Francisco Hernández era solo un niño de diez años cuando se acercó por primera vez al cultivo de la manzana. A sus 89 años puede presumir de que se ha pasado casi 80 años "al pie de los manzaneros", unos árboles que mima y conoce como nadie y, por eso, les alarga la vida: "En lugar de que vivan 30 años, como es lo normal, yo hago que vivan 60, pero eso hay que estudiarlo, hay que aguantar muchos inviernos y no todo el mundo está preparado para eso". A punto de convertirse en un nonagenario, este agricultor lagunero, que ejerce en la parte alta de El Sauzal y no usa ni móvil ni calculadora, ha triunfado en internet. La historia de su última gran cosecha de manzana reineta, divulgada en la red social Facebook por el psicólogo Juan Ramón Álvarez y la periodista Dulce Fleitas, se compartió más de 4.500 veces y llenó la finca Valdeflores de clientes dispuestos a probar sus manzanas "a ebro".

Este agricultor, perspicaz y autodidacta, reconoce el impacto que ha tenido lo que él llama "el anuncio" en internet. "Han venido a montones", pero matiza: "Los anuncios están bien, pero a las cosas hay que ponerle el fondo. Si las manzanas no fueran buenas, nadie las querría. Aquí hay calidad, como en ningún sitio, y la gente lo sabe y se lo va comunicando. Vienen de las siete islas".

"Estas manzanas, con la antigüedad que tienen, las he aguantado yo", afirma orgulloso Francisco, al que conocen por Pancho "en todas las esquinas". Empezó a cultivar manzanas en Anaga, donde "con diez años ya estaba liado en esto". A Ravelo llegó hace 57 años y, desde entonces, se ha centrado "en las manzanas y algo de papas".

"Si esto se lleva como Dios manda, uno debe molestarse bastante", explica antes de reconocer que no se ha preocupado de contar cuántos manzaneros atiende, "aunque deben ser entre 400 y 500", calcula. Él mismo los plantó hace varias décadas.

La cosecha de este año tampoco la ha calculado con exactitud. Solo sabe que ha llenado varias habitaciones grandes con miles de kilos de excelentes manzanas reinetas. Afirma que se trata de una cuestión de ciclos: "La arboleda el año pasado aquí no echó prácticamente nada, cuatro manzanas se puede decir. Por experiencia, ya sabía que este año sí podía dar bastante. Y vino bien".

Pancho prefiere que le salga una manzana "con alguna lagarta" que echarle a los árboles "cantidad de veneno". A su juicio, "si hay que botar una manzana, se bota; pero lo otro perjudica al árbol".

En su finca no se riega, los árboles producen con lo que llueve. Pancho los renueva, mediante la poda, "cuando se están avejentando". Las técnicas las aprendió observando a los que podaban en varias zonas de la Isla y haciendo muchas pruebas.

Desde que su historia se dio a conocer, Pancho no ha parado de recibir gente en su finca: "Esto no ha parado. Está bien, pero hubo días que no pude ni parar para comer. Tuve que buscar una linterna y seguir despachando por la noche".

Pancho tiene un peculiar estilo de atención al público. Pregunta la cantidad y él mismo descarga las manzanas de las cajas directamente en las bolsas del cliente. No le gusta que nadie más toque sus manzanas ni que el cliente reclame solo las frutas de mayor tamaño: "Si le pongo a usted todas las grandes, ¿qué dejamos para los demás?".

Sigue utilizando una pesa muy antigua y, cuando la cuenta se complica, suma y resta sin más ayuda que una libreta, un bolígrafo y su cabeza.

Se toma en serio su tarea, pero también sabe bromear con la clientela, como cuando un hombre de 88 años le preguntó su edad y se limitó a responder: "Soy más viejo que usted un rato", o cuando mandó unos kilos de manzanas "para los pobres de Santa Cruz, que solo comen cosas de fuera". Al mercado de la capital chicharrera, Pancho iba a vender "desde que gateaba", también para "los canarios, que se querían llevar las manzanas para Las Palmas".

A veces, el cálculo falla y los clientes llevan "un kilillo más", pero Pancho les dice que si no tienen otro euro, "lo dejamos así y tan amigos". Reparte "kilos bien pesados" y si en algún momento se pasa, sentencia: "Es igual, más perdemos cuando perdemos la vida".

Respecto al futuro, Pancho reconoce que le gustaría enseñar a alguien más joven para que siguiera con su labor, "pero no se consigue a nadie que ocupe el sitio mío".