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Un regalo de valor cultural incalculable

El XXVI Concierto Extraordinario de Navidad innovó con la incorporación de la danza a una fiesta musical de primer nivel

Concierto de Navidad 2019

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Santa Cruz de Tenerife volvió a celebrar anoche el día de Navidad con un regalo de valor cultural incalculable que, desde hace 26 años, ofrece a la Isla, y al resto del mundo, la Autoridad Portuaria de la provincia. El Concierto Extraordinario de Navidad se celebró con un tiempo primaveral, a 20 grados en una noche de 25 de diciembre; completó su aforo, y elevó aún más su nivel con la histórica inclusión de la danza, a través de Ballets de Tenerife, en una cita que nunca defrauda y que, más allá de su innegable impacto insular, tiene una gran repercusión internacional.

Más de 16.000 personas abarrotaron el recinto preparado por Puertos de Tenerife en la Dársena de Los Llanos; medio millar de espectadores pudieron seguir el concierto a través de la pantalla instalada en la plaza de La Candelaria por la Sociedad de Desarrollo del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, y, a través de RTVE, tanto en radio como en televisión, el concierto tuvo anoche una audiencia potencial de 420 millones de personas en todo el mundo. El espectáculo lo ofrecieron 120 artistas sobre el escenario: 82 músicos de la OST, ocho bailarines y bailarinas de Ballets de Tenerife, y 30 cantantes del Coro Infantil del Conservatorio de Santa Cruz.

Bajo el lema "Danzas de Europa", el concierto hizo un recorrido por el viejo continente con obras de Strauss, Brahms, Chaikovski, Falla o Rossini. La Orquesta Sinfónica de Tenerife (OST), dirigida por un magistral Antonio Méndez, comenzó puntual con El barón gitano, de Johann Strauss II, compositor protagonista de las tres primeras piezas del concierto. Con Tik Tak polka schnell, op. 365 y Caballero Pàsmán op. 441, la OST completó su periplo por la música austriaca.

Los bailarines de Ballets de Tenerife salieron a escena, por primera vez en la historia de estos conciertos navideños, con la Danza húngara Nº1 de Johannes Brahms, que marcó el inicio del recorrido por Europa Central. Con coreografía de Héctor Navarro, los danzarines húngaros flotaron sobre la OST en un escenario situado detrás de la orquesta.

La música de Chaikovski mostró el lado más pasional de la dirección de Antonio Méndez, que casi sin tiempo para los merecidos aplausos enlazó con la frenética Danza Eslava Nº7, op. 72, de Antonin Dvorak. Al terminar, la orquesta se levantó para saludar por primera vez al público.

El poder expresivo de la danza llenó el final del escenario con el Vals triste, op. 44, de Jean Sibelius. Las cuatro parejas de jóvenes bailarines enamoraron al público con un emotivo vals sobre fondo azul. Fue el inicio del viaje musical por Escandinavia, que continuó con la breve Danza sueca Nº7, op. 63, de Max Bruch.

La Orquesta Sinfónica de Tenerife (OST) cerró su impecable recorrido por la música del Norte de Europa con la Danza noruega Nº3, op. 35, de Edvard Grieg, adornada con paisajes escandinavos en una gran pantalla.

El Champagne Galop, op. 14, de Hans Christian Lumbye, puso a la OST sonriente y al galope, con algunos de los sonidos más navideños de la noche. Por segunda vez, recibieron en pie los aplausos del público.

Los bailarines de Ballets de Tenerife, ellos con faldas no del todo a la escocesa, volvieron a acaparar el protagonismo en la Danza inglesa Nº6, op.33, de Malcom Arnold, que abrió el animado periplo musical por Francia, Reino Unido y Alemania.

El final de la obertura de la ópera Guillermo Tell, de Rossini, no trajo al Séptimo de Caballería, pero sí escenas de caballos al galope y una estampida de recuerdos entre los asistentes, que dudaban entre mantenerse en respetuosa quietud o seguir el ritmo con los pies. Fue la primera gran ovación de la noche, y el motivo de los primeros gritos de bravo, con la OST de nuevo, puesta en pie.

Los compases de Barcarolle, de Los cuentos de Hoffman, guiaron la danza junto al puerto de la capital tinerfeña. Con algunos niños y niñas identificando a príncipes y princesas de Frozen sobre el escenario, la irrupción de los bailarines confirmó que son un acierto que eleva, aunque parecía misión difícil, la calidad y esplendor de este regalo para los sentidos que hacen posible la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife y decenas de patrocinadores.

El Cancan de Orfeo en los Infiernos, de Jacques Offenbach, llevó al público al cielo mientras se acercaba el momento cumbre de esta cita navideña, musical y sentimental. Por segunda vez, los pies del público dudaron entre fijarse al suelo o seguir el ritmo que inmortalizaron las descaradas bailarinas que levantaban sus faldas en cantinas del lejano Oeste.

La danza de La Vida Breve, de Manuel de Falla, sirvió para despedir, con el recorrido por España, el aplaudidísimo desembarco de los bailarines dirigidos por Héctor Navarro, que cerraron su gran noche con un despliegue de pasión, gracia y sensualidad.

El Pasodoble Islas Canarias, del compositor catalán Josep María Tarridas, nunca falla. Por más que se repita, por más que se espere, siempre emociona. Anoche volvió a poner el lazo a un regalo que arriba felizmente al puerto de Santa Cruz de Tenerife cada 25 de diciembre desde hace 26 años. La sonrisa del maestro Antonio Méndez se hizo aún mayor durante la interpretación del himno oficioso de Canarias. Fue la sonrisa de quien supo meterse a 16.000 personas en el bolsillo.

Y justo cuando el público empezaba a preguntarse qué fue del Coro Infantil del Conservatorio Profesional de Música de Santa Cruz de Tenerife que aparecía en el programa, llegaron los bises. Algunos de los músicos se pusieron gorros y diademas navideñas, se homenajeó al director de la OST y al coreógrafo y director artístico de Ballets de Tenerife, Héctor Navarro. Y se presentó a los niños y niñas del coro, que entonaron Lo divino y Una sobre el mismo mar, de Benito Cabrera, con el estribillo ya adaptado para incluir a la octava isla canaria: La Graciosa.

El público sólo se saltó el protocolo para cumplir el protocolo festivo que marca la Marcha Radetzky, de Johann Strauss IMarcha Radetzky, y despedir, entre palmas, un regalo extraordinario que volverá al puerto el 25 de diciembre de 2020.

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