El enfermero del Ejército del Aire que iba en el helicóptero que evacuó el pasado martes a una niña, una mujer y un hombre, que habían sido rescatados a 500 kilómetros al sur de Canarias, relata la dureza del servicio. «Era una bebé, en mis rodillas era como una muñeca,», dijo Antonio Lérida. La pequeña murió.

La niña que falleció la noche del pasado martes en un helicóptero del servicio de búsqueda y rescate (SAR) del Ejército del Aire tras pasar 17 días en una patera fue sometida a maniobras de reanimación durante parte del vuelo de evacuación a Las Palmas de Gran Canaria, pero no respondía a estímulos desde el primer momento; estaba fría, sin pulso.

Con ella, fueron evacuados un hombre, que se encontraba débil, pero estable, y una mujer, que entró en parada cardiorrespiratoria a falta de 40 minutos para llegar al hospital y le debe la vida a los esfuerzos del enfermero y los dos rescatadores de la tripulación por no parar de practicarle las maniobras de reanimación cardiopulmonar hasta que aterrizaron.

Por desgracia para los tripulantes del helicóptero del Servicio de Búsqueda y Rescate (SAR) que intervino, no es la primera vez que se les muere alguien en la cabina durante un rescate, pero asistir a esa situación con una niña de cinco años estremeció a los cinco militares: los dos pilotos del aparato, los dos rescatadores y, sobre todo, al enfermero.

«Era una bebé», le dijo nada más regresar a la base de Gando el enfermero, Antonio Lérida, al teniente coronel Carlos Martínez, el jefe de las tripulaciones del SAR. «¿Cómo una bebé? Tenía cinco años», le contestó su superior. «Sí», aclaró el sanitario, «pero en mis rodillas era como una muñeca». La escena la relata a Efe el propio Carlos Martínez, que nada más llegar el helicóptero al Hospital Doctor Negrín, ofreció a sus compañeros la ayuda de una psicóloga, consciente de la situación. Al frente de la aeronave estaba el mismo comandante del helicóptero que hace dos meses rescató al sur de El Hierro a los tres únicos supervivientes de un cayuco con 24 cadáveres, Ignacio Cresto. Esta vez, llevó a rajatabla su máxima de no girar la cabeza, no mirar a la cabina y concentrarse en la misión.

Pero, detrás, los dos rescatadores y el enfermero lo pasaron mal. «Estamos entrenados, es nuestro trabajo, pero te toca; algunos de los tripulantes de los helicópteros tienen hijos de esa edad», resume horas después su jefe, el teniente coronel Martínez. Apenas hablaron durante el vuelo con los rescatados, ni siquiera con el hombre que estaba «menos mal», no solo por la barrera idiomática, sino porque la situación con la niña y la mujer era de extrema urgencia. Solo la mujer intentó comunicarse.