Justicia

Juan Inurria: «La libertad de expresión no es ‘barra libre’; todo tiene un límite»

El abogado presenta en Tenerife su libro '¿Qué me puede pasar si te llamo gilipollas?'

El abogado Juan Inurria presentó este jueves, 4 de mayo, su libro, ¿Qué me puede pasar si te llamo gilipollas?, en el que ofrece una serie de consejos, desde una postura neutra, sobre cómo actuar si un ciudadano anónimo o un personaje público considera que se ha vulnerado su honor y su reputación.

Pero también expone a periodistas y comunicadores de cualquier ámbito dónde están los límites para no recibir una querella, por ejemplo. En definitiva, este letrado ha centrado la obra en el derecho al honor y la libertad de prensa, en base a su experiencia profesional de más de 30 años.

Aclara que el potencial lector no se halla frente a un tocho jurídico, sino que ha planteado el trabajo como una especie de «breviario», que sirva de herramienta a particulares y también a los que escriben en periódicos, revistas, hablan en emisoras de radio, acuden a programas de televisión de gran audiencia o lanzan mensajes de todo tipo en las redes sociales.

Este libro, de 140 páginas, editado por La Gaveta Ediciones y con prólogo de Andrés Chaves, expone qué plantea la legislación para cada caso y está enriquecido por anécdotas y el bagaje de Inurria, que ha estado vinculado a la Administración de Justicia desde 1986. El libro está dividido en ocho capítulos en los que da una serie de claves y nociones a los lectores.

En ambos lados

Inurria comenta que, más allá de su día a día en los juzgados, también ha asesorado a medios de comunicación. Y, de igual manera, ha llevado la representación judicial de ciudadanos que han interpuesto querellas y demandas a raíz de informaciones o artículos de opinión que han considerado ofensivos a su honor o reputación. Además, ha incluido en su obra explicacones sobre cómo inciden determinadas noticias en procedimientos judiciales en curso, lo que se llama «la pena de telediario».

¿Quienes se ocultan detrás de un seudónimo, nombre ficticio o una cuenta falsa están a salvo de ser denunciados? En opinión de Juan Inurria, las redes sociales han servido en algunas ocasiones para que determinadas personas «se escondan detrás del anonimato que en apariencia ofrece la red y difundan verdaderas barbaridades de otros individuos o colectivos y luego piensen que no pasa nada». Pero el letrado aclara que «esto no es así, pues todo tiene un límite». Y recalca: «La libertad de expresión no es barra libre». Ante la pregunta de si en la actualidad se vulnera más el derecho al honor que hace años, resalta que «los tiempos cambian y los valores también». Además, estima que esos cambios resultan positivos.

Explica que, tras la reforma del Código Penal del 2015, no se va al juzgado a iniciar un procedimiento si te llaman «gilipollas»; «los juzgados no están para eso, están para cosas serias». «Y…¿Qué puede pasar si te llamo gilipollas? Nada», resalta. Los órganos judiciales están ya suficientemente saturados y con una notable sobrecarga de trabajo como para ocuparse, además, de este tipo de cuestiones.

Refiere que percibe en la sociedad que numerosas personas tienen «una capa muy fina» y se ha generado lo que define como «ofendiditos» por casi cualquier cosa, «por lo que comen, por cómo huelen, visten o se expresan». «Es el valor de la ofensa continua», señala. Indica que hace tres décadas se podían hacer chistes de grupos o colectivos que, si se hicieran hoy, «casi se roza el ir a prisión». En ese contexto aboga por «tener cintura para adaptarnos a los tiempos y ser tolerantes bidireccionales».

"Si me dicen que mido 1,60 y que soy arrogante, me tengo que aguantar, porque es verdad", asegura

No obstante, a todos los que escriben informaciones u opinan sobre cualquier ámbito les dice que su libro les ayudará a desenvolverse en el «mundo de la información y la opinión globalizada» y les sugiere que se protejan bajo el paraguas de la «veracidad». Es decir, «que lo que se diga sea verdad».

Asegura que, «si alguien dice de mí que mido 1,60 metros y soy un arrogante o presuntuoso, me tengo que aguantar, porque es verdad». Inurria se muestra a favor de «ser directo y decir la verdad», por lo que no comparte el lenguaje «políticamente correcto, porque es de cobardes». En esa línea, defiende la idea de que, «con todo el respeto del mundo, se puede y debe opinar, eso crea debate; otra cosa es que te guste o no». Y, de forma gráfica, apunta que «en el bosque en el que vivimos es normal que canten muchos pájaros, no sólo uno». «Eso es libertad, en este caso de expresión», matiza.

Aconseja a toda aquella persona que se sienta ofendida por opiniones, imágenes o dimes y diretes que lo mejor es que se ponga en manos de un profesional abogado o abogada, «de los que sudan la toga», para que les indique con honestidad, bajo su criterio, si el asunto puede tener recorrido o no. Y, en caso afirmativo, aclara que entonces empezará el proceso de «ausencia de certeza al entrar en un juzgado». Y a los que aseguran «esto está ganado», les pregunta dónde tienen la bola de cristal.