C on más carretas y carros (93) que la romería orotavense del año pasado (si se pican, seguro que los villeros los superan de nuevo a finales de este mes), Los Realejos vivió al mediodía, tarde y noche de ayer la romería y verbena posterior en honor al San Isidro que, de nuevo, se reveló como el más sincrético del panorama folclórico tinerfeño por la mezcla de carretas y carros de todo tipo junto a trajes en los que predominan casi por igual los de paño negro con los rojos de La Orotava (aunque, curiosamente, proceden de Icod el Alto y pertenecieron en propiedad a la familia Monteverde).

El sincretismo de este paseo se revela, sobre todo, en que, frente a las romerías en las que dominan las carretas tiradas por vacas o en las que hay barcos (como en la de Tegueste y ya en La Laguna), ayer no se vio ni una vela, pero sí carros movilizados por ejemplares vacunos y la mayoría motorizados, bien camiones camuflados de mejor o peor manera, tractores, pivas y hasta jeeps vestidos (el de La Choza) remolcando carritos en los que llevar comida, bebida y asaderos.

Sin duda, esta característica específica de la romería realejera se debe a las considerables subidas que presenta en vías como la Avenida Tres de Mayo, que la convierten en un suplicio para los animales y en motivo justificado de denuncia de las asociaciones que los defienden.

Ayer, hubo más gente que otros años, pero principalmente por el elevado número de turistas peninsulares o extranjeros que, siguiendo las recomendaciones en sus hoteles, se dieron el salto al Realejo Alto y no pararon de reclamar comida y bebida a las carretas. Eso sí, algunos grupos prefirieron los bares en los que entraban pequeñas pero muy dignas parrandas (de 4 miembros, por ejemplo) que hicieron las delicias sonoras con ricos repertorios (y no solo folclóricos), como ocurrió un rato en La Atajea y en José Minca.

Antes de eso, las carretas y demás familiares esperaban en el entorno del ayuntamiento que les tocara su turno para partir. Un animador controlador les iba dando la salida hacia la subida de la Tres de Mayo con su micro y bajo una pérgola de tela y portátil. Sobre las dos de la tarde, y tras la misa en honor al santo, la primera carreta, que homenajeaba a la trilla y el trigo, ya enfilaba la subida hacia las calles del Medio y del Sol. Detrás, el resto deambulaba con algunos claros, pero, sobre todo, con vacíos musicales que hacían dudar de si realmente aquello era una expresión folclórica. Y eso que, como en cualquier romería, las primeras carretas suelen ser seguidas de las mejores parrandas o grupos, en muchos casos con cuerpo de baile.

El alcalde, que volvió a arrasar el domingo pasado, subiendo de 14 a 15 ediles, era reclamado en esta parte por gente variopinta para ser inmortalizado con los móviles. Por supuesto, algunos aprovechaban para tratar de sonsacarle a Manuel Domínguez por dónde pueden ir los pactos, aunque, o engañaba cínicamente, o tampoco lo tiene muy claro. Para nada...

Luego, los sones canarios comenzaron a intensificarse y volvía a confirmase que, en estas manifestaciones que comienzan cada año en Tenerife en La Florida y Tigaiga y suelen acabar en agosto en Garachico, a medida que avanzan las carretas y carros disminuye la edad de los magos y magas, pero aumentan las ganas de disparate en la mezcla de sol, vino, garimba rica con calor creciente y asfixiante, comida bien o mal comida (mejor o peor hecha) y Dionisos haciendo de las suyas. En eso último contribuyó durante el día el sol, que iba y venía, ante una Panza de Burro fluctuante pero vencida mayormente por el sol y calores de junio.

Por allí se vio alguna carreta con una muñeca que simulaba a una tejedora de lana y su correspondiente telar. También un carro, tirado por piva, que hacía didáctica antipirómanos (otra cosa es que algo así se permita en romerías más ortodoxas) con un cartel que avisaba del peligro de fuego donde asaban la carne. Por supuesto, y como suele pasar en este paseo romero, algún tractor-piva tuvo problemas en la subida de la Tres de Mayo y se caló. Fue lo que le ocurrió a los de Finca El Lomito, pero lo apañaron.

Quizás, la carretea más bella fue la de Los Llanos, con un muy digno lagar, al que seguía La Choza de Lucía con una lograda campana. Por detrás, se multiplicaron los camiones engalanados de motivos folclóricos o pseudotradicionales. También las pivas "decoradas" (es un decir) simplemente con cañas de diverso porte (la número 85, llamada, quizás regodeándose, Los de Siempre), aunque las hubo más curradas, como la que incorpora refranes o dichos isleños como "Borracho cochino no pierde el tino" o "Ya el conejo me riscó la perra".

Hubo un carro con una cruz (qué menos aquí) con flores rojas (políticamente, de otros tiempos en lo local, aunque no en las últimas generales); una muy encantada de conocerse bajo el nombre de "Mi yave", al portar fotos y números de otras romerías, y una con crítica u homenaje (tópico, pero gracioso) a una gran cadena de supermercados: "Mercachona".

Tras la vuelta a la Casa de La Cultura, y con avances como el punto violeta junto a la biblioteca para cualquier atisbo de machismo bochornoso, la romería canaria más sincrética por diversos motivos se cerró desde las 17:30 horas con una intensa tarde-noche en la plaza, cantinas, carretas y calle Antonio González. Unas horas en las que, entre nuevos potenciales, sorpresas, rupturas, reconciliaciones o reafirmaciones, se ratificó que, en gran parte, la vida nació (o debería) para parrandear y disfrutar al máximo.