“Sueña lo imposible”, o algo parecido les debieron decir a los científicos que en 1989 se reunieron en el Instituto de Ciencias con el Telescopio Espacial en Baltimore (EE.UU.). Por aquella época, el nuevo Telescopio Espacial Hubble estaba a punto de ser lanzado al espacio (24 de abril de 1990) y a ellos les pidieron que “soñaran” con el siguiente reto, con el siguiente telescopio que desvelaría los misterios del Universo en el siglo XXI. Poco se sabía por entonces sobre las primeras etapas de formación de las galaxias y menos aún sobre esos supuestos planetas orbitando alrededor de otros soles. Hoy, más de treinta años después de aquellas primeras discusiones, el sueño ya está aquí y el telescopio espacial James Webb ya recorre su viaje de 1,5 millones de kilómetros hasta su localización final.

 El lanzamiento (realizado el pasado 25 de diciembre) y futura puesta en marcha del telescopio espacial James Webb suponen un punto de inflexión en la astrofísica actual. Su espejo primario de 6,5 metros de diámetro ya lo coloca entre los “grandes telescopios” incluso aunque estuviese situado en la Tierra, pero el hecho de estar en el espacio (libre de los efectos que la atmósfera produce en la luz que nos llega de los objetos celestes) lo convierte en pieza clave para poder entender nuestro lugar en el Universo. Y es que el denominado sucesor del Hubble es una máquina perfectamente diseñada para desentrañar los misterios del cosmos. Una de las características que más llaman la atención del Webb son sus espejos dorados. En efecto, sus espejos han sido recubiertos con una finísima capa de oro (unas mil veces más fina que un cabello humano) que le permite reflejar prácticamente toda la luz que le llega en el rango infrarrojo de longitudes de onda. Tal es así que se dice que el Webb podría detectar el calor producido por un abejorro a la distancia de la Luna. Otro elemento del telescopio que capta inmediatamente la atención son sus paneles de protección solar. Con el tamaño de una cancha de tenis, estos paneles compuestos por cinco capas independientes darán la cobertura suficiente para que la luz del Sol no dañe el telescopio. Digamos que los ingenieros le han puesto una capa de protección solar equivalente a un factor de ¡un millón! De hecho se espera que en la capa que “mira” hacia el Sol la temperatura sea de unos 125 grados centígrados, mientras que en la capa más interna (donde se encuentra el telescopio) será de -235 grados centígrados.

Como ya hemos comentado en otros artículos de esta Gaveta de Astrofísica, el desarrollo tecnológico (muchas soluciones técnicas han sido estudiadas y resueltas exclusivamente para este telescopio), la capacidad de financiación (durante más de veinte años de construcción, se han usado unos diez mil millones de dólares) y la explotación científica (diseño de los programas de investigación) necesarios para sacar adelante el gran reto del James Webb han sido posibles gracias a la colaboración internacional. En este caso, las agencias espaciales estadounidense (NASA), europea (ESA) y canadiense (CSA) han sido la promotoras de un proyecto en el que miles de personas de catorce países distintos han dedicado alrededor de cuarenta millones de horas de trabajo para hacer este sueño realidad.

Algo más de dos semanas después de dejar la Tierra, el Webb ya ha recorrido más de un millón de kilómetros (actualmente a una velocidad de 1500 kilómetros por hora) y se espera que llegue a su destino final un mes después de su lanzamiento. Además, ha sido ya capaz de desplegar sus protectores solares, colocar su espejo secundario en posición y abrir sus seis metros y medio de espejo primario. Todo buenas noticias para una comunidad científica que no deja de maravillarse con la hazañas del Webb… y lo mejor está por llegar. Todavía se necesitarán unos seis meses más para poner a punto el telescopio y los instrumentos y así poder obtener datos científicos. Es importante recordar que, al contrario que con el Hubble que orbita alrededor de la Tierra, no se van a mandar misiones tripuladas para arreglar posibles fallos en el Webb. Simplemente está demasiado lejos. De ahí la importancia de controlar hasta el más mínimo detalle.

Aún queda mucho trabajo por hacer, meses de pruebas y calibraciones, pero sin duda todos los astrofísicos del mundo estarán atentos a las primeras imágenes que nos mande el telescopio espacial James Webb. Esto marcará un nuevo hito en las colaboraciones científicas internacionales (algo que tanta falta hace en otros ámbitos) y podremos marcar este 2022 como el principio de una nueva etapa en nuestro conocimiento del Universo.

Jairo Méndez Abreu.

Jairo Méndez Abreu nació en San Juan de la Rambla, Tenerife, y cursó la Licenciatura en Física por la Universidad de La Laguna.  Es Doctor en Astrofísica por la Universidad de La Laguna y la Universidad de Padua, Italia. Tras su paso por Italia volvió a Canarias con un contrato postdoctoral en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y un contrato Juan de la Cierva. Posteriormente se marchó a Escocia, donde desarrolló su actividad investigadora en la Universidad de St Andrews, y regresó al IAC para trabajar en el desarrollo del instrumento WEAVE. Después de un periodo en la Universidad de Granada, actualmente es investigador en la Universidad de La Laguna e investigador principal del proyecto BEARD

*Sección coordinada por Adriana de Lorenzo-Cáceres Rodríguez