, hasta que una tercera andanada terminó por precipitarla al mar.

Testigo directo de este singular duelo natural, Piño Moreau no lo dudó, se lanzó al agua y a golpe de brazadas cubrió la distancia que lo separaba del ave, que permanecía flotando a la altura de la torre de Salvamento Marítimo. Al llegar, su primer gesto fue agarrarla y alzarla. Entonces observó que portaba una anilla en su pata derecha, la habitual identificación federativa, y también un papelito enrollado en un palito de chupa chups con cinta adhesiva. "Forcejeó algo, pero finalmente acabó rendida".

De regreso, nadando con un solo brazo mientras con el otro sostenía a la paloma fuera del agua, se iba haciendo mil preguntas, pero lo urgente era llegar cuanto antes. Una vez en tierra buscó rápidamente una mesa donde depositó al animal, jadeante y empapado, para que recibiera los balsámicos rayos del sol. "No podía mantenerse en pie", tal era su agotamiento, hasta que una hora y media después se incorporó. Piño no perdió tiempo; puso rumbo a su casa.

Ya en el abrigo del palomar, el salvador observó el estado de la paloma baya. "El plumaje estaba quemado; el lomo con restos de grasa... y aquel misterioso papel anudado a su pata". No le pudo la curiosidad. En ocasiones, los narcotraficantes usan palomas para transmitir la latitud y longitud del punto del mar donde se encuentra fondeado un cargamento. Habló con Carlos y Fernando de Fuentes Barrea, palomeros de Geneto, quienes lo animaron a descubrir la incógnita. El mensaje decía así: "Mi nombre es José Ángel (a continuación un número de teléfono) y he encontrado esta paloma hace aproximadamente unos dos meses (en abril). La encontré herida y la he cuidado en el barco. Estoy en alta mar a bordo de un buque de la compañía TUI Cruises y la he dejado volar para que encuentre a su dueño. Si alguien más tiene la suerte de encontrarla, cuídela y disfrute de ese regalo. Soy de Honduras y para mí es difícil dejarla conmigo", concluía.

La baya se encuentra ya en perfecto estado. Por la numeración de su anilla se sabe que es propiedad de un palomero de un club de Gran Tarajal (Fuerteventura). Este viaje se cerrará cuando regrese a su Isla, a la nueva normalidad.